Ordenado pero indocumentado: un testimonio personal- Las nuevas leyes en materia de inmigración que se están redactando en este país, están provocando un enorme miedo e incertidumbre en las muchas personas que viven indocumentadas. Algunas de estas personas residen en mi diócesis y también en mi parroquia. De hecho, yo soy una de ellas.
Durante los últimos 10 años que he vivido en este país lo he hecho solo como inmigrante que carece de los documentos necesarios. Como consecuencia, nunca he podido regresar a mi país, algo que extraño mucho.
Cuando llegué a este país, invitado por el obispo de la diócesis para que estudiara y me convirtiera en sacerdote aquí, tenía todos los documentos en regla. Pero el seminario donde fui a estudiar los extravió.
Con la ayuda de abogados, mi obispo ha intentado corregir mi situación, pero en estos casi diez años no lo ha conseguido. El resultado final es que debo salir del país por mi propia voluntad. De lo contrario, las autoridades pertinentes vendrán a por mí como lo están haciendo ahora, o tal vez me encuentren mientras voy conduciendo. Ésta no es una manera significativa de vivir.
Ahora sé lo que padecen los inmigrantes, puesto que es la vida que vivo yo todos los días. Cuando dejo la casa parroquial para ir a visitar a pacientes en el hospital o enfermos en sus hogares o asistir a cualquier reunión, siempre soy consciente de que tal vez no pueda regresar a casa. Vivo al día.
Si logro encontrar el camino de regreso a mi país, me encantaría trabajar con inmigrantes ya que sé qué es lo que han tenido que soportar. Creo que puedo identificarme con sus sufrimientos y entender su lenguaje del miedo, de la incertidumbre y confiar en que todo salga bien.
Trabajar con inmigrantes es un don de Dios para las personas como nosotros. Sigan llevando a cabo esta buena obra de esperanza. Su amigo y hermano sacerdote, P. XYZ