22 enero 2020 | Audiencia General

PAPA FRANCISCO AUDIENCIA GENERAL

Aula Paolo VI

[…] Queridísimos: la hospitalidad es importante; y es también una importante virtud ecuménica. Significa reconocer, ante todo, que los demás cristianos son verdaderamente nuestros hermanos y nuestras hermanas en Cristo. Somos hermanos. Alguien os dirá: “Pero ese es protestante, ese es ortodoxo…”. Sí, pero somos hermanos en Cristo. No es un acto de generosidad en un solo sentido, porque cuando somos hospitalarios con otros cristianos los acogemos como un regalo que nos han hecho. Como los malteses ― buenos, estos malteses― somos recompensados porque recibimos lo que el Espíritu Santo ha sembrado en estos hermanos y hermanas nuestros, que se convierte en un regalo también para nosotros porque el Espíritu Santo siembra también su gracia por doquier. Acoger a los cristianos de otra tradición significa, en primer lugar, mostrar el amor de Dios por ellos, porque son hijos de Dios ―hermanos nuestros―, y también recibir lo que Dios ha realizado en sus vidas. La hospitalidad ecuménica requiere la voluntad de escuchar a los otros cristianos, prestando atención a sus historias personales de fe y a la historia de su comunidad, comunidad de fe con otra tradición diferente de la nuestra. La hospitalidad ecuménica implica el deseo de conocer la experiencia que otros cristianos tienen de Dios y la expectativa de recibir los dones espirituales que la acompañan. Y esto es una gracia, descubrir esto es una gracia. Pienso en los tiempos pasados, en mi tierra por ejemplo. Cuando vinieron algunos misioneros evangélicos, un grupito de católicos iba a quemarles las tiendas. Esto no: No es cristiano. Somos hermanos, todos somos hermanos, y debemos ser hospitales unos con otros. Hoy, el mar en el que naufragaron Pablo y sus compañeros vuelve a ser un lugar peligroso para la vida de otros navegantes. En todo el mundo, los hombres y las mujeres migrantes enfrentan viajes arriesgados para escapar de la violencia, para escapar de la guerra, para escapar de la pobreza. Como Pablo y sus compañeros experimentan la indiferencia, la hostilidad del desierto, de los ríos, de los mares… Muchas veces no les dejan desembarcar en los puertos. Pero, desgraciadamente, a veces también encuentran la hostilidad mucho peor de los seres humanos. Son explotados por traficantes criminales: ¡Hoy! Son tratados como números y como una amenaza por algunos gobernantes: ¡Hoy! A veces la inhospitalidad los arroja de nuevo como una ola hacia la pobreza o hacia los peligros de los que han huido. Nosotros, como cristianos, debemos trabajar juntos para mostrar a los migrantes el amor de Dios revelado por Jesucristo. Podemos y debemos testimoniar que no hay solamente hostilidad e indiferencia, sino que cada persona es preciosa para Dios y amada por Él. Las divisiones que existen todavía entre nosotros nos impiden ser plenamente el signo del amor de Dios por el mundo. Trabajar juntos para vivir la hospitalidad ecuménica, particularmente con aquellos cuyas vidas son más vulnerables, hará de todos nosotros, los cristianos ―protestantes, ortodoxos, católicos, todos los cristianos― mejores seres humanos, mejores discípulos y un pueblo cristiano más unido. Nos acercará más a la unidad, que es la voluntad de Dios para nosotros. […]