Queridos chicos y chicas, queridos profesores, ¡buenos días y bienvenidos!
Estoy contento de que hayáis respondido con entusiasmo a la invitación de la Red
Nacional de las Escuelas para la Paz. ¡Gracias por haber venido! Y gracias a todos
aquellos que han organizado este encuentro, en particular al doctor Lotti.
Os felicito a vosotros estudiantes y a vuestros educadores por el rico programa de
actividades y de formación que habéis emprendido, que culminará con la Marcha
Perugia-Asís en mayo del próximo año, donde tendréis la posibilidad de presentar
los resultados de vuestro trabajo y vuestras propuestas.
Asís se ha convertido en centro mundial de promoción de la paz, gracias a la figura
carismática de ese joven de Asís despreocupado y rebelde llamado Francisco, el
cual dejó a su familia y las riquezas para seguir al Señor y casarse con la Señora
pobreza. Ese joven soñador todavía hoy es fuente de inspiración en lo que se
refiere a la paz, la fraternidad, el amor por los pobres, la ecología, la economía. A lo
largo de los siglos san Francisco ha fascinado a muchas personas, así como me
fascinó también a mí que como Papa he querido tomar su nombre.
Vuestro programa educativo “Por la paz, con el cuidado” quiere responder al
llamamiento por un Pacto Educativo Global, que he dirigido hace tres años a todos
aquellos que trabajan en el campo educativo, para que «se hagan promotores de
los valores del cuidado, la paz, la justicia, la bondad, la belleza, la acogida del otro
y la fraternidad» (Videomensaje, del 15 de octubre de 2020). Y me alegra ver que
no solo las escuelas, las universidades y las organizaciones católicas están
respondiendo a este llamamiento, sino también instituciones públicas, laicas y de
otras religiones.
Para que haya paz, como dice bien vuestro lema, es necesario “cuidar”. A menudo
hablamos de paz cuando nos sentimos directamente amenazados, como en el caso
de un posible ataque nuclear o de una guerra combatida a nuestras puertas. Así
como nos interesamos por los derechos de los migrantes cuando tenemos algún
pariente o amigo emigrante. En realidad, ¡la paz siempre nos concierne, siempre!
Como siempre nos concierne el otro, el hermano y la hermana, y de él y de ella
debemos cuidar.
Un modelo por excelencia del cuidado es el samaritano del Evangelio, que socorre a
un desconocido que encuentra herido en el camino. El samaritano no sabía si ese
desafortunado era una buena persona o un villano, si era rico o pobre, educado o
ignorante, judío, samaritano como él o extranjero; no sabía si esa desventura “se la
había buscado” o no. El Evangelio dice: «Al verle tuvo compasión» (Lc 10,33). Al
verle tuvo compasión. También otros, antes que él, habían visto a ese hombre, pero
habían ido derechos por su camino. El samaritano no se hizo tantas preguntas,
siguió el movimiento de la compasión.
También en nuestro tiempo podemos encontrar testimonios válidos de personas o
instituciones que trabajan por la paz y cuidan a quien está necesitado. Pensemos
por ejemplo en aquellos que han recibido el premio Nobel de la paz, pero también
en tantos desconocidos que de forma silenciosa trabajan por esta causa.
Hoy quisiera recordar a dos figuras de testigos. La primera es la de san Juan XXIII.
Fue llamado el “Papa bueno”, y también el “Papa de la paz”, porque en esos inicios
difíciles de los años sesenta marcados por fuertes tensiones —la construcción del
muro de Berlín, la crisis de Cuba, la guerra fría y la amenaza nuclear— publicó la
famosa y profética Encíclica Pacem in terris. El próximo año serán 60 años, ¡y es
muy actual! El Papa Juan se dirigió a todos los hombres de buena voluntad,
pidiendo la solución pacífica de todas las guerras a través del diálogo y el desarme.
Fue un llamamiento que recibió una gran atención en el mundo, mucho más allá de
la comunidad católica, porque había captado una necesidad de toda la humanidad,
que es todavía la de hoy. Por eso os invito a leer y estudiar la Pacem in terris y a
seguir este camino para defender y difundir la paz.
Pocos meses después la publicación de esa Encíclica, otro profeta de nuestro
tiempo, Martin Luther King, premio Nobel de la paz en 1964, pronunció el histórico
discurso en el que dijo: “Yo tengo un sueño”. En un contexto americano
fuertemente marcado por las discriminaciones raciales, hizo soñar a todos con la
idea de un mundo de justicia, libertad e igualdad. Dijo: “Yo tengo un sueño: que
mis cuatro hijos pequeños vivan un día en una nación donde no serán juzgados por
el color de su piel, sino por la dignidad de su persona”. […]