8 diciembre 2021 | Angelus

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA PAPA FRANCISCO ÁNGELUS

Plaza de San Pedro

Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Hace dos días regresé de mi viaje a Chipre y Grecia. Doy gracias al Señor por
esta peregrinación; les agradezco a todos ustedes por las oraciones que me han
acompañado, y a la gente de esos dos queridos países, con sus autoridades
civiles y religiosas, por el cariño y la amabilidad con que me recibieron. A todos
les repito: ¡gracias!
Chipre es una perla en el Mediterráneo, una perla de rara belleza, que sin
embargo lleva impresa la herida del alambre de púas, el dolor de un muro que la
divide. En Chipre me sentí como en casa; en todos hallé hermanos y hermanas.
Guardo cada reunión en mi corazón, especialmente la Misa en el estadio de
Nicosia. Mi querido hermano ortodoxo Chrysostomos me conmovió cuando me
habló de la Iglesia Madre: como cristianos seguimos caminos diferentes, pero
somos hijos de la Iglesia de Jesús, que es Madre y nos acompaña, nos protege,
nos hace seguir adelante, todos hermanos. Mi deseo para Chipre es que sea
siempre un laboratorio de fraternidad, donde el encuentro prevalezca sobre el
enfrentamiento, donde el hermano sea acogido, especialmente cuando es pobre,
descartado, emigrado. Repito que, frente a la historia, frente a los rostros de los
que emigran, no podemos callarnos, no podemos mirar a otro lado.
En Chipre, como en Lesbos, pude mirar a los ojos este sufrimiento: por favor,
miremos a los ojos a las personas descartadas que encontramos, dejémonos
provocar por los rostros de los niños, hijos de migrantes desesperados. Dejemos
que su sufrimiento nos excave dentro para reaccionar ante nuestra indiferencia;
¡miremos sus caras, para despertar del sueño de la costumbre!
Pienso también con gratitud en Grecia. Allí también recibí una acogida fraterna.
En Atenas me sentí inmerso en la grandeza de la historia, en esa memoria de
Europa: humanismo, democracia, sabiduría, fe. Allí también experimenté la
mística del conjunto: en el encuentro con los hermanos obispos y la comunidad
católica, en la misa festiva, celebrada el día del Señor, y luego con los jóvenes,
que venían de muchas partes, algunos de muy lejos para vivir y compartir la
alegría del evangelio. Y nuevamente, experimenté el don de abrazar al querido
arzobispo ortodoxo Ieronymos: primero me recibió en su casa y al día siguiente
vino a verme. Guardo esta fraternidad en mi corazón. Encomiendo a la Santa
Madre de Dios las muchas semillas de encuentro y esperanza que el Señor ha
sembrado en esta peregrinación. Les pido que continúen orando para que
germinen en la paciencia y florezcan en la confianza. […]