[…] Cuando se escribió el gran relato bíblico de la Creación, el pueblo de Israel
no estaba atravesando días felices. Una potencia enemiga había ocupado su
tierra; muchos habían sido deportados, y se encontraban ahora esclavizados en
Mesopotamia. No había patria, ni templo, ni vida social y religiosa, nada.
Y sin embargo, partiendo precisamente de la gran historia de la Creación,
alguien comenzó a encontrar motivos para dar gracias, para alabar a Dios por la
existencia. La oración es la primera fuerza de la esperanza. Tú rezas y la
esperanza crece, avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza.
La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta. Porque los hombres
de oración custodian las verdades basilares; son los que repiten, primero a sí
mismos y luego a todos los demás, que esta vida, a pesar de todas sus fatigas y
pruebas, a pesar de sus días difíciles, está llena de una gracia por la que
maravillarse. Y como tal, siempre debe ser defendida y protegida. […]