3 octubre 2022 | Discurso del Santo Padre

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS CAPITULARES DE LOS MISIONEROS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA

SALA CLEMENTINA

Queridos hermanos, ¡buenos días y bienvenidos!
Me alegro de conoceros con motivo de vuestro Capítulo General. Doy las gracias al
Superior General, pobre hombre, sacado del desierto y traído a Roma, por su
presentación, y le deseo a él y al nuevo Consejo una labor pacífica y fructífera. Y
agradecemos a los Superiores y Consejeros que han concluido su servicio.
Sois una Familia religiosa dedicada a la evangelización y estáis reunidos para
discernir juntos el futuro de vuestra misión en la Iglesia y en el mundo. Habéis
elegido un tema desafiante para este Capítulo, muy similar al elegido para el
próximo Jubileo de la Iglesia: “Peregrinos de la esperanza en comunión”. Es un
tema que resume vuestra identidad en los caminos del mundo, a los que, como
discípulos de Jesús y seguidores de vuestro fundador san Eugenio de Mazenod,
estáis llamados a llevar el Evangelio de la esperanza, la alegría y la paz. Es un
mundo que, aunque parece haber alcanzado metas que parecían inalcanzables,
sigue siendo esclavo del egoísmo y está lleno de contradicciones y divisiones. El
grito de la tierra y el grito de los pobres, las guerras y los conflictos que derraman
sangre en la historia de la humanidad, la angustiosa situación de millones de
emigrantes y refugiados, una economía que hace cada vez más ricos a los ricos y
más pobres a los pobres, son algunos aspectos de un escenario en el que sólo el
Evangelio puede mantener encendida la luz de la esperanza.
Habéis elegido ser peregrinos, redescubrir y vivir vuestra condición de caminantes
en este mundo, junto a los hombres y mujeres, los pobres y los últimos de la tierra,
a los que el Señor os envía para anunciar su Reino. Vuestro Fundador fue también
un caminante, en los orígenes de vuestra Familia religiosa, cuando recorrió con sus
primeros compañeros las aldeas de su Provenza natal, predicando las misiones
populares y haciendo volver a la fe a los pobres que se habían alejado de ella y a
los que incluso los ministros de la Iglesia habían abandonado. Es un drama cuando
los ministros de la Iglesia abandonan a los pobres.3

Peregrinos y caminantes, siempre dispuestos a partir, como Jesús con sus discípulos
en el Evangelio. Como Congregación misionera, estáis al servicio de la Iglesia en 70
países del mundo. A esta Iglesia, a la que el Fundador os enseñó a amar como a
una madre, ofrecéis vuestro celo misionero y vuestra vida, participando en su
éxodo hacia las periferias del mundo amado por Dios, y viviendo un carisma que os
lleva hacia los más lejanos, los más pobres, aquellos a los que nadie llega. Al
recorrer este camino con amor y fidelidad, vosotros, queridos hermanos, prestáis
un gran servicio a la Iglesia.
Habéis escuchado la llamada a redescubrir vuestra identidad como sacerdotes y
hermanos unidos por los lazos de la consagración religiosa. Peregrinos de la
esperanza, camináis con el santo pueblo de Dios, viviendo con fidelidad vuestra
vocación misionera, junto con los laicos y los jóvenes que comparten en la Iglesia el
carisma de vuestro santo Fundador y que desean ser parte activa de vuestra
misión. San Eugenio os enseñó a mirar el mundo con los ojos del Salvador
crucificado, este mundo por cuya salvación murió Cristo en la cruz.
Ya dedicasteis uno de vuestros anteriores Capítulos Generales al tema de la
esperanza, cuando sentisteis una particular llamada a ser testigos de esta virtud en
un mundo que parece haberla perdido y busca en otra parte la fuente de su
felicidad. Ser misioneros de la esperanza significa saber leer los signos de su
presencia oculta en la vida cotidiana de las personas. Aprended a reconocer la
esperanza entre los pobres a los que sois enviados, que a menudo consiguen
encontrarla en medio de las situaciones más difíciles. Dejaos evangelizar por los
pobres que evangelizáis: ellos os enseñan el camino de la esperanza, para la Iglesia
y para el mundo.
Además, queréis ser testigos de la esperanza en la comunión. La comunión hoy es
un reto del que puede depender el futuro del mundo, de la Iglesia y de la vida
consagrada. Para ser misioneros de la comunión debemos vivirla primero entre
nosotros, en nuestras comunidades y en nuestras relaciones con los demás, y luego
cultivarla con todos sin excepción. Durante vuestro Capítulo os habéis referido con
frecuencia al camino eclesial de este tiempo, que redescubre la belleza y la
importancia de “caminar juntos”. Os exhorto a ser promotores de la comunión
mediante expresiones de solidaridad, cercanía, sinodalidad y fraternidad con todos.
Que el buen samaritano del Evangelio os sirva de ejemplo y de estímulo para
haceros prójimo de toda persona, con el amor y la ternura que le impulsaron a
atender al hombre robado y herido (cf. Lc 10, 29-37). Hacerse prójimo es un
trabajo de todos los días, porque el egoísmo te atrae, te empuja hacia abajo,
hacerse prójimo es salir.
En este Capítulo, también habéis evocado a menudo vuestro compromiso con la
casa común, tratando de traducirlo en decisiones y acciones concretas. Os animo a

seguir trabajando en esta dirección. Nuestra madre tierra nos nutre sin pedir nada a
cambio; de nosotros depende entender que no puede seguir haciéndolo si nosotros
no la cuidamos también. Todos estos son aspectos de esa conversión a la que el
Señor nos llama continuamente. Volver al Padre común, volver a la fuente, volver al
primer amor que os impulsó a dejarlo todo para seguir a Jesús: ¡ésta es el alma de
la consagración y de la misión!
Que vuestro Fundador, el carisma que os transmitió y su visión misionera sean y
permanezcan como puntos de referencia para vuestra vida y vuestro trabajo; para
permanecer arraigados en vuestra vocación misionera, sobre todo viviendo el
testamento del Fundador, en el amor mutuo entre vosotros y en el celo por la
salvación de las almas. Este es el corazón de vuestra misión y el secreto de vuestra
vida, y para ello la Iglesia aún os necesita. En el inmenso campo de la misión que
es el mundo entero, que Jesús sea siempre vuestro modelo, como lo fue para san
Eugenio. Él, ante el Salvador crucificado, decidió un día ofrecer su vida para que
todos, especialmente los pobres, pudieran experimentar el mismo amor de Dios que
le había devuelto al camino de la fe.
Este año habéis celebrado el aniversario de una gracia especial que san Eugenio
recibió hace dos siglos ante la estatua de Nuestra Señora Inmaculada en la iglesia
de la misión de Aix-en-Provence. Esto os renueva la invitación a tomar a María
como compañera de viaje, para que os acompañe siempre en vuestra
peregrinación. María peregrina, María en el camino, María que se levantó deprisa
para ir a servir. Después de decir su “sí” a Dios a través del arcángel Gabriel, salió
deprisa para ir a ver a su prima Isabel, para compartir el don y ponerse a su
servicio. Que María sea también un ejemplo para vosotros en esto, para vuestra
vida y para vuestra misión.
Queridos hermanos, os deseo una buena conclusión del Capítulo y os acompaño con
mis oraciones. De corazón os bendigo a vosotros y a todos vuestros hermanos,
especialmente a los que están enfermos y frágiles y a los que tienen dificultades en
este momento. Y vosotros también, por favor, rezad por mí. Gracias.