23 octubre 2018 | Discursos

SHARING THE WISDOM OF TIME / LA SABIDURÍA DEL TIEMPO DIÁLOGO CON JÓVENES Y ANCIANOS DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Instituto Patrístico Augustinianum, Roma

[…] Gracias. Me ha gustado ese “no hablo de política, sino de humanidad”. Es sabio. Los jóvenes no tienen la experiencia de las dos guerras. Aprendí de mi abuelo que combatió en la Primera, en el Piave, aprendí muchas cosas, de su historia. Incluso las canciones un poco irónicas contra el rey y la reina, aprendí todo esto. Los dolores, los dolores de la guerra… ¿Qué deja una guerra? Millones de muertos, en la gran masacre. Luego llegó la Segunda, y la conocí en Buenos Aires con tantos migrantes que llegaron: muchos, muchos, muchos, después de la Segunda Guerra Mundial. Italianos, polacos, alemanes… muchos, muchos. Y al escucharlos entendí, todos entendimos lo que era una guerra, que donde estábamos nosotros no sabíamos cómo era. Creo que es importante que los jóvenes conozcan los efectos de las dos guerras del siglo pasado: es un tesoro, negativo, pero un tesoro para transmitir, para crear conciencias. Un tesoro que también ha hecho crecer el arte italiano: el cine de posguerra es una escuela de humanismo. Que ellos sepan que esto es importante, para no caer en el mismo error. Que sepan cómo crece el populismo: por ejemplo, pensemos en los años 32 y 33 de Hitler, aquel jovenzuelo que prometía el desarrollo de Alemania después de un gobierno que había fracasado. Que sepan cómo empiezan los populismos. Usted ha pronunciado una palabra muy fea pero muy real: “sembrar odio”. Y no se puede vivir sembrando odio. Nosotros, en la experiencia religiosa de la historia de la religión, pensamos en la Reforma: hemos sembrado odio, tanto, de ambos lados, protestantes y católicos. Lo he dicho explícitamente en Lund [en Suecia, en el encuentro ecuménico], y ahora, desde hace 50 años, poco a poco, nos hemos dado cuenta de que no era aquel el camino y estamos tratando de sembrar gestos de amistad y no de división. Sembrar odio es fácil, y no solo en la escena internacional, también en el vecindario. Uno va, chismorrea de una vecina, de un vecino, siembra odio y cuando se siembra odio hay división, hay maldad en la vida cotidiana. Sembrar odio con los comentarios, con los chismes… De la gran guerra bajo a los chismes, pero son de la misma especie. Sembrar odio incluso con los chismes en la familia, en el vecindario, es matar: matar la fama de los demás, matar la paz y la armonía en la familia, en el vecindario, en el lugar de trabajo, alimentar los celos, las competiciones de las que habló la primera chica. ¿Qué hago, —era su pregunta— cuando veo que el Mediterráneo es un cementerio? Yo, le digo la verdad, sufro, rezo, hablo. No debemos aceptar este sufrimiento. No hay que decir “pero se sufre en todas partes, sigamos adelante…”. No, no está bien. Hoy hay una tercera guerra mundial en pedazos: una pedazo aquí, un pedacito allí, y allí, y allí… Mirad los lugares de conflicto. Falta de humanidad, agresión, odio entre culturas, entre tribus, incluso una deformación de la religión para poder odiar mejor. Este no es un camino: este es el camino del suicidio de la humanidad. Sembrar odio, preparar la tercera guerra mundial, que está en curso en pedazos. Y creo que no exagero… Me viene a la mente —y esto hay que decírselo a los jóvenes—, aquella profecía de Einstein: “La cuarta guerra mundial se combatirá con piedras y palos”, porque la tercera habrá destruido todo. Sembrar odio y hacer que crezca el odio, crear violencia y división es un camino de destrucción, de suicidio, de otras destrucciones. Esto se puede cubrir [justificar] con la libertad, ¡se puede cubrir con muchos motivos! Ese jovenzuelo del siglo pasado, en los años 30, lo cubría con la pureza de la raza. Y ahora, los migrantes. Acoger al migrante es un mandato bíblico, porque “tú mismo has sido un migrante en Egipto” (cf. Lv 19, 34). Luego, pensemos: a Europa la han hecho los migrantes, tantas corrientes migratorias a lo largo de los siglos han hecho a la Europa de hoy, las culturas se han mezclado. Y Europa sabe muy bien que en tiempos malos otros países de América, por ejemplo, tanto del Norte como del Sur, han acogido a los migrantes europeos, saben lo que esto significa. Debemos retomar, antes de expresar un juicio sobre el problema de la migración, retomar nuestra historia europea. Soy hijo de un migrante que fue a Argentina, y muchos, en Estados Unidos, muchos tienen un apellido italiano, son migrantes. Recibidos con el corazón y con las puertas abiertas. Pero el cierre es el comienzo del suicidio. Es cierto que se debe acoger a los migrantes, que se les debe acompañar, pero sobre todo se les debe integrar. Si los acogemos, al tuntún [como cae, sin un plan], no hacemos un buen servicio: hay un trabajo de integración. Suecia, en esto, ha sido un ejemplo durante más de 40 años. Lo viví de cerca: cuántos argentinos y uruguayos, en el momento de nuestras dictaduras militares, han sido refugiados en Suecia. E inmediatamente los integraron, de inmediato. Escuela, trabajo… Integrados en la sociedad. Y cuando fui a Lund el año pasado, me recibió en el aeropuerto el Primer Ministro, y luego, como no podía venir a despedirse, envió una ministra, creo que era la de Cultura… En Suecia, donde todos son rubios, ésta era más morena, una Ministro de cultura así … Luego me enteré de que era la hija de una sueca y de un migrante africano. Tan integrada que ha llegado a ser ministra del país. Así es como se integran las cosas. En cambio, la tragedia que todos recordamos de Zaventem [en Bélgica] no la causaron los extranjeros: ¡eran jóvenes belgas! Pero jóvenes belgas que habían sido “guetizados” en un barrio. Sí, habían sido acogidos pero no integrados. Y este no es el camino. Un gobierno debe tener — estos son los criterios — el corazón abierto para recibir, las buenas estructuras para hacer el camino de la integración y también la prudencia de decir: hasta este punto, puedo, más, no puedo. Y por eso es importante que toda Europa se ponga de acuerdo sobre este problema. Al contrario el peso más fuerte recae en Italia, Grecia, España, Chipre, estos tres o cuatro países… Es importante. Pero, por favor, no sembrar odio. Y hoy, yo pediría a todos que mirasen por favor al nuevo cementerio europeo: se llama Mediterráneo, se llama Egeo. Esto es lo que se me ocurre decirle. Y gracias por haber hecho esta pregunta, no por política, sino por humanidad. ¡Gracias! […]