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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A UNA DELEGACIÓN DE LA CUSTODIA DE TIERRA SANTA CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE LA REVISTA «TIERRA SANTA»

[…] Hacer conocer Tierra Santa quiere decir transmitir el “Quinto Evangelio”, es
decir el ambiente histórico y geográfico en el que la Palabra de Dios se ha revelado
y después hecha carne en Jesús de Nazaret, por nosotros y por nuestra salvación.
Quiere decir también hacer conocer la gente que la habita hoy, la vida de los
cristianos de las varias Iglesias y denominaciones, pero también la de los judíos y
musulmanes, para tratar de construir, en un contexto complejo y difícil como el
medioriental, una sociedad fraterna.
La comunicación, en tiempo de redes sociales, debe ayudar a construir comunidad,
mejor todavía, fraternidad (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales 2019). Os animo a contar la fraternidad posible: esa entre
los cristianos de Iglesias y confesiones lamentablemente todavía separadas, pero
que en Tierra Santa a menudo están ya cerca a la unidad, como yo mismo he
tenido ocasión de constatar. Contar la fraternidad posible entre todos los hijos de
Abrahán, judíos, cristianos, musulmanes. Contar la fraternidad eclesial que se abre
a los migrantes, a los desplazados y a los refugiados, para devolverles la dignidad
de la que han sido privados cuando han tenido que dejar su patria buscando un
futuro para sí mismos y para sus hijos. Contar esa realidad.
Os doy las gracias porque, para contar Tierra Santa, os esforzáis por encontrar
personas donde están y como son (cf. Mensaje para la J.M.C.S. 2021). De hecho,
para realizar vuestros servicios, vuestras consultas y publicaciones no os limitáis a
los territorios más tranquilos, sino que visitáis también las realidades más difíciles y
sufrientes, como Siria, Líbano, Palestina y Gaza. Sé que tratáis de presentar las
historias de bien, las de resistencia activa al mal de la guerra, las de reconciliación,
las de restitución de la dignidad a los niños a los que se les ha robado la infancia,
las de refugiados con sus tragedias, pero también con sus sueños y sus esperanzas.
Gracias porque, para hacer así vuestro trabajo, habéis desgastado las suelas de los
zapatos, y sé que las desgastaréis también en el futuro, para poder contar todo
esto.
De hecho, en el comunicar una determinada realidad, nada puede sustituir
completamente la experiencia personal, el vivir ahí. Y vosotros vivís y trabajáis
precisamente en el lugar en el que la Palabra de Dios, su mensaje de salvación se
ha hecho carne y se ha vuelto “encontrable” en Jesucristo, no solo en sus palabras,
sino en sus ojos, en su voz, en sus gestos (cf. Mensaje para la J.M.C.S. 2021). La
atracción de Jesús «dependía de la verdad de su predicación, pero la eficacia de lo
que decía era inseparable de su mirada, de sus actitudes y también de sus
silencios. Los discípulos no escuchaban sólo sus palabras, lo miraban hablar. De
hecho, en Él —el Logos encarnado— la Palabra se hizo Rostro, el Dios invisible se
dejó ver, oír y tocar […] (cf. 1 Jn 1,1-3). La palabra es eficaz solamente si se “ve”,
sólo si te involucra en una experiencia, en un diálogo» (ibid .).
Queridos comunicadores de la Custodia de Tierra Santa, vosotros estáis llamados a
dar a conocer lo que el Sínodo sobre la Palabra de Dios (2008) y después el Papa
Benedicto XVI llamaron “el Quinto Evangelio”, es decir, esa Tierra en la que la
historia y la geografía de la salvación se encuentran y permiten hacer una lectura
nueva del texto bíblico, en particular de los textos evangélicos. Ahí «podemos ver,
más aún, palpar la realidad de la historia que Dios ha realizado con los hombres.
Comenzando por los lugares de la vida de Abraham hasta los lugares de la vida de
Jesús, desde la Encarnación hasta el sepulcro vacío, signo de su resurrección. Sí,
Dios ha entrado en esta tierra, ha actuado con nosotros en este mundo» (Benedicto
XVI, Regina Caeli, 17 de mayo de 2009). Y el misterio pascual ilumina y da sentido
también a la historia de hoy, al camino de las poblaciones que viven en esa Tierra
hoy, camino marcado lamentablemente por heridas y conflictos todavía hoy, pero
que la gracia de Dios siempre abre a la esperanza, esperanza de fraternidad y de
paz (cf. ibid.). También en este sentido, contando la Tierra Santa, vosotros contáis
el “Quinto Evangelio”, el que Dios sigue escribiendo en la historia.
A través de los medios de comunicación social vosotros podéis enriquecer la fe de
muchos, también de los que no tienen la posibilidad de hacer una peregrinación a
los lugares santos. Lo hacéis mediante vuestro compromiso profesional, realizado
cada día con competencia al servicio del Evangelio. Esto es precioso para los
creyentes del mundo entero y, al mismo tiempo, apoya a los cristianos que viven en
la Tierra de Jesús. Y quiero aprovechar esta ocasión para expresarles mi cercanía.
Les recuerdo siempre, también en la oración. Por favor, volviendo a casa, llevad mi
saludo y mi bendición a las familias y las comunidades cristianas de Tierra Santa.
Queridos hermanos y hermanas, que os acompañe siempre en vuestra actividad la
providencia del Señor y la protección de la Virgen Santa. Imparto de corazón la
Bendición a todos vosotros y a los colaboradores que no han podido venir. Y os pido
una oración también para mí desde Tierra Santa. ¡Gracias!

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE

Queridos embajadores:
El año pasado, gracias también a la flexibilización de las restricciones dispuestas en
el 2020, tuve ocasión de recibir a muchos jefes de estado y de gobierno, además de
diversas autoridades civiles y religiosas.
Entre los múltiples encuentros, quisiera mencionar aquí la jornada del pasado 1 de
julio, dedicada a la reflexión y a la oración por el Líbano. Al querido pueblo libanés,
azotado por una crisis económica y política difícil de remediar, deseo renovar hoy mi
cercanía y mi oración, mientras espero que las reformas necesarias y el apoyo de la
comunidad internacional ayuden al país a permanecer firme en su identidad como
modelo de coexistencia pacífica y de fraternidad entre las diversas religiones ahí
presentes.
Durante el año 2021, también pude reanudar los viajes apostólicos. En el mes de
marzo tuve la alegría de visitar Irak. Quiso la Providencia que esto sucediera como
un signo de esperanza después de años de guerra y terrorismo. El pueblo iraquí
tiene derecho a recuperar la dignidad que le pertenece y a vivir en paz. Sus raíces
religiosas y culturales son milenarias: Mesopotamia es cuna de civilización; fue de
allí de donde Dios llamó a Abrahán para dar inicio a la historia de la salvación.
Después, en septiembre, visité Budapest para la clausura del Congreso Eucarístico
Internacional; y, luego, Eslovaquia. Fue una oportunidad de encuentro con los fieles
católicos y de otras confesiones cristianas, como también de diálogo con los judíos.
Del mismo modo, el viaje a Chipre y Grecia, del que conservo vivos recuerdos, me
permitió profundizar los vínculos con los hermanos ortodoxos y experimentar la
fraternidad entre las diversas confesiones cristianas.
Una parte conmovedora de este viaje tuvo lugar en la isla de Lesbos, donde pude
constatar la generosidad de quienes trabajan para brindar acogida y ayuda a los
migrantes, pero sobre todo vi los rostros de muchos niños y adultos alojados en los
centros de acogida. En sus ojos está el cansancio del viaje, el miedo a un futuro
incierto, el dolor por los propios seres queridos que dejaron atrás y la nostalgia de
la patria que se vieron obligados a abandonar. Ante estos rostros no podemos
permanecer indiferentes ni quedarnos atrincherados detrás de muros y alambres
espinados, con el pretexto de defender la seguridad o un estilo de vida. Esto no se
puede.
Por eso, agradezco a todos aquellos, personas y gobiernos, que se esfuerzan por
garantizar acogida y protección a los migrantes, haciéndose cargo también de su
promoción humana y de su integración en los países que los han acogido. Soy
consciente de las dificultades que algunos estados encuentran frente a flujos
ingentes de personas. A nadie se le puede pedir lo que no puede hacer, pero hay
una clara diferencia entre acoger, aunque sea limitadamente, y rechazar
totalmente.
Es necesario vencer la indiferencia y rechazar la idea de que los migrantes sean un
problema de los demás. El resultado de semejante planteamiento se ve en la
deshumanización misma de los migrantes, concentrados en los centros de registro e
identificación —hotspot—, donde acaban siendo presa fácil de la delincuencia y de
los traficantes de seres humanos, o por intentar desesperados planes de fuga que a
veces culminan con la muerte. Lamentablemente, también es preciso destacar que
los mismos migrantes a menudo son transformados en armas de coacción política,
en una especie de “artículo de negociación”, que despoja a las personas de su
dignidad.
En esta sede, deseo renovar mi gratitud a las autoridades italianas, gracias a las
cuales algunas personas pudieron venir conmigo a Roma desde Chipre y Grecia. Se
trató de un gesto sencillo pero significativo. Al pueblo italiano, que sufrió mucho al
comienzo de la pandemia, pero que también ha demostrado alentadores signos de
recuperación, dirijo mis mejores votos, para que mantenga siempre el espíritu de
apertura generosa y solidaria que lo distingue.
Al mismo tiempo, considero de fundamental importancia que la Unión Europea
encuentre su cohesión interna en la gestión de las migraciones, como la ha sabido
encontrar para hacer frente a las consecuencias de la pandemia. Es necesario, en
efecto, dar vida a un sistema coherente e integral de gestión de las políticas
migratorias y de asilo, de modo que se compartan las responsabilidades en la
recepción de migrantes, la revisión de las solicitudes de asilo, la redistribución e
integración de cuantos puedan ser acogidos. La capacidad de negociar y encontrar
soluciones compartidas es uno de los puntos de fuerza de la Unión Europea y
constituye un modelo válido para afrontar con visión los retos globales que nos
esperan.
Las migraciones, sin embargo, no conciernen sólo a Europa, aunque se vea
especialmente afectada por los flujos provenientes de África y Asia. En estos años
hemos asistido, entre otras cosas, al éxodo de los prófugos sirios, al que se han
agregado en los últimos meses los que huyeron de Afganistán. Tampoco debemos
olvidar los éxodos masivos que afectan al continente americano y que crean presión
en la frontera entre México y Estados Unidos de América. Muchos de esos migrantes
son haitianos que huyen de las tragedias que han golpeado su país en estos años.
La cuestión migratoria, como también la pandemia y el cambio climático, muestran
claramente que nadie se puede salvar por sí mismo, es decir, que los grandes
desafíos de nuestro tiempo son todos globales. Por eso, es preocupante constatar
que, frente a una mayor interconexión de los problemas, vaya creciendo una mayor
fragmentación de las soluciones. Con frecuencia se observa una falta de voluntad
de querer abrir ventanas de diálogo y señales de fraternidad, y esto termina por
alimentar más tensiones y divisiones, así como una sensación generalizada de
incertidumbre e inestabilidad. Es necesario, en cambio, recuperar el sentido de
nuestra común identidad como única familia humana. La alternativa sólo es un
creciente aislamiento, marcado por exclusiones y clausuras recíprocas que de hecho
ponen aún más en peligro la multilateralidad, que es ese estilo diplomático que ha
caracterizado las relaciones internacionales desde el final de la segunda guerra
mundial.
Hace tiempo que la diplomacia multilateral atraviesa una crisis de confianza, debida
a una reducida credibilidad de los sistemas sociales, gubernamentales e
intergubernamentales. A menudo se toman importantes resoluciones, declaraciones
y decisiones sin una verdadera negociación en la que todos los países tengan voz y
voto. Este desequilibrio, que hoy se ha vuelto dramáticamente evidente, genera una
falta de aprecio hacia los organismos internacionales por parte de muchos estados
y debilita el sistema multilateral en su conjunto, reduciendo cada vez más su
capacidad para afrontar los desafíos globales.
El déficit de eficacia de muchas organizaciones internacionales también se debe a
las diferentes visiones, que tienen los diversos miembros, de los fines que estas
deberían alcanzar. Con frecuencia, el centro de interés se ha trasladado a temáticas
que por su naturaleza provocan divisiones y no están estrechamente relacionadas
con el fin de la organización, dando como resultado agendas cada vez más dictadas
por un pensamiento que reniega los fundamentos naturales de la humanidad y las
raíces culturales que constituyen la identidad de muchos pueblos. Como tuve
oportunidad de afirmar en otras ocasiones, considero que se trata de una forma de
colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy
asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación, que invade muchos
ámbitos e instituciones públicas. En nombre de la protección de las diversidades, se
termina por borrar el sentido de cada identidad, con el riesgo de acallar las
posiciones que defienden una idea respetuosa y equilibrada de las diferentes
sensibilidades. Se está elaborando un pensamiento único —peligroso— obligado a
renegar la historia o, peor aún, a reescribirla en base a categorías contemporáneas,
mientras que toda situación histórica debe interpretarse según la hermenéutica de
la época, no según la hermenéutica de hoy.
Por eso, la diplomacia multilateral está llamada a ser verdaderamente inclusiva, no
suprimiendo sino valorando las diversidades y las sensibilidades históricas que
distinguen a los distintos pueblos. De ese modo, esta volverá a adquirir credibilidad
y eficacia para afrontar los próximos retos, que exigen a la humanidad que vuelva a
reunirse como una gran familia, la cual, aunque partiendo de puntos de vista
diferentes, debe ser capaz de encontrar soluciones comunes para el bien de todos.
Esto exige confianza recíproca y disponibilidad para dialogar, concretamente para
«escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos» [2]. Por otra
parte, «el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que
debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso
circunstancial». Nunca debemos olvidar que «hay algunos valores permanentes».
No siempre es fácil reconocerlos, pero aceptarlos «otorga solidez y estabilidad a
una ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido gracias al diálogo y
al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá de todo consenso» .
Deseo destacar especialmente el derecho a la vida, desde la concepción hasta su fin
natural, y el derecho a la libertad religiosa.
En esta perspectiva, en los últimos años ha crecido cada vez más la conciencia
colectiva en lo referente a la urgencia de afrontar el cuidado de nuestra casa
común, que está sufriendo a causa de una continua e indiscriminada explotación de
los recursos. A este respecto, pienso especialmente en las Filipinas, golpeadas en
las semanas pasadas por un tifón devastador, como también en otras naciones del
Pacífico, vulnerables por los efectos negativos del cambio climático, que ponen en
riesgo la vida de los habitantes, la mayoría de los cuales dependen de la
agricultura, la pesca y los recursos naturales.
Esta constatación es precisamente la que debe impulsar a la comunidad
internacional en su conjunto a encontrar soluciones comunes y ponerlas en
práctica. Nadie puede eximirse de dicho esfuerzo, porque nos atañe e implica a
todos en la misma medida. En la reciente COP26, en Glasgow, se dieron algunos
pasos que van en la correcta dirección, aunque más bien débiles respecto a la
consistencia del problema a afrontar. El camino para alcanzar los objetivos del
Acuerdo de París es complejo y parece todavía largo, mientras el tiempo a
disposición es cada vez menos. Todavía hay mucho que hacer, y por consiguiente el
2022 será otro año fundamental para verificar cuánto y cómo, lo que se decidió en
Glasgow, pueda y deba ser reforzado posteriormente, en consideración a la COP27,
prevista para el próximo mes de noviembre en Egipto.

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2022

Queridos hermanos y hermanas:
Estas palabras pertenecen al último diálogo que Jesús resucitado tuvo con sus
discípulos antes de ascender al cielo, como se describe en los Hechos de los
Apóstoles: «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza, para que
sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de
la tierra» (1,8). Este es también el tema de la Jornada Mundial de las Misiones
2022, que como siempre nos ayuda a vivir el hecho de que la Iglesia es misionera
por naturaleza. Este año, nos ofrece la ocasión de conmemorar algunas fechas
relevantes para la vida y la misión de la Iglesia: la fundación hace 400 años de la
Congregación de Propaganda Fide —hoy, para la Evangelización de los Pueblos— y
de la Obra de la Propagación de la Fe, hace 200 años, que, junto a la Obra de la
Santa Infancia y a la Obra de San Pedro Apóstol, obtuvieron hace 100 años el
reconocimiento de “Pontificias”.
Detengámonos en estas tres expresiones claves que resumen los tres fundamentos
de la vida y de la misión de los discípulos: «Para que sean mis testigos», «hasta los
confines de la tierra» y «el Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su
fuerza».
1. «Para que sean mis testigos» – La llamada de todos los cristianos a dar
testimonio de Cristo
Este es el punto central, el corazón de la enseñanza de Jesús a los discípulos en
vista de su misión en el mundo. Todos los discípulos serán testigos de Jesús gracias
al Espíritu Santo que recibirán: serán constituidos tales por gracia. Dondequiera que
vayan, allí donde estén. Como Cristo es el primer enviado, es decir misionero del
Padre (cf. Jn 20,21) y, en cuanto tal, su “testigo fiel” (cf. Ap 1,5), del mismo modo
cada cristiano está llamado a ser misionero y testigo de Cristo. Y la Iglesia,
comunidad de los discípulos de Cristo, no tiene otra misión si no la de evangelizar el
mundo dando testimonio de Cristo. La identidad de la Iglesia es evangelizar.
Una lectura de conjunto más detallada nos aclara algunos aspectos siempre
actuales de la misión confiada por Cristo a los discípulos: «Para que sean mis
testigos». La forma plural destaca el carácter comunitario-eclesial de la llamada
misionera de los discípulos. Todo bautizado está llamado a la misión en la Iglesia y
bajo el mandato de Iglesia. La misión por tanto se realiza de manera conjunta, no
individualmente, en comunión con la comunidad eclesial y no por propia iniciativa. Y
si hay alguno que en una situación muy particular lleva adelante la misión
evangelizadora solo, él la realiza y deberá realizarla siempre en comunión con la
Iglesia que lo ha enviado. Como enseñaba san Pablo VI en la Exhortación apostólica
Evangelii nuntiandi, documento que aprecio mucho: «Evangelizar no es para nadie
un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial. Cuando el más humilde
predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio,
reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se
encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones
institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces
escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia»
(n. 60). En efecto, no es casual que el Señor Jesús haya enviado a sus discípulos en
misión de dos en dos; el testimonio que los cristianos dan de Cristo tiene un
carácter sobre todo comunitario. Por eso la presencia de una comunidad, incluso
pequeña, para llevar adelante la misión tiene una importancia esencial.
En segundo lugar, a los discípulos se les pide vivir su vida personal en clave de
misión. Jesús los envía al mundo no sólo para realizar la misión, sino también y
sobre todo para vivir la misión que se les confía; no sólo para dar testimonio, sino
también y sobre todo para ser sus testigos. Como dice el apóstol Pablo con palabras
muy conmovedoras: «Siempre y en todas partes llevamos en el cuerpo la muerte
de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co
4,10). La esencia de la misión es dar testimonio de Cristo, es decir, de su vida,
pasión, muerte y resurrección, por amor al Padre y a la humanidad. No es casual
que los Apóstoles hayan buscado al sustituto de Judas entre aquellos que, como
ellos, fueron “testigos de la resurrección” (cf. Hch 1,22). Es Cristo, Cristo
resucitado, a quien debemos testimoniar y cuya vida debemos compartir. Los
misioneros de Cristo no son enviados a comunicarse a sí mismos, a mostrar sus
cualidades o capacidades persuasivas o sus dotes de gestión, sino que tienen el
altísimo honor de ofrecer a Cristo en palabras y acciones, anunciando a todos la
Buena Noticia de su salvación con alegría y franqueza, como los primeros apóstoles.
Por eso, en definitiva, el verdadero testigo es el “mártir”, aquel que da la vida por
Cristo, correspondiendo al don de sí mismo que Él nos hizo. «La primera motivación
para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser
salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 264).
En fin, a propósito del testimonio cristiano, permanece siempre válida la
observación de san Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los
que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es
porque dan testimonio» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 41). Por eso, para la
trasmisión de la fe es fundamental el testimonio de vida evangélica de los
cristianos. Por otra parte, sigue siendo necesaria la tarea de anunciar su persona y
su mensaje. Efectivamente, el mismo Pablo VI prosigue diciendo: «Sí, es siempre
indispensable la predicación, la proclamación verbal de un mensaje. […] La palabra
permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios.
Por esto conserva también su actualidad el axioma de san Pablo: “la fe viene de la
audición” (Rm 10,17), es decir, es la Palabra oída la que invita a creer» (ibíd., 42).
En la evangelización, por tanto, el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo
van juntos; uno sirve al otro. Son dos pulmones con los que debe respirar toda
comunidad para ser misionera. Este testimonio completo, coherente y gozoso de
Cristo será ciertamente la fuerza de atracción para el crecimiento de la Iglesia
incluso en el tercer milenio. Exhorto por tanto a todos a retomar la valentía, la
franqueza, esa parresia de los primeros cristianos, para testimoniar a Cristo con
palabras y obras, en cada ámbito de la vida.
2. «Hasta los confines de la tierra» – La actualidad perenne de una misión de
evangelización universal
Exhortando a los discípulos a ser sus testigos, el Señor resucitado les anuncia
adónde son enviados: “a Jerusalén, a toda Judea, a Samaría y hasta los confines de
la tierra” (cf. Hch 1,8). Aquí surge evidente el carácter universal de la misión de los
discípulos. Se pone de relieve el movimiento geográfico “centrífugo”, casi a círculos
concéntricos, de Jerusalén, considerada por la tradición judía como el centro del
mundo, a Judea y Samaría, y hasta “los confines de la tierra”. No son enviados a
hacer proselitismo, sino a anunciar; el cristiano no hace proselitismo. Los Hechos de
los Apóstoles nos narran este movimiento misionero que nos da una hermosa
imagen de la Iglesia “en salida” para cumplir su vocación de testimoniar a Cristo
Señor, guiada por la Providencia divina mediante las concretas circunstancias de la
vida. Los primeros cristianos, en efecto, fueron perseguidos en Jerusalén y por eso
se dispersaron en Judea y Samaría, y anunciaron a Cristo por todas partes (cf. Hch
8,1.4).
Algo parecido sucede también en nuestro tiempo. A causa de las persecuciones
religiosas y situaciones de guerra y violencia, muchos cristianos se han visto
obligados a huir de su tierra hacia otros países. Estamos agradecidos con estos
hermanos y hermanas que no se cierran en el sufrimiento, sino que dan testimonio
de Cristo y del amor de Dios en los países que los acogen. A esto los exhortaba san
Pablo VI considerando «la responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los
países que los reciben» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 21). Experimentamos, en
efecto, cada vez más, cómo la presencia de fieles de diversas nacionalidades
enriquece el rostro de las parroquias y las hace más universales, más católicas. En
consecuencia, la atención pastoral de los migrantes es una actividad misionera que
no hay que descuidar, que también podrá ayudar a los fieles locales a redescubrir la
alegría de la fe cristiana que han recibido.
La indicación “hasta los confines de la tierra” deberá interrogar a los discípulos de
Jesús de todo tiempo y los debe impulsar a ir siempre más allá de los lugares
habituales para dar testimonio de Él. A pesar de todas las facilidades que el
progreso de la modernidad ha hecho posible, existen todavía hoy zonas geográficas
donde los misioneros, testigos de Cristo, no han llegado con la Buena Noticia de su
amor. Por otra parte, ninguna realidad humana es extraña a la atención de los
discípulos de Cristo en su misión. La Iglesia de Cristo era, es y será siempre “en
salida” hacia nuevos horizontes geográficos, sociales y existenciales, hacia lugares y
situaciones humanas “límites”, para dar testimonio de Cristo y de su amor a todos
los hombres y las mujeres de cada pueblo, cultura y condición social. En este
sentido, la misión también será siempre missio ad gentes, como nos ha enseñado el
Concilio Vaticano II, porque la Iglesia siempre debe ir más lejos, más allá de sus
propios confines, para anunciar el amor de Cristo a todos. A este respecto, quisiera
recordar y agradecer a tantos misioneros que han gastado su vida para ir “más
allá”, encarnando la caridad de Cristo hacia los numerosos hermanos y hermanas
que han encontrado.
3. «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza» – Dejarse
fortalecer y guiar por el Espíritu
Cristo resucitado, al anunciar a los discípulos la misión de ser sus testigos, les
prometió también la gracia para una responsabilidad tan grande: «El Espíritu Santo
vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza para que sean mis testigos» (Hch 1,8).
Efectivamente, según el relato de los Hechos, fue inmediatamente después de la
venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús cuando por primera vez se
dio testimonio de Cristo muerto y resucitado con un anuncio kerigmático, el
denominado discurso misionero de san Pedro a los habitantes de Jerusalén. Así los
discípulos de Jesús, que antes eran débiles, temerosos y cerrados, dieron inicio al
periodo de la evangelización del mundo. El Espíritu Santo los fortaleció, les dio
valentía y sabiduría para testimoniar a Cristo delante de todos.
Así como «nadie puede decir: “¡Jesús es el Señor!”, si no está movido por el Espíritu
Santo» (1 Co 12,3), tampoco ningún cristiano puede dar testimonio pleno y
genuino de Cristo el Señor sin la inspiración y el auxilio del Espíritu. Por eso todo
discípulo misionero de Cristo está llamado a reconocer la importancia fundamental
de la acción del Espíritu, a vivir con Él en lo cotidiano y recibir constantemente su
fuerza e inspiración. Es más, especialmente cuando nos sintamos cansados,
desanimados, perdidos, acordémonos de acudir al Espíritu Santo en la oración, que
—quiero decirlo una vez más— tiene un papel fundamental en la vida misionera,
para dejarnos reconfortar y fortalecer por Él, fuente divina e inextinguible de
nuevas energías y de la alegría de compartir la vida de Cristo con los demás.
«Recibir el gozo del Espíritu Santo es una gracia. Y es la única fuerza que podemos
tener para predicar el Evangelio, para confesar la fe en el Señor» (Mensaje a las
Obras Misionales Pontificias, 21 mayo 2020). El Espíritu es el verdadero
protagonista de la misión, es Él quien da la palabra justa, en el momento preciso y
en el modo apropiado.
También queremos leer a la luz de la acción del Espíritu Santo los aniversarios
misioneros de este año 2022. La institución de la Sagrada Congregación de
Propaganda Fide, en 1622, estuvo motivada por el deseo de promover el mandato
misionero en nuevos territorios. ¡Una intuición providencial! La Congregación se
reveló crucial para hacer que la misión evangelizadora de la Iglesia sea realmente
tal, independiente de las injerencias de los poderes mundanos, con el fin de
constituir las Iglesias locales que hoy muestran tanto vigor. Deseamos que la
Congregación, como en los cuatro siglos pasados, con la luz y la fuerza del Espíritu,
continúe e intensifique su trabajo de coordinar, organizar y animar la actividad
misionera de la Iglesia.
El mismo Espíritu que guía la Iglesia universal, inspira también a hombres y
mujeres sencillos para misiones extraordinarias. Y fue así como una joven francesa,
Paulina Jaricot, fundó hace exactamente 200 años la Obra de la Propagación de la
Fe; su beatificación se celebra en este año jubilar. Aun en condiciones precarias,
ella acogió la inspiración de Dios para poner en movimiento una red de oración y
colecta para los misioneros, de modo que los fieles pudieran participar activamente
en la misión “hasta los confines de la tierra”. De esta genial idea nació la Jornada
Mundial de las Misiones que celebramos cada año, y cuya colecta en todas las
comunidades está destinada al fondo universal con el cual el Papa sostiene la
actividad misionera.
En este contexto recuerdo además al obispo francés Charles de Forbin-Janson, que
comenzó la Obra de la Santa Infancia para promover la misión entre los niños con
el lema “Los niños evangelizan a los niños, los niños rezan por los niños, los niños
ayudan a los niños de todo el mundo”; así como a la señora Jeanne Bigard, que dio
vida a la Obra de San Pedro Apóstol para el sostenimiento de los seminaristas y de
los sacerdotes en tierra de misión. Estas tres obras misionales fueron reconocidas
como “pontificias” precisamente cien años atrás. Y fue también bajo la inspiración y
guía del Espíritu Santo que el beato Pablo Manna, nacido hace 150 años, fundó la
actual Pontificia Unión Misional para animar y sensibilizar hacia la misión a los
sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todo el Pueblo de Dios. El mismo
Pablo VI formó parte de esta última Obra y confirmó el reconocimiento pontificio.
Menciono estas cuatro Obras Misionales Pontificias por sus grandes méritos
históricos y también para invitarlos a alegrarse con ellas en este año especial por
las actividades que llevan adelante para sostener la misión evangelizadora de la
Iglesia universal y de las Iglesias locales. Espero que las Iglesias locales puedan
encontrar en estas Obras un sólido instrumento para alimentar el espíritu misionero
en el Pueblo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, sigo soñando con una Iglesia totalmente misionera
y una nueva estación de la acción misionera en las comunidades cristianas. Y repito
el deseo de Moisés para el pueblo de Dios en camino: «¡Ojalá todo el pueblo de
Dios profetizara!» (Nm 11,29). Sí, ojalá todos nosotros fuéramos en la Iglesia lo
que ya somos en virtud del bautismo: profetas, testigos y misioneros del Señor.
Con la fuerza del Espíritu Santo y hasta los confines de la tierra. María, Reina de las
misiones, ruega por nosotros.
Roma, San Juan de Letrán, 6 de enero de 2022, Epifanía del Señor.

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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS LV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ PAPA FRANCISCO ÁNGELUS

Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
[…] Volvamos a casa pensando: ¡paz, paz, paz! Se necesita paz. Hoy estaba viendo
la imagen en el programa de televisión “A sua immagine”, sobre la guerra, sobre los
desplazados, sobre las miserias… Pero esto ocurre hoy en el mundo. ¡Queremos
paz! […]

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PAPA FRANCISCO AUDIENCIA GENERAL

Catequesis sobre san José 5. San José, emigrante perseguido y valiente
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quiero presentarles a san José como un migrante perseguido y valiente. Así
lo describe el evangelista Mateo. Este acontecimiento concreto de la vida de
Jesús, en el que también están implicados José y María, se conoce
tradicionalmente como “la huida a Egipto” (cf. Mt 2,13-23). La familia de Nazaret
sufrió tal humillación y experimentó en primera persona la precariedad, el miedo
y el dolor de tener que abandonar su tierra natal. Aún hoy en día muchos de
nuestros hermanos y hermanas se ven obligados a experimentar la misma
injusticia y sufrimiento. El motivo es casi siempre la prepotencia y la violencia de
los poderosos. También para Jesús ocurrió así.
El rey Herodes se entera por los Reyes Magos del nacimiento del «rey de los
Judíos», y la noticia lo trastorna. Se siente inseguro, se siente amenazado en su
poder. Así que reúne a todas las autoridades de Jerusalén para averiguar el lugar
del nacimiento, y ruega a los Reyes Magos que se lo comuniquen con precisión,
para que ―dice falsamente― él también pueda ir a adorarle. Pero cuando se dio
cuenta de que los Reyes Magos se habían ido en otra dirección, concibió un
malvado plan: matar a todos los niños de Belén de dos años para abajo, que era
el tiempo en que, según el cálculo de los Reyes Magos, Jesús había nacido.
Mientras tanto, un ángel ordena a José: «Levántate, toma contigo al niño y a su
madre y huye a Egipto; allí estarás hasta que te avise. Porque Herodes va a
buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). Pensemos hoy en tantas personas que
sienten esta inspiración en su interior: “Huyamos, huyamos, porque aquí hay
peligro”. El plan de Herodes recuerda al del faraón de arrojar al Nilo a todos los
hijos varones del pueblo de Israel (cf. Ex 1,22). Y la huida a Egipto evoca toda la
historia de Israel, desde Abraham, que también estuvo allí (cf. Gn 12,10), hasta
José, hijo de Jacob, vendido por sus hermanos (cf. Gn 37,36) y luego convertido
en “líder del país” (cf. Gn 41,37-57); y a Moisés, que liberó a su pueblo de la
esclavitud de los egipcios (cf. Ex 1,18).
La huida de la Sagrada Familia a Egipto salva a Jesús, pero desgraciadamente no
impide que Herodes lleve a cabo su masacre. Nos encontramos así con dos
personalidades opuestas: por un lado, Herodes con su ferocidad, y, por otro
lado, José con su premura y valentía. Herodes quiere defender su poder, su
propia “piel”, con una crueldad despiadada, como atestiguan las ejecuciones de
una de sus esposas, de algunos de sus hijos y de cientos de opositores. Era un
hombre cruel: para resolver los problemas, sólo tenía una receta: matar. Es el
símbolo de muchos tiranos de ayer y de hoy. Y para ellos, para estos tiranos, las
personas no cuentan, cuenta el poder, y si necesitan un espacio de poder,
eliminan a las personas. Y esto ocurre hoy: no tenemos que ir a la historia
antigua, ocurre hoy. Es el hombre que se convierte en “lobo” para los otros
hombres. La historia está llena de personalidades que, viviendo a merced de sus
miedos, intentan vencerlos ejerciendo el poder de manera despótica y realizando
actos de violencia inhumanos. Pero no debemos pensar que sólo vivimos en la
perspectiva de Herodes si nos convertimos en tiranos, no. De hecho, todos
nosotros podemos caer en esta actitud, cada vez que tratamos de disipar
nuestros miedos con la prepotencia, aunque sea sólo verbal o hecha a base de
pequeños abusos realizados para mortificar a los que nos rodean. También
nosotros tenemos en nuestro corazón la posibilidad de ser pequeños Herodes.
José es todo lo contrario a Herodes: en primer lugar, es «un hombre justo» (Mt
1,19), mientras que Herodes es un dictador; además, muestra valor al cumplir la
orden del Ángel. Cabe imaginar las vicisitudes que tuvo que afrontar durante el
largo y peligroso viaje y las dificultades de su permanencia en un país
extranjero, con otra lengua: muchas dificultades. Su valentía surge también en
el momento de su regreso, cuando, tranquilizado por el Ángel, supera sus
comprensibles temores y se instala con María y Jesús en Nazaret (cf. Mt
2,19-23). Herodes y José son dos personajes opuestos, que reflejan las dos
caras de la humanidad de siempre. Es un error común considerar la valentía
como la virtud exclusiva del héroe. En realidad, la vida cotidiana de cada
persona requiere valor. Nuestra vida ―la tuya, la mía, la de todos nosotros―
requiere valentía: ¡no se puede vivir sin valentía! La valentía para afrontar las
dificultades de cada día. En todas las épocas y culturas encontramos hombres y
mujeres valientes que, por ser coherentes con sus creencias, han superado todo
tipo de dificultades, soportado injusticias, condenas e incluso la muerte. La
valentía es sinónimo de fortaleza, que, junto con la justicia, la prudencia y la
templanza forma parte del grupo de virtudes humanas conocidas como
“cardinales”.
La lección que hoy nos deja José es la siguiente: la vida siempre nos depara
adversidades, esto es verdad, y ante ellas también podemos sentirnos
amenazados, con miedo, pero sacar lo peor de nosotros, como hace Herodes, no
es el modo para superar ciertos momentos, sino actuando como José, que
reacciona ante el miedo con la valentía de confiar en la Providencia de Dios. Hoy
creo que es necesaria una oración por todos los migrantes, todos los perseguidos
y por todos aquellos que son víctimas de circunstancias adversas: ya sea por
circunstancias políticas, históricas o personales. Pero, pensemos en tantas
personas, víctimas de las guerras, que quieren huir de su patria y no pueden;
pensemos en los migrantes que inician ese camino para ser libres y muchos
acaban en la calle o en el mar; pensemos en Jesús en brazos de José y María,
huyendo, y veamos en él a cada uno de los migrantes de hoy. La migración
actual es una realidad ante la que no podemos cerrar los ojos. Es un escándalo
social de la humanidad.
San José,
tú que has experimentado el sufrimiento de los que deben hui
tú que te has visto obligado a huir
para salvar la vida de los seres queridos,
protege a todos los que huyen a causa de la guerra,
el odio, el hambre.
Sostenlos en sus dificultades,
fortalécelos en la esperanza y haz que encuentren acogida y solidaridad.
Guía sus pasos y abre los corazones de quienes pueden ayudarlos. Amén.

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PAPA FRANCISCO AUDIENCIA GENERAL

LLAMAMIENTO
Durante mi viaje a Chipre y Grecia pude tocar con la mano, una vez más, la
humanidad herida de los refugiados y de los migrantes. También constaté que
solo algunos países europeos están soportando la mayor parte de las
consecuencias del fenómeno migratorio en la zona mediterránea, mientras que
en realidad esto requiere una responsabilidad compartida por todos, de la cual
ningún país puede eximirse, porque es un problema de humanidad.
En particular, gracias a la generosa apertura de las autoridades italianas, he
podido traer a Roma un grupo de personas, que conocí durante mi viaje: hoy
están aquí en medio de nosotros algunos de ellos. ¡Bienvenidos! Nos haremos
cargo, como Iglesia, en los próximos meses. Es un pequeño signo, que espero
sirva de estímulo para otros países europeos, para que permitan a las realidades
eclesiales locales a hacerse cargo de otros hermanos y hermanas que deben ser
urgentemente ubicados, acompañados, promovidos e integrados.
Son muchas las Iglesias locales, las congregaciones religiosas y las
organizaciones católicas que están preparadas para acogerlos y acompañarlos
hacia una integración fecunda. ¡Solo es necesario abrir una puerta, la puerta del
corazón! ¡No dejemos de hacerlo en esta Navidad!

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VIDEO MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO POR LA INAUGURACIÓN DEL CURSO ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL SAGRADO CORAZÓN, EN MILÁN, EN EL CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN

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[…] En esta perspectiva, he impulsado un pacto educativo global , para
sensibilizar a todos para que escuchen las grandes cuestiones de sentido de
nuestro tiempo, comenzando por las de las nuevas generaciones frente a las
injusticias sociales, violaciones de derechos, migración forzada. La universidad
no puede permanecer sorda a estas quejas. Me alegra que hayas aceptado esta
invitación a una renovada temporada de compromiso educativo. Tus proyectos
de cooperación internacional, dirigidos a diferentes poblaciones del planeta, las
múltiples ayudas económicas que cada año brindas a los estudiantes más
necesitados, tu atención a los más pequeños y a los enfermos son testimonio de
un compromiso concreto. ¡Os animo a seguir por este camino! […]

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PRESENTACIÓN DE LAS CARTAS DE CREDENCIALES DE LOS EMBAJADORES DE: MOLDOVA, KIRGUISTÁN, NAMIBIA, LESOTHO, LUXEMBURGO, CHAD, GUINEA-BISSAU DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

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[…] La realidad de la pandemia en curso nos recuerda una vez más que somos
«una comunidad global donde los problemas de una persona son problemas de
todos» (Carta encíclica Fratelli tutti , 32). A pesar de los avances médicos y
tecnológicos a lo largo de los años, algo microscópico, un objeto aparentemente
insignificante, ha cambiado nuestro mundo para siempre, nos demos cuenta o
no. Como observé al comienzo de la pandemia, es urgente aprender de esta
experiencia y abrir los ojos para ver qué es lo más importante: entre nosotros
(cf. Momento extraordinario de oración, 27 de marzo de 2020). En particular,
tengo la más sincera esperanza de que a través de esta experiencia la
comunidad internacional llegue a ser más consciente del hecho de que somos
una sola familia humana; cada uno de nosotros es responsable de sus propios
hermanos y hermanas, sin excepción. Esta es una verdad que debería
empujarnos a abordar no solo la actual crisis de salud, sino todos los problemas
que aquejan a la humanidad y a nuestra casa común – pobreza, emigración,
terrorismo, cambio climático, por nombrar algunos – de manera solidaria y no
aislada. […]

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PAPA FRANCISCO ÁNGELUS

Después del Ángelus
[…] Dirijo también mis felicitaciones a Caritas Internationalis, que cumple 70
años. ¡Es jovencita, eh! Necesita crecer y hacerse más fuerte. Cáritas es, en
todo el mundo, la mano amorosa de la Iglesia para los pobres y los vulnerables,
en los que Cristo está presente. Os invito a continuar vuestro servicio con
humildad y creatividad, para llegar a los más marginados y fomentar el
desarrollo integral como antídoto a la cultura del descarte y de la indiferencia. En
particular, animo a su campaña global “Juntos”, basada en la fuerza de las
comunidades para promover el cuidado de la creación y de los pobres. Las
heridas infligidas a nuestra casa común afectan dramáticamente a los últimos,
pero las comunidades pueden contribuir a la necesaria conversión ecológica. Por
eso invito a unirse a la campaña de Caritas Internationalis. […]

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MIEMBROS DE LA UNIÓN DE JURISTAS CATÓLICOS ITALIANOS

[…] Nunca como en estos días, en estos tiempos, los juristas católicos están
llamados a afirmar y tutelar los derechos de los más débiles, dentro de un
sistema económico y social que finge incluir las diversidades, pero que de hecho
excluye sistemáticamente a quien no tiene voz. Los derechos de los
trabajadores, de los migrantes, de los enfermos, de los niños no nacidos, de las
personas al final de la vida y de los más pobres son cada vez más a menudo
descuidados y negados en esta cultura del descarte. Quien no tiene la capacidad
de gastar y de consumir parece que no vale nada. Pero negar los derechos
fundamentales, negar el derecho a una vida digna, a cuidados físicos,
psicológicos y espirituales, a un salario justo significa negar la dignidad humana.
Lo estamos viendo: cuántos jornaleros son —perdonadme la palabra— “usados”
para la cosecha de frutas o verduras, y después pagados miserablemente y
echados, sin ninguna protección social. […]