Al mismo tiempo, es necesario reconocer que las transformaciones requeridas tras la apertura de una nueva etapa han comportado —junto a logros positivos— la aparición de obstáculos inevitables que hay que superar y los efectos colaterales que no siempre son fáciles de gestionar para la estabilidad social y para la misma administración del territorio. Ante todo, pienso en el fenómeno de la emigración, que ha afectado a varios millones de personas que han abandonado sus hogares y sus países de origen para buscar nuevas oportunidades de trabajo y de una vida digna. Pienso en la despoblación de tantas aldeas, que en pocos años han visto marcharse a un número considerable de sus habitantes; pienso en las consecuencias que todo esto puede tener sobre la calidad de vida en esos territorios y el debilitamiento de sus más ricas raíces culturales y espirituales que los sostuvieron en los momentos más difíciles, en la adversidad. Rindo homenaje a los sacrificios de tantos hijos e hijas de Rumania que enriquecen con su cultura, su idiosincrasia y su trabajo, los países donde emigraron y ayudan con el fruto de su empeño a sus familias que quedaron en casa. Pensar en los hermanos y hermanas que están en el extranjero es un acto de patriotismo, es un acto de hermandad, es un acto de justicia. Continuad a hacerlo.