[…] Nunca como en estos días, en estos tiempos, los juristas católicos están
llamados a afirmar y tutelar los derechos de los más débiles, dentro de un
sistema económico y social que finge incluir las diversidades, pero que de hecho
excluye sistemáticamente a quien no tiene voz. Los derechos de los
trabajadores, de los migrantes, de los enfermos, de los niños no nacidos, de las
personas al final de la vida y de los más pobres son cada vez más a menudo
descuidados y negados en esta cultura del descarte. Quien no tiene la capacidad
de gastar y de consumir parece que no vale nada. Pero negar los derechos
fundamentales, negar el derecho a una vida digna, a cuidados físicos,
psicológicos y espirituales, a un salario justo significa negar la dignidad humana.
Lo estamos viendo: cuántos jornaleros son —perdonadme la palabra— “usados”
para la cosecha de frutas o verduras, y después pagados miserablemente y
echados, sin ninguna protección social. […]