¡Gentiles señoras y señores!
Os doy la bienvenida y os deseo buen trabajo en esta sesión plenaria de la Pontificia
Academia de las Ciencias Sociales. Y doy las gracias al profesor Zamagni por sus
corteses y agudas palabras.
Habéis focalizado vuestra atención sobre la realidad de la familia. Aprecio esta
decisión y también la perspectiva según la cual la consideráis, es decir como “bien
relacional”. Sabemos que los cambios sociales están modificando las condiciones de
vida del matrimonio y de las familias en todo el mundo. Además, el actual contexto
de crisis prolongada y múltiple pone a dura prueba los proyectos de familias
estables y felices. A este estado de cosas se puede responder redescubriendo el
valor de la familia como fuente y origen del orden social, como célula vital de una
sociedad fraterna y capaz de cuidar de la casa común.
La familia está casi siempre en el primer puesto en la escala de valores de los
diferentes pueblos, porque está inscrita en la naturaleza misma de la mujer y del
hombre. En este sentido, el matrimonio y la familia no son instituciones puramente
humanas, a pesar de los numerosos cambios que han conocido a lo largo de los
siglos y las diversidades culturales y espirituales entre los diferentes pueblos. Más
allá de todas las diferencias, emergen rasgos comunes y permanentes, que
manifiestan la grandeza y el valor del matrimonio y de la familia. Sin embargo, si
este valor es vivido de forma individualista y privada, como en parte sucede en
Occidente, la familia puede ser aislada y fragmentada en el contexto de la sociedad.
Se pierden así las funciones sociales que la familia ejerce entre los individuos y en
la comunidad, especialmente en relación con los más débiles, como los niños, las
personas con discapacidad y los ancianos no autosuficientes.
Se trata entonces de comprender que la familia es un bien para la sociedad, no en
cuanto simple agregación de individuos, sino en cuanto relación fundada en un
“vínculo de mutua perfección”, por usar una expresión de san Pablo (cf. Col
3,12-14). De hecho, el ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios, que
es amor (cf. 1 Jn 4,8.16). El amor recíproco entre el hombre y la mujer es el
reflejo del amor absoluto e indefectible con el que Dios ama al ser humano,
destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del orden social y de la
custodia de la creación.
El bien de la familia no es de tipo agregativo, es decir no consiste en agregar los
recursos de los individuos para aumentar la utilidad de cada uno, sino que es un
vínculo relacional de perfección, que consiste en el compartir las relaciones de amor
fiel, confianza, cooperación, reciprocidad, de las que derivan los bienes de los
individuos miembros de la familia y, por tanto, su felicidad. Entendida así, la
familia, que es un bien relacional en sí mismo, se convierte también en la fuente de
tantos bienes y relaciones para la comunidad, como por ejemplo una buena relación
con el Estado y las otras asociaciones de la sociedad, la solidaridad entre las
familias, la acogida de quien está en dificultad, la atención a los últimos, la lucha
contra los procesos de empobrecimiento, etc.
Este vínculo perfectivo, que podríamos llamar su específico “genoma social”,
consiste en una acción amorosa motivada por el don, por el hecho de vivir según la
regla de la reciprocidad generosa y de la generatividad. La familia humaniza a las
personas a través de la relación de “nosotros” y al mismo tiempo promueve las
legítimas diferencias de cada uno. Esto, atención, es realmente importante para
entender qué es una familia, que no es solo una agregación de personas.
Tal vínculo perfectivo, que podríamos llamar su “genoma social” específico, consiste
en un actuar amoroso motivado por el don, por el vivir según la regla de la
reciprocidad generosa y de la generatividad. La familia humaniza a las personas a
través de la relación del “nosotros” y al mismo tiempo promueve las legítimas
diferencias de cada uno. Esto, atención, es importante para entender qué es una
familia, que no es solamente una agregación de personas.
El pensamiento social de la Iglesia ayuda a comprender este amor relacional propio
de la familia, como ha tratado de hacer la Exhortación apostólica Amoris laetitia,
insertándose en la estela de la gran tradición, pero con esa tradición, dar un paso
adelante.
Un aspecto que quisiera subrayar es que la familia es el lugar de la acogida. No se
habla mucho sobre ello, pero es importante. Sus cualidades se manifiestan de
forma particular en las familias donde están presentes miembros frágiles o con
discapacidad. Estas familias desarrollan virtudes especiales, que potencian las
capacidades de amor o de aguante paciente hacia las dificultades de la vida.
Pensemos en la rehabilitación de los enfermos, en la acogida de los migrantes, y en
general en la inclusión social de quien es víctima de marginación, en todas las
esferas sociales, especialmente en el mundo del trabajo. La asistencia domiciliar
integrada para las personas con discapacidad grave activa en los miembros de la
familia esa capacidad de cuidado que sabe responder a las necesidades específicas
de cada uno. Se piense también en las familias que generan beneficios para toda la
sociedad, entre las cuales las familias adoptivas y las familias de acogida. La familia
–lo sabemos– es el antídoto principal a la pobreza, material y espiritual, como lo es
también al problema del invierno demográfico o la maternidad y paternidad
irresponsable. Estas dos cosas hay que subrayarlas. El invierno demográfico es algo
serio. Aquí en Italia es algo serio respecto a otros países de Europa. No se puede
dejar de lado, es algo serio. Y la irresponsabilidad de la maternidad y de la
paternidad es otra cosa seria que se debe tener en cuenta para ayudar a que no
suceda.
La familia se vuelve un vínculo de perfección y un bien relacional cuanto más hace
florecer su naturaleza propia, ya sea por sí misma, que con la ayuda de las otras
personas y las instituciones, incluidas las gubernamentales. Es necesario que en
todos los países se promuevan políticas sociales, económicas y culturales “amigas
de la familia”. Lo son, por ejemplo, las políticas que hacen posible una armonización
entre familia y trabajo; políticas fiscales que reconocen las cargas familiares y
apoyan las funciones educativas de las familias adoptando instrumentos apropiados
de equidad fiscal; políticas de acogida de la vida; servicios sociales, psicológicos y
sanitarios centrados en el apoyo a las relaciones de pareja y parentales. […]