Después del Ángelus:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Ha pasado más de un mes desde el inicio de la invasión de Ucrania, desde el inicio
de esta guerra cruel e insensata que, como toda guerra, representa una derrota
para todos, para todos nosotros. Hay necesidad de repudiar la guerra, lugar de
muerte donde los padres y las madres entierran a los hijos, donde los hombres
asesinan a sus hermanos sin ni siquiera haberles visto, donde los poderosos
deciden y los pobres mueren.
La guerra no devasta solo el presente, sino también el futuro de una sociedad. He
leído que desde el inicio de la agresión a Ucrania un niño de cada dos se ha
desplazado del país. Esto quiere decir destruir el futuro, provocar traumas
dramáticos en los pequeños e inocentes entre nosotros. Esta es la bestialidad de la
guerra, ¡acto bárbaro y sacrílego!
La guerra no puede ser algo inevitable: ¡no debemos acostumbrarnos a la guerra!
Más bien debemos convertir la indignación de hoy en el compromiso de mañana.
Porque, si de esta situación salimos como antes, de alguna manera todos seremos
culpables. Frente al peligro de autodestruirse, la humanidad comprenda que ha
llegado el momento de abolir la guerra, de cancelarla de la historia del hombre
antes de que sea ella quien cancele al hombre de la historia.
¡Rezo para que todo responsable político reflexione sobre esto, se comprometa con
esto! Y, mirando a la atormentada Ucrania, entienda que cada día de guerra
empeora la situación para todos. Por eso renuevo mi llamamiento: ¡basta, que se
detengan, callen las armas, se trate seriamente para la paz! Recemos de nuevo, sin
cansarnos, a la Reina de la paz, a la cual hemos consagrado la humanidad, en
particular Rusia y Ucrania, con una participación grande e intensa, por la que doy
las gracias a todos vosotros. Rezamos juntos. Dios te salve María… […]