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PAPA FRANCISCO ÁNGELUS

Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
[…] También pienso en la población de Haití, que vive en condiciones extremas.
Les pido a los líderes de las naciones que apoyen a este país, que no lo dejen
solo. Y vosotros, al regresar a casa, buscad noticias sobre Haití y rezad, rezad
mucho. Estaba viendo en el programa “A Sua Immagine”, el testimonio de un
misionero camiliano en Haití, el Padre Massimo Miraglio, las cosas que decía…
cuánto sufrimiento, cuánto dolor hay en esta tierra, y cuánto mucho abandono.
¡No los abandonemos! […]

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PAPA FRANCISCO ÁNGELUS

Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Expreso mi cercanía a los miles de migrantes, refugiados y demás necesitados
de protección en Libia: jamás los olvido; siento sus gritos y rezo por ustedes.
Muchos de estos hombres, mujeres y niños son sometidos a una violencia
inhumana. Nuevamente pido a la comunidad internacional que mantenga las
promesas de buscar soluciones comunes, concretas y duraderas para la gestión
de los flujos migratorios en Libia y en todo el Mediterráneo. ¡Cómo sufren
aquellos que son rechazados! Allí hay verdaderos campos de concentración. Es
necesario terminar con el hacer regresar de los migrantes a países inseguros y
dar prioridad al socorro de vidas humanas en altamar con dispositivos de
salvamento y de desembarco previsible, garantizarles condiciones de vida
dignas, alternativas a la detención, vías regulares de migración y acceso a los
procedimientos de asilo. Sintámonos todos responsables de estos hermanos y
hermanas nuestros, que desde hace demasiados años son víctimas de esta
situación gravísima. Recemos juntos en silencio por ellos. […]

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN «CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE»

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Me complace encontrarme con vosotros en el marco de vuestro congreso
internacional. Gracias, señora presidenta, por sus palabras amables y claras,
como siempre hace Usted, claras. En estos días estáis tratando temas grandes y
esenciales: la solidaridad, la cooperación y la responsabilidad como antídotos
contra la injusticia, la desigualdad y la exclusión.
Son reflexiones importantes en un momento en que la incertidumbre y la
precariedad que marcan la existencia de tantas personas y comunidades se ven
agravadas por un sistema económico que sigue descartando vidas en nombre del
dios dinero, instilando actitudes rapaces hacia los recursos de la Tierra y
alimentando tantas formas de desigualdad. No podemos permanecer
indiferentes. Pero la respuesta a la injusticia y a la explotación no es sólo la
denuncia: es sobre todo la promoción activa del bien: denunciar el mal, pero
promover el bien. Y por ello os expreso mi agradecimiento: por las actividades
que lleváis a cabo, especialmente en el campo de la educación y la formación,
sobre todo por vuestro compromiso de financiar estudios e investigaciones para
los jóvenes sobre nuevos modelos de desarrollo económico y social inspirados en
la doctrina social de la Iglesia. Es importante, lo necesitamos: en el terreno
contaminado por el dominio de las finanzas necesitamos muchas pequeñas
semillas para que brote una economía justa y beneficiosa, a escala humana y
digna del ser humano. Necesitamos posibilidades que se conviertan en
realidades, realidades que den esperanza. Esto significa poner en práctica la
enseñanza social de la Iglesia.
Retomo la palabra «predominio de las finanzas». Hace cuatro años vino a verme
una gran economista, que también trabajaba en un gobierno. Y me dijo que
había intentado entablar un diálogo entre economía, humanismo y fe, y religión,
y que salió bien; un diálogo que empezó bien y sigue yendo bien, en un grupo
de reflexión. Intenté lo mismo —me dijo— con las finanzas, el humanismo y la
religión, y no pudimos ni siquiera empezar. Interesante. Me da qué pensar.
Aquella mujer me hacía sentir que las finanzas eran algo inasible, algo “líquido”,
“gaseoso” que al final acaba como la carta en cadena … Os cuento esa
experiencia: tal vez os puede servir.
Precisamente las tres palabras que habéis elegido —solidaridad, cooperación y
responsabilidad— son las tres piedras angulares de la doctrina social de la
Iglesia, que considera a la persona humana, naturalmente abierta a la relación,
como la cumbre de la creación y el centro del orden social, económico y político.
Con esta mirada, atenta al ser humano y sensible a la concreción de las
dinámicas históricas, la doctrina social contribuye a una visión del mundo
opuesta a la visión individualista, en la medida en que se basa en la
interconexión entre las personas y tiene como meta el bien común. Al mismo
tiempo, se opone a la visión colectivista, que hoy resurge en una nueva versión,
oculta en los proyectos de normalización tecnocrática. Pero no se trata de un
«asunto político». La doctrina social está anclada en la Palabra de Dios, para
orientar los procesos de promoción humana a partir de la fe en el Dios hecho
hombre. Por eso hay que seguirla, amarla y desarrollarla: retomemos la doctrina
social, démosla a conocer: ¡es un tesoro de la tradición de la Iglesia!
Precisamente, al estudiarla, vosotros también os habéis sentido llamados a
comprometeros contra las desigualdades, que perjudican sobre todo a los más
débiles, y a trabajar por una fraternidad real y efectiva.
Solidaridad, cooperación, responsabilidad: son tres palabras que situáis en el
centro de vuestras reflexiones en estos días y que recuerdan el misterio de Dios
mismo, que es Trinidad. Dios es una comunión de Personas y nos orienta a
realizarnos a través de la apertura generosa a los demás (solidaridad), de la
colaboración con los demás (cooperación), del compromiso por los demás
(responsabilidad). Y a hacerlo en todas las expresiones de la vida social, a través
de las relaciones, el trabajo, el compromiso civil, la relación con la creación, la
política: en todos los ámbitos estamos hoy más que nunca obligados a dar
testimonio de la preocupación por los demás, a salir de nosotros mismos, a
comprometernos con gratuidad en el desarrollo de una sociedad más justa y
equitativa, donde no prevalezcan el egoísmo y los intereses partidistas. Y, al
mismo tiempo, estamos llamados a velar por el respeto de la persona humana,
su libertad y la protección de su dignidad inviolable. He aquí la misión de aplicar
la enseñanza social de la Iglesia.
Queridos amigos, sabemos que al promover estos valores y este modo de vida, a
menudo vamos a contracorriente, pero —recordemos siempre— no estamos
solos. Dios se ha acercado a nosotros. No con palabras, sino con su presencia:
Dios se encarnó en Jesús. Y con Jesús, que se hizo hermano nuestro,
reconocemos en cada hombre un hermano, en cada mujer una hermana.
Animados por esta comunión universal, como comunidad creyente podemos
colaborar sin miedo con cada uno por el bien de todos: sin cerrazones, sin
visiones excluyentes, sin prejuicios. Como cristianos estamos llamados a un
amor sin fronteras y sin límites, signo y testimonio de que podemos ir más allá
de los muros del egoísmo y de los intereses personales y nacionales; más allá
del poder del dinero que a menudo decide las causas de los pueblos; más allá de
las vallas de las ideologías, que dividen y amplifican el odio; más allá de todas
las barreras históricas y culturales y, sobre todo, más allá de la indiferencia: esa
cultura de la indiferencia que, desgraciadamente es cotidiana. Todos podemos
ser hermanos y, por tanto, podemos y debemos pensar y actuar como hermanos
de todos. Puede parecer una utopía inalcanzable. Preferimos creer, en cambio,
que es un sueño posible, porque es el mismo sueño del Dios uno y trino. Con su
ayuda, es un sueño que puede empezar a realizarse también en este mundo.
Por lo tanto, construir un mundo más solidario, justo y equitativo es una gran
tarea. Para un creyente no es algo práctico desligado de la doctrina, sino que es
dar contenido a la fe, una alabanza a Dios amante del ser humano, amante de la
vida. Sí, queridos hermanos y hermanas, el bien que hacéis a cada persona en la
tierra alegra el corazón de Dios en el cielo. Continuad vuestro camino con
valentía. Os acompaño en la oración y os bendigo a vosotros y a vuestros
esfuerzos. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LOS MOVIMIENTOS POPULARES

[…] Y si de pandemia se trata, no podemos dejar de cuestionarnos por el flagelo
de la crisis alimentaria. Pese a los avances de la biotecnología millones de
personas fueron privadas de alimentos, aunque estos estén disponibles. Este
año, 20 millones de personas más se han visto arrastradas a niveles extremos
de inseguridad alimentaria, ascendiendo a [muchos] millones de personas; la
indigencia grave se multiplicó, el precio de los alimentos escaló un altísimo
porcentaje. Los números del hambre son horrorosos, y pienso, por ejemplo, en
países como Siria, Haití, Congo, Senegal, Yemen, Sudán del Sur pero el hambre
también se hace sentir en muchos otros países del mundo pobre y, no pocas
veces, también en el mundo rico. Es posible que las muertes por año por causas
vinculadas al hambre puedan superar a las del COVID (“El virus del hambre se
multiplica”, Informe de Oxfam del 9 de julio de 2021, en base al Global Report
on Food Crises (GRFC) del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones
Unidas). Pero eso no es noticia, eso no genera empatía.
Quiero agradecerles porque ustedes sintieron como propio el dolor de los otros.
Ustedes saben mostrar el rostro de la verdadera humanidad, esa que no se
construye dando la espalda al sufrimiento del que está al lado sino en el
reconocimiento paciente, comprometido y muchas veces hasta doloroso de que
el otro es mi hermano (cf. Lc 10,25-37) y que sus dolores, sus alegrías y sus
sufrimientos son también los míos (cf. GS 1). Ignorar al que está caído es
ignorar nuestra propia humanidad que clama en cada hermano nuestro.
Cristianos o no, han respondido a Jesús, que dijo a sus discípulos frente al
pueblo hambriento: «Denles ustedes de comer» (Mt 14,16). Y donde había
escasez, el milagro de la multiplicación se repitió en ustedes que lucharon
incansablemente para que a nadie le faltase el pan (cf. Mt 14,13-21). ¡Gracias!
Al igual que los médicos, enfermeros y el personal de salud en las trincheras
sanitarias, ustedes pusieron su cuerpo en la trinchera de los barrios marginados.
Tengo presente muchos, entre comillas, “mártires” de esa solidaridad sobre
quienes supe por medio de muchos de ustedes. El Señor se los tendrá en
cuenta.
Si todos los que por amor lucharon juntos contra la pandemia pudieran también
soñar juntos un mundo nuevo, ¡qué distinto sería todo! Soñar juntos. …)
En Fratelli tutti utilicé la parábola del Buen Samaritano como la representación
más clara de esta opción comprometida en el Evangelio. Me decía un amigo que
la figura del Buen Samaritano está asociada por cierta industria cultural a un
personaje medio tonto. Es la distorsión que provoca el hedonismo depresivo con
el que se pretende neutralizar la fuerza transformadora de los pueblos y en
especial de la juventud.
¿Saben lo que me viene a la mente a mí ahora, junto a los movimientos
populares, cuando pienso en el Buen Samaritano? ¿Saben lo que me viene a la
mente? Las protestas por la muerte de George Floyd. Está claro que este tipo de
reacciones contra la injusticia social, racial o machista pueden ser manipuladas o
instrumentadas para maquinaciones políticas y cosas por el estilo; pero lo
esencial es que ahí, en esa manifestación contra esa muerte, estaba el
“samaritano colectivo” —¡que no era ningún bobeta!—. Ese movimiento no pasó
de largo cuando vio la herida de la dignidad humana golpeada por semejante
abuso de poder. Los movimientos populares son, además de poetas sociales,
“samaritanos colectivos”.
En estos procesos hay tantos jóvenes que yo siento esperanza…; pero hay
muchos otros jóvenes que están tristes, que tal vez para sentir algo en este
mundo necesitan recurrir a las consolaciones baratas que ofrece el sistema
consumista y narcotizante. Y otros, es triste, pero otros optan por salir del
sistema. Las estadísticas de suicidios juveniles no se publican en su total
realidad. Lo que ustedes realizan es muy importante, pero también es
importante que logren contagiar a las generaciones presentes y futuras lo mismo
que a ustedes les hace arder el corazón. Tienen en esto un doble trabajo o
responsabilidad. Seguir atentos, como el buen Samaritano, a todos aquellos que
están golpeados por el camino pero, a su vez, buscar que muchos más se sumen
en este sentir: los pobres y oprimidos de la tierra se lo merecen, nuestra casa
común nos lo reclama.
Quiero ofrecer algunas pistas. La Doctrina social de la Iglesia no tiene todas las
respuestas, pero sí algunos principios que pueden ayudar a este camino a
concretizar las respuestas y ayudar tanto a los cristianos como a los no
cristianos. A veces me sorprende que cada vez que hablo de estos principios
algunos se admiran y entonces el Papa viene catalogado con una serie de
epítetos que se utilizan para reducir cualquier reflexión a la mera adjetivación
degradatoria. No me enoja, me entristece. Es parte de la trama de la
post-verdad que busca anular cualquier búsqueda humanista alternativa a la
globalización capitalista, es parte de la cultura del descarte y es parte del
paradigma tecnocrático.
Los principios que expongo son mesurados, humanos, cristianos, compilados en
el Compendio elaborado por el entonces Pontificio Consejo “Justicia y Paz” [3].
Es un manualito de la Doctrina social de la Iglesia. Y a veces cuando los Papas,
sea yo, o Benedicto, o Juan Pablo II decimos alguna cosa, hay gente que se
extraña, ¿de dónde saca esto? Es la doctrina tradicional de la Iglesia. Hay mucha
ignorancia en esto. Los principios que expongo, están en ese libro, en el capítulo
cuarto. Quiero aclarar una cosa, están compilados en este Compendio y este
Compendio fue encargado por san Juan Pablo ll. Les recomiendo a ustedes y a
todos los líderes sociales, sindicales, religiosos, políticos y empresarios que lo
lean.
En el capítulo cuarto de este documento encontramos principios como la opción
preferencial por los pobres, el destino universal de los bienes, la solidaridad, la
subsidiariedad, la participación, el bien común, que son mediaciones concretas
para plasmar a nivel social y cultural la Buena Noticia del Evangelio. Y me
entristece cuando algunos hermanos de la Iglesia se incomodan si recordamos
estas orientaciones que pertenecen a toda la tradición de la Iglesia. Pero el Papa
no puede dejar de recordar esta doctrina, aunque muchas veces le moleste a la
gente, porque lo que está en juego no es el Papa sino el Evangelio.
Y en este contexto, quisiera rescatar brevemente algunos principios con los que
contamos para llevar adelante nuestra misión. Mencionaré dos o tres, no más.
Uno es el principio de solidaridad. La solidaridad no sólo como virtud moral sino
como un principio social, principio que busca enfrentar los sistemas injustos con
el objetivo de construir una cultura de la solidaridad que exprese —literalmente
dice el Compendio— «una determinación firme y perseverante de empeñarse por
el bien común» (n. 193).
Otro principio es estimular y promover la participación y la subsidiariedad entre
movimientos y entre los pueblos capaz de limitar cualquier esquema autoritario,
cualquier colectivismo forzado o cualquier esquema estado céntrico. El bien
común no puede utilizarse como excusa para aplastar la iniciativa privada, la
identidad local o los proyectos comunitarios. Por eso, estos principios promueven
una economía y una política que reconozca el rol de los movimientos populares,
«la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales; en
definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural,
deportivo, recreativo, profesional y político, a las que las personas dan vida
espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social». Esto en el
número 185 del Compendio.

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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO CON MOTIVO DEL 57° COLOQUIO DE LA FUNDACIÓN IDEA

Quiero saludar el espacio de diálogo que se han propuesto la Fundación Idea y la
Unión de trabajadores de la economía popular. Deseo de corazón que sea un
momento de verdadero intercambio que pueda recoger el aporte innovador de
los empresarios y el de los trabajadores que luchan por su dignidad y por sus
familias.
Varias veces me he referido a la noble vocación del empresario que busca con
creatividad producir riqueza y diversificar la producción, haciendo posible al
mismo tiempo la generación de puestos de trabajo.
Porque no me cansaré de referirme a la dignidad del trabajo. Lo que da dignidad
es el trabajo. El que no tiene trabajo, siente que le falta algo, le falta esa
dignidad que da propiamente el trabajo, que unge de dignidad.
Algunos me han hecho decir cosas que yo no sostengo: que propongo una vida
sin esfuerzo, o que desprecio la cultura del trabajo. Imagínense si se puede decir
eso de un descendiente de piamonteses, que no vinieron a nuestro país con
ganas de ser mantenidos sino con un enorme deseo de arremangarse para
construir un futuro para sus familias. Es curioso, no ponían la plata en el banco
los migrantes, sino que: ladrillos y terreno. La casa, lo primero. Miraban
adelante hacia la familia. Inversión de familia.
El trabajo expresa y alimenta la dignidad del ser humano, le permite desarrollar
las capacidades que Dios le regaló, le ayuda a tejer relaciones de intercambio y
ayuda mutua, le permite sentirse colaborador de Dios para cuidar y desarrollar
este mundo, le hace sentirse útil a la sociedad y solidario con sus seres queridos.
Por eso el trabajo, más allá de los cansancios y dificultades, es el camino de
maduración, de realización de la persona, que da alas a los mejores sueños.
Siendo esto así, queda claro que los subsidios sólo pueden ser una ayuda
provisoria. No se puede vivir de subsidios, porque el gran objetivo es brindar
fuentes de trabajo diversificadas que permitan a todos construir el futuro con el
esfuerzo y el ingenio. Por ser diversificadas, abren el camino para que las
distintas personas encuentren el contexto más adecuado para desarrollar sus
propios dones, ya que no todos tienen las mismas capacidades e inclinaciones.
Por esta senda creo que el diálogo entre los empresarios y los trabajadores es no
sólo indispensable sino también fecundo y prometedor. Gracias por este coloquio
que han planteado con un propósito tan noble.
Que Dios los bendiga y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN REUNIÓN INTERPARLAMENTARIA PREPARATORIA DE LA COP26

¡Honorables señoras y señores!
Os doy la bienvenida y agradezco a la Sra. Casellati y al Sr. Fico sus amables
palabras.
Hace unos días, el 4 de octubre, tuve el placer de reunirme con varios líderes
religiosos y científicos para firmar un llamamiento conjunto con vistas a la
COP26. Lo que impulsó ese encuentro, preparado durante meses de intenso
diálogo, fue «la conciencia —cito del Llamamiento— de los desafíos sin
precedentes que nos amenazan a nosotros y a la vida en nuestra magnífica casa
común, [… y] la necesidad de una solidaridad cada vez más profunda ante la
pandemia mundial y la creciente preocupación por nuestra casa común» (Fe y
Ciencia: Hacia la COP26 – Llamamiento conjunto, 4 de octubre de 2021).
En esa ocasión, animados por un espíritu de fraternidad, percibimos una fuerte
convergencia de todas las diferentes voces en la expresión de dos aspectos. Por
un lado, el dolor por los graves daños causados a la familia humana y a su casa
común; por otro, la urgente necesidad de iniciar un cambio de rumbo capaz de
pasar de forma decidida y convincente de la cultura del descarte, imperante en
nuestra sociedad, a una cultura del cuidado.
Es un reto exigente y complejo, pero la humanidad tiene los medios para
afrontar esta transformación, que requiere una conversión verdadera y propia y
la firme voluntad de emprenderla. La requiere, en particular, de quienes están
llamados a ocupar puestos de gran responsabilidad en las distintas esferas de la
sociedad.
En el llamamiento conjunto que firmamos, y que idealmente os confío al
entregarlo a los presidentes de las dos cámaras del Parlamento italiano, hay
muchos compromisos que pretendemos asumir en el ámbito de la acción y el
ejemplo, así como en el de la educación. En efecto, estamos ante un importante
reto educativo, porque «cada cambio requiere un camino educativo que haga
madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora»
(Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo, 12 de septiembre de 2019).
Un reto a favor de una educación para la ecología integral con la que nosotros,
los representantes de las religiones estamos fuertemente comprometidos.
Al mismo tiempo, hacemos un llamamiento a los gobiernos para que adopten
rápidamente una vía que limite el aumento de la temperatura media mundial e
impulsen acciones valientes, reforzando también la cooperación internacional. En
concreto, se les insta a promover la transición a la energía limpia; a adoptar
prácticas de uso sostenible de la tierra que preserven los bosques y la
biodiversidad; a favorecer sistemas alimentarios que respeten el medio ambiente
y las culturas locales; a continuar la lucha contra el hambre y la malnutrición; y
a apoyar estilos de vida, consumo y producción sostenibles.
Se trata de una transición hacia un modelo de desarrollo más integral y
completo, basado en la solidaridad y la responsabilidad; una transición en la que
también hay que tener muy en cuenta los efectos que tendrá en el mundo del
trabajo.
En este reto, cada uno tiene su papel, y el de los parlamentarios es
especialmente significativo, yo diría que decisivo. Un cambio de rumbo tan
exigente como el que tenemos ante nosotros requiere una gran sabiduría,
clarividencia y sentido del bien común, que son virtudes fundamentales de la
buena política. Vosotros, parlamentarios, como actores principales de la
actividad legislativa, tenéis la tarea de orientar los comportamientos a través de
los diversos instrumentos que ofrece el derecho, «que establece las reglas para
las conductas admitidas a la luz del bien común» (Carta Encíclica Laudato si’,
177) y sobre la base de otros principios cardinales, como la dignidad de la
persona humana, la solidaridad y la subsidiariedad (cf. Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia, 160ss). El cuidado de nuestra casa común entra
naturalmente en el ámbito de estos principios. Evidentemente, no se trata sólo
de desalentar y sancionar las malas prácticas, sino también y sobre todo de
fomentar y estimular nuevas vías más acordes con el objetivo que se pretende
lograr. Esto es esencial si queremos alcanzar los objetivos establecidos en el
Acuerdo de París y contribuir al éxito de la COP26.
Espero, por lo tanto, que vuestro duro trabajo en el período previo a la COP26 y
también después de ella esté iluminado por dos importantes “faros”: el faro de la
responsabilidad y el faro de la solidaridad. Se lo debemos a los jóvenes, a las
futuras generaciones que merecen todo nuestro esfuerzo para poder vivir y
esperar. Para ello, necesitamos leyes urgentes, sabias y justas que traspasen las
estrechas vallas de muchos círculos políticos y puedan alcanzar un consenso
adecuado lo antes posible, utilizando medios fiables y transparentes.
Gracias de nuevo por vuestra visita. Que Dios os bendiga a vosotros, a vuestras
familias y a vuestro trabajo.

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CEREMONIA DE CLAUSURA DEL ENCUENTRO DE ORACIÓN POR LA PAZ ORGANIZADO POR LA COMUNIDA DE SANT’EGIDIO: «PUEBLOS HERMANOS, TIERRA FUTURA. RELIGIONES Y CULTURAS EN DIÁLOGO» DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:
Saludo y agradezco a todos ustedes, líderes de las Iglesias, autoridades políticas
y representantes de las grandes religiones mundiales. Es hermoso estar aquí
juntos, llevando en el corazón y al corazón de Roma los rostros de las personas
que tenemos a nuestro cargo. Y, sobre todo, es importante rezar y compartir,
claramente y con sinceridad, las preocupaciones por el presente y el futuro de
nuestro mundo. En estos días, muchos creyentes se han reunido, manifestando
cómo la oración es la fuerza humilde que da la paz y quita el odio de los
corazones. En varios encuentros se expresó también la convicción de que es
necesario cambiar las relaciones entre los pueblos y de los pueblos con la tierra.
Porque aquí hoy, juntos, soñamos pueblos hermanos y una tierra futura.
Pueblos hermanos. Lo decimos teniendo el Coliseo a nuestras espaldas. Este
anfiteatro, en un pasado lejano, fue lugar de brutales entretenimientos de
masas: combates entre hombres o entre hombres y animales. Un espectáculo
fratricida, un juego mortal hecho con la vida de muchos. Pero también hoy se
asiste a la violencia y a la guerra, al hermano que mata al hermano como si
fuera un juego que miramos de lejos, indiferentes y convencidos de que nunca
nos tocará. El dolor de los otros no nos urge. Y ni siquiera el dolor de los que
han caído, de los migrantes, de los niños atrapados en las guerras, privados de
la despreocupación de una infancia de juegos. Pero con la vida de los pueblos y
de los niños no se puede jugar. No podemos permanecer indiferentes. Por el
contrario, es necesario empatizar y reconocer la humanidad común a la que
pertenecemos, con sus fatigas, sus luchas y sus fragilidades. Pensar: “Todo esto
me toca, hubiera podido suceder también aquí, también a mí”. Hoy, en la
sociedad globalizada, que hace del dolor un espectáculo, pero no lo compadece,
necesitamos “construir compasión”. Sentir con el otro, hacer propios sus
sufrimientos, reconocer su rostro. Esta es la verdadera valentía, la valentía de la
compasión, que nos lleva a ir más allá de la vida tranquila, más allá del no es
asunto mío y del no me pertenece, para no dejar que la vida de los pueblos se
reduzca a un juego entre los poderosos. No, la vida de los pueblos no es un
juego, es cosa seria y nos concierne a todos; no se puede dejar en manos de los
intereses de unos pocos o a merced de pasiones sectarias y nacionalistas.
Es la guerra la que se burla de la vida humana. Es la violencia, es el trágico y
cada vez más prolífico comercio de las armas, el que se mueve a menudo en las
sombras, alimentado de ríos subterráneos de dinero. Quiero reafirmar que «la
guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación
vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal» (Carta enc. Fratelli tutti,
261). Debemos dejar de aceptarla con la mirada indiferente de las noticias y
esforzarnos por verla con los ojos de los pueblos. Hace dos años, en Abu Dabi,
con un querido hermano aquí presente, el Gran Imán de Al-Azhar, suplicamos la
fraternidad humana por la paz, hablando «en el nombre de los pueblos que han
perdido la seguridad, la paz y la convivencia común, siendo víctimas de la
destrucción, de la ruina y de las guerras» (Documento sobre la fraternidad
humana por la paz mundial y la convivencia común, 4 febrero 2019). Estamos
llamados, como representantes de las religiones, a no ceder a los halagos del
poder mundano, sino a ser voz de quienes no tienen voz, apoyo de los que
sufren, abogados de los oprimidos, de las víctimas del odio, que son descartadas
por los hombres en la tierra, pero preciosas ante Aquel que habita en los cielos.
Hoy tienen miedo, porque en demasiadas partes del mundo, más que prevalecer
el diálogo y la cooperación, retoma fuerza el enfrentamiento militar como
instrumento decisivo para imponerse.
Por tanto, quisiera expresar nuevamente el llamamiento que hice en Abu Dabi
sobre una tarea que ya no puede posponerse y que corresponde a las religiones
«en esta delicada situación histórica […]: la desmilitarización del corazón del
hombre» (Discurso en el Encuentro interreligioso, 4 febrero 2019). Es nuestra
responsabilidad, queridos hermanos y hermanas creyentes, ayudar a extirpar el
odio de los corazones y condenar toda forma de violencia. Con palabras claras,
exhortamos a deponer las armas, a reducir los gastos militares para proveer a
las necesidades humanitarias y a convertir los instrumentos de muerte en
instrumentos de vida. Que no sean palabras vacías, sino peticiones insistentes
que elevamos por el bien de nuestros hermanos, contra la guerra y la muerte,
en nombre de Aquel que es la paz y la vida. Menos armas y más comida, menos
hipocresía y más transparencia, más vacunas distribuidas equitativamente y
menos fusiles vendidos neciamente. Los tiempos nos piden que seamos voz de
tantos creyentes, personas sencillas e inermes cansadas de la violencia, para
que quienes tienen responsabilidades por el bien común no sólo se comprometan
a condenar las guerras y el terrorismo, sino también a crear las condiciones para
que no se extiendan.
Para que los pueblos sean hermanos, la oración debe subir al cielo
incesantemente y una palabra no puede dejar de resonar en la tierra: paz. San
Juan Pablo II soñó un camino común de los creyentes, que se articulara desde
aquel evento hacia el futuro. Queridos amigos, estamos en este camino, cada
uno con su propia identidad religiosa, para cultivar la paz en nombre de Dios,
reconociéndonos hermanos. El Papa Juan Pablo II nos indicó esta labor,
afirmando: «La paz espera a sus profetas. La paz espera a sus artífices»
(Discurso a los Representantes de las Iglesias cristianas, las Comunidades
eclesiales y las Religiones mundiales reunidos en Asís, 27 octubre 1986). A
algunos les pareció un optimismo vacío. Pero a lo largo de los años la
participación ha ido creciendo y han madurado historias de diálogo entre mundos
religiosos diversos, que han inspirado procesos de paz. Este es el verdadero
camino. Si hay personas que quieren dividir y crear enfrentamientos, nosotros
creemos en la importancia de caminar juntos por la paz: unos con otros, pero
nunca unos contra otros.
Hermanos, hermanas, nuestro camino nos exige que purifiquemos el corazón
constantemente. Francisco de Asís, mientras pedía a los suyos que vieran a los
demás como «hermanos, en cuanto han sido creados por el mismo Creador», les
recomendaba: «Que la paz que anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor
medida, en vuestros corazones» (Leyenda de los tres compañeros, XIV,5: FF
1469). La paz no es principalmente un acuerdo que se negocia o un valor del
que se habla, sino una actitud del corazón. Nace de la justicia, crece en la
fraternidad, vive de la gratuidad. Impulsa a «servir a la verdad y declarar sin
miedo ni ambages el mal cuando es mal, también y sobre todo cuando lo
cometen quienes se profesan seguidores de nuestro mismo credo» (Mensaje a
los participantes en el Foro interreligioso del G20, 7 septiembre 2021). Les
ruego, en nombre de la paz, que en toda tradición religiosa desactivemos la
tentación fundamentalista, cualquier insinuación a hacer del hermano un
enemigo. Mientras muchos están atrapados por antagonismos, por facciones y
maniobras partidistas, nosotros hacemos resonar aquel dicho del Imán Alí: “Las
personas son de dos tipos: tus hermanos en la fe o tus semejantes en la
humanidad”.
Pueblos hermanos para soñar la paz. Pero el sueño de la paz hoy se conjuga con
otro, el sueño de la tierra futura. Es el compromiso por el cuidado de la creación,
por la casa común que dejaremos a los jóvenes. Las religiones, cultivando una
actitud contemplativa y no depredadora, están llamadas a ponerse a la escucha
de los gemidos de la madre tierra, que sufre a causa de la violencia. Un querido
hermano, el Patriarca Bartolomé, aquí presente, nos ayudó a madurar en la
conciencia de que «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros
mismos y un pecado contra Dios» (Discurso en Santa Bárbara, 8 noviembre
1997, cit. en Carta enc. Laudato si’, 8).
Insisto en lo que la pandemia nos ha mostrado, me refiero a que no podemos
permanecer siempre sanos en un mundo enfermo. En los últimos tiempos
muchos están enfermos de olvido, olvido de Dios y de los hermanos. Eso ha
llevado a una carrera desenfrenada en pos de una autosuficiencia individual,
degenerada en una avidez insaciable, de la cual la tierra que pisamos lleva las
cicatrices, mientras el aire que respiramos está lleno de sustancias tóxicas y
pobre de solidaridad. De este modo, hemos arrojado en la creación la
contaminación de nuestro corazón. En este clima deteriorado, consuela pensar
que las mismas preocupaciones y el mismo compromiso están madurando y
convirtiéndose en patrimonio común de tantas religiones. La oración y la acción
pueden reorientar el curso de la historia. ¡Ánimo! Hermanos y hermanas
tenemos ante nuestros ojos una visión, que es la misma de numerosos jóvenes
y hombres de buena voluntad: la tierra como casa común, habitada por pueblos
hermanos. Sí, soñamos religiones hermanas y pueblos hermanos. Religiones
hermanas, que ayuden a los pueblos a ser hermanos en paz, custodios
reconciliados de la casa común de la creación. Gracias.

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ENCUENTRO RELIGIONES Y EDUCACIÓN DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

[…] Si queremos un mundo más fraterno, debemos educar las nuevas
generaciones «reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía
física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite» (Carta
enc. Fratelli tutti, 1). El principio fundamental del “conócete a ti mismo” siempre
ha orientado la educación, pero es necesario no olvidar otros principios
esenciales: “conoce a tu hermano”, para educar a la acogida del otro (cf. Carta
enc. Fratelli tutti; Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero
2019); “conoce la creación”, para educar al cuidado de la casa común (cf. Carta
enc. Laudato si’) y “conoce el Trascendente”, para educar al gran misterio de la
vida. Para nosotros significa mucho una formación integral que se resume en el
conocerse a sí mismo, conocer al propio hermano, la creación y el Trascendente.
No podemos ocultar a las nuevas generaciones las verdades que dan sentido a la
vida.
Desde siempre las religiones han tenido una estrecha relación con la educación,
acompañando las actividades religiosas con las educativas, docentes y
académicas. Como en el pasado también hoy, con la sabiduría y la humanidad de
nuestras tradiciones religiosas, queremos estimular una renovada acción
educativa que pueda hacer crecer en el mundo la fraternidad universal.
Si en el pasado las diferencias nos han puesto en contraste, hoy vemos en ellas
la riqueza de caminos distintos para llegar a Dios y para educar a las nuevas
generaciones a la convivencia pacífica en el respeto recíproco. Por tanto, la
educación nos compromete a no usar nunca el nombre de Dios para justificar la
violencia y el odio hacia otras tradiciones religiosas, a condenar cualquier forma
de fanatismo o de fundamentalismo y a defender el derecho de cada uno a elegir
y actuar según su propia conciencia.
Si en el pasado, también en nombre de la religión, se han discriminado las
minorías étnicas, culturales, políticas o de otro tipo, hoy nosotros queremos
defender la identidad y la dignidad de cada persona y enseñar a las nuevas
generaciones a acoger a todos sin discriminación. Por tanto, la educación nos
compromete a acoger al otro tal como es, no como yo quiero que sea, como es,
y sin juzgar ni condenar a nadie.
Si en el pasado los derechos de las mujeres, de los menores, de los más débiles
no han sido respetados siempre, hoy nos comprometemos a defender con
firmeza esos derechos y enseñar a las nuevas generaciones a ser voz de los sin
voz. Por tanto, la educación nos pide repudiar y denunciar cualquier violación de
la integridad física o moral de cada individuo. Y la educación nos debe hacer
comprender que el hombre y la mujer son iguales en dignidad, que no haya
discriminaciones. […]

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PAPA FRANCISCO ÁNGELUS

Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy se celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que este año
tiene por tema “Hacia un nosotros cada vez más grande”. Es necesario caminar
juntos, sin prejuicios y sin miedos, poniéndose junto a quien es más vulnerable:
migrantes, refugiados, desplazados, víctimas de la trata y abandonados.
Estamos llamados a construir un mundo cada vez más inclusivo, que no excluya
a nadie.
Me uno a quienes, en las distintas partes del mundo, están celebrando esta
Jornada; saludo a los fieles reunidos en Loreto por la iniciativa de la Conferencia
Episcopal Italiana a favor de los migrantes y de los refugiados. Saludo y doy las
gracias a las diferentes comunidades étnicas presentes aquí en la plaza con sus
banderas; saludo a los representantes del proyecto “APRI” de la Caritas Italiana;
como también a la Oficina Migrantes de la Diócesis de Roma y el Centro Astalli.
¡Gracias a todos por vuestro compromiso generoso!
Y antes de dejar la plaza, os invito a acercaos a ese monumento allí —donde
está el cardenal Czerny—: la barca con los inmigrantes, y a deteneos sobre la
mirada de esas personas y a acoger en esa mirada la esperanza que hoy tiene
cada inmigrante de empezar de nuevo a vivir. Id allí, ved ese monumento. No
cerremos las puertas a su esperanza.
Expreso cercanía y solidaridad a aquellos que han sido golpeados por la erupción
del volcán en la Isla La Palma, en Canarias. Pienso especialmente en los que se
han visto obligados a dejar sus casas. Por estas personas tan probadas y por los
que están trabajando en las tareas de socorro rezamos a la Virgen, venerada en
esa Isla como Nuestra Señora de las Nieves.

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PAPA FRANCISCO ÁNGELUS

Después del Ángelus
[…] Deseo asegurar mis oraciones por las personas detenidas injustamente en
países extranjeros. Desgraciadamente hay varios casos, con causas diferentes y
a veces complejas; espero que, en el debido cumplimiento de la justicia, estas
personas puedan regresar a su patria lo antes posible. […]