[…] Queridos hermanos y hermanas, volvamos a mirar a Jesús: sólo Él conoce el
secreto de esta magnanimidad humilde, de este poder manso, de esta universalidad
atenta a los detalles. El secreto del fuego de Dios, que desciende del cielo,
iluminando de un extremo al otro, y que cocina lentamente el alimento de las
familias pobres, de los migrantes, o de quienes no tienen un hogar. También hoy
Jesús quiere traer este fuego a la tierra; quiere encenderlo de nuevo en las orillas
de nuestras historias diarias. Nos llama por nuestro nombre, a cada uno de
nosotros nos llama por nuestro nombre, no somos un número; nos mira a los ojos y
nos pregunta: Tú, nuevo Cardenal —y a todos ustedes, hermanos Cardenales—,
¿puedo contar contigo? Esa es la pregunta del Señor. […]