[…] La gente que huye grita en los barcos en busca de esperanza, sin saber qué puertos podrán recibir, pero en Europa los abren a barcos que tienen que cargar armas sofisticadas y caras, capaces de producir una devastación que ni siquiera los niños pueden evitar. Esta es la hipocresía de la que hablé. Somos conscientes de que el grito de Abel sube a Dios, como recordamos en Bari hace un año, orando juntos por nuestros fieles de Medio Oriente. […]