8 diciembre 2020 | Cartas apostolicas

CARTA APOSTÓLICA PATRIS CORDE DEL SANTO PADRE FRANCISCO CON MOTIVO DEL 150.° ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN DE SAN JOSÉ COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL

[…] Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con
María (cf. Mt 1,18; Lc 1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a
hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de
los cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y
duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro
sitio «no había lugar para ellos» (Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los
pastores (cf. Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban
respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.

Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre
que le reveló el ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner
un nombre a una persona o a una cosa significaba adquirir la pertenencia, como
hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-20). […]

[…] En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto a la madre,
presentó el Niño al Señor y escuchó sorprendido la profecía que Simeón
pronunció sobre Jesús y María (cf. Lc 2,22-35). Para proteger a Jesús de
Herodes, permaneció en Egipto como extranjero (cf. Mt 2,13-18). De regreso en
su tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido pueblo de
Nazaret, en Galilea —de donde, se decía: “No sale ningún profeta” y “no puede
salir nada bueno” (cf. Jn 7,52; 1,46)—, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de
Jerusalén, donde estaba el templo. Cuando, durante una peregrinación a
Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y María lo buscaron
angustiados y lo encontraron en el templo mientras discutía con los doctores de
la ley (cf. Lc 2,41-50).

En el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Levántate, toma contigo al niño y
a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va
a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). José no dudó en obedecer, sin
cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar: «Se levantó, tomó
de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte
de Herodes» (Mt 2,14-15).

En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel
para regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino,
después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían
muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y
que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin
vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel»
(Mt 2,21).

Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea
en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es
la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un
pueblo llamado Nazaret» (Mt 2,22-23).

El evangelista Lucas, por su parte, relató que José afrontó el largo e incómodo
viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto,
para empadronarse en su ciudad de origen. Y fue precisamente en esta
circunstancia que Jesús nació y fue asentado en el censo del Imperio, como
todos los demás niños (cf. Lc 2,1-7). […]