Mis pensamientos se dirigen principalmente a las personas que han perdido a sus seres queridos y sus hogares, a las familias que se han separado y nunca se han vuelto a encontrar, a todos los niños y ancianos, a las mujeres y a los hombres que sufren terriblemente por causa de los conflictos y de la violencia que ha sembrado la muerte, el hambre, el dolor y las lágrimas. Hemos escuchado con fuerza ese grito de los pobres y de los necesitados que penetra en los cielos hasta el corazón de Dios Padre, que quiere hacerles justicia y darles la paz. Pienso muy a menudo en estas almas que sufren e imploro que el fuego de la guerra se apague de una vez por todas, que puedan regresar a sus hogares y vivir con serenidad. Suplico a Dios todopoderoso que llegue la paz a vuestra tierra, y también me dirijo a los hombres de buena voluntad para que llegue la paz a vuestro pueblo.