27 septiembre 2017 | Audiencia General

PAPA FRANCISCO AUDIENCIA GENERAL

[…] Un poeta francés —Charles Péguy— nos dejó páginas estupendas sobre la esperanza (cf. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice de forma poética que Dios no se asombra tanto por la fe de los seres humanos, ni por su caridad, sino que lo que realmente le llena de maravilla y asombro es la esperanza de la gente: «Que los pobres hijos —escribe— vean cómo van las cosas y que crean que irán mejor mañana». La imagen del poeta recuerda a los rostros de tanta gente que está de paso en este mundo —campesinos, pobres, obreros, migrantes en busca de un futuro mejor— que ha luchado tenazmente a pesar de la amargura de un presente difícil, lleno de tantas pruebas, pero animada por la confianza de que sus hijos hubieran tenido una vida más justa y serena. Luchaban por los hijos, luchaban en la esperanza.
La esperanza es el impulso en el corazón de quien se va dejando la casa, la tierra y a veces, a familiares y parientes —pienso en los emigrantes—, para buscar una vida mejor, más digna, para sí mismos y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar… La esperanza es el impulso para «compartir el viaje», porque el viaje se hace en dos: los que vienen a nuestra tierra y nosotros, que vamos hacia su corazón, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje a dos vías, pero sin esperanza, ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el impulso para compartir el viaje de la vida, como recuerda la Campaña de Cáritas que inauguramos hoy. Hermanos, ¡no tenemos miedo de compartir el viaje! ¡No tenemos miedo! ¡No tenemos miedo de compartir la esperanza! […]

Me complace recibir a los representantes de Cáritas, aquí reunidos para iniciar de forma oficial la campaña «Comparte el viaje» —hermoso nombre de vuestra campaña: compartir el viaje— , que he querido hacer coincidir con esta audiencia. Doy la bienvenida a los migrantes, a los solicitantes de silo y a los refugiados que, junto a los trabajadores de la Cáritas italiana y de otras organizaciones católicas, son símbolo de una Iglesia que buscar ser abierta, inclusiva, acogedora. Gracias a todos por vuestro incansable servicio. Vosotros habéis aplaudido ya, pero ellos se merecen realmente un gran aplauso, ¡de todos! Con vuestro empeño cotidiano, nos recordáis que el mismo Cristo nos pide acoger a nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados con los brazos, con los brazos bien abiertos. Acoger precisamente así, con los brazos bien abiertos. Cuando los brazos están abiertos, están listos para un abrazo sincero, para un abrazo afectuoso, un abrazo envolvente, un poco como esta columnata en la Plaza, que representa a la Iglesia madre que abraza a todos al compartir el viaje común. Doy la bienvenida también a los representantes de tantas organizaciones de la sociedad civil empeñados en la asistencia a migrantes y refugiados, que, junto a Cáritas, han dado su apoyo a la recogida de firmas para una nueva ley migratoria, más relevante en el contexto actual. Sed todos bienvenidos.