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MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO PASCUA 2022

[…] Llevo en el corazón a las numerosas víctimas ucranianas, a los millones de
refugiados y desplazados internos, a las familias divididas, a los ancianos que se
han quedado solos, a las vidas destrozadas y a las ciudades arrasadas. Tengo ante
mis ojos la mirada de los niños que se quedaron huérfanos y huyen de la guerra.
Mirándolos no podemos dejar de percibir su grito de dolor, junto con el de muchos
otros niños que sufren en todo el mundo: los que mueren de hambre o por falta de
atención médica, los que son víctimas de abusos y violencia, y aquellos a los que se
les ha negado el derecho a nacer.
En medio del dolor de la guerra no faltan también signos esperanzadores, como las
puertas abiertas de tantas familias y comunidades que acogen a migrantes y
refugiados en toda Europa. Que estos numerosos actos de caridad sean una
bendición para nuestras sociedades, a menudo degradadas por tanto egoísmo e
individualismo, y ayuden a hacerlas acogedoras para todos. […]

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VIERNES SANTO PASIÓN DEL SEÑOR VÍA CRUCIS PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE FRANCISCO

XIV estación
El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en el
sepulcro nuevo que él había excavado en la roca. Después hizo rodar una gran
piedra a la entrada del sepulcro y se fue. María Magdalena y la otra María se
quedaron allí, sentadas delante del sepulcro. (Mt 27,59-61)
Ya estamos aquí. Hemos muerto a nuestro pasado. Hubiéramos querido vivir en
nuestra tierra, pero la guerra nos lo ha impedido. Es difícil para una familia tener
que elegir entre sus sueños y la libertad. Entre los anhelos y la supervivencia.
Estamos aquí después de viajes en los que hemos visto morir mujeres y niños,
amigos, hermanos y hermanas. Estamos aquí, supervivientes. Nosotros, que en
nuestra casa éramos importantes, aquí somos percibidos como una carga, como
números, categorías, simplificaciones. Sin embargo, somos mucho más que
inmigrantes. Somos personas. Hemos viajado hasta aquí por nuestros hijos.
Morimos cada día por ellos, para que puedan tener una vida normal, sin bombas,
sin sangre, sin persecuciones. Somos católicos, pero también esto a veces parece
que pasa a un segundo plano respecto al hecho de que somos migrantes. Si no nos
resignamos es porque sabemos que la enorme piedra sobre la puerta del sepulcro
un día será removida.
Señor Jesús, que fuiste bajado del madero de la cruz por manos amigas.
R/. Dona nobis pacem.
Tú que fuiste sepultado en la tumba nueva de José de Arimatea.
R/. Dona nobis pacem.
Tú que no conociste la corrupción del sepulcro.
R/. Dona nobis pacem.
Todos:
Pater noster…
Señor Jesús,
que descendiste a los infiernos
para liberar a Adán y Eva con sus hijos de la antigua esclavitud,
te suplicamos por las familias de los migrantes,
sácalos del aislamiento que destruye
y a todos nosotros concédenos reconocerte en cada persona
como nuestro amado hermano y hermana.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO A MALTA (2-3 DE ABRIL DE 2022) ÁNGELUS

Queridos hermanos y hermanas:
Agradezco las palabras que Mons. Scicluna me ha dirigido en nombre de todos
ustedes. Pero soy yo el que les digo a ustedes: ¡Gracias!
Quisiera expresar mi gratitud al señor Presidente de la República y a las
autoridades, a mis hermanos obispos, a ustedes, queridos sacerdotes, religiosos y
religiosas, y a todos los ciudadanos y fieles de Malta y de Gozo por la acogida y el
afecto recibidos. Esta tarde, después de haberme encontrado con varios hermanos
y hermanas migrantes, será ya hora de volver a Roma, pero llevaré conmigo
muchos momentos y palabras de estos días. Tantos gestos. Sobre todo, guardaré
en el corazón numerosos rostros, y el rostro luminoso de Malta. También agradezco
a quienes han trabajado para esta visita y quisiera saludar cordialmente a los
hermanos y hermanas de diversas confesiones cristianas y religiones que encontré
durante estos días. A todos les pido que recen por mí; yo lo haré por ustedes.
¡Rezamos unos por otros!
En estas islas se respira el sentido del Pueblo de Dios. Sigan adelante así,
recordando que la fe crece en la alegría y se fortalece en la entrega. Continúen la
cadena de santidad que ha llevado a tantos malteses a darse con entusiasmo a Dios
y a los demás. Pienso en Dun Ġorġ Preca, que fue canonizado hace quince años. Y,
por último, quisiera dirigir unas palabras a los jóvenes, que son vuestro futuro.
Queridos amigos jóvenes, comparto con ustedes lo más hermoso de la vida. ¿Saben
qué es? Es la alegría de desgastarse en el amor, que nos hace libres. Pero esta
alegría tiene un nombre: Jesús. Les deseo la belleza de enamorarse de Jesús, que
es Dios de la misericordia —lo hemos escuchado hoy en el Evangelio—, que cree en
ustedes, sueña con ustedes, ama sus vidas y no los defraudará jamás. Y para
avanzar siempre con Jesús también con la familia, con el pueblo de Dios, no se
olviden de las raíces. Hablar con los mayores, hablar con los abuelos, hablar con los
ancianos.
Que el Señor los acompañe y que la Virgen los proteja. Le pedimos ahora por la
paz, pensando en la tragedia humanitaria de la martirizada Ucrania, todavía bajo
los bombardeos de esta guerra sacrílega. No nos cansemos de rezar y de ayudar a
los que sufren. ¡Que la paz esté con ustedes!

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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO A MALTA (2-3 DE ABRIL DE 2022) ENCUENTRO CON LOS MIGRANTES DISCURSO DEL SANTO PADRE

Queridos hermanos y hermanas:
Los saludo a todos con afecto. Estoy contento de concluir mi visita a Malta
compartiendo un poco con ustedes. Agradezco al Padre Dionisio su acogida; y sobre
todo agradezco a Daniel y a Siriman sus testimonios. Nos habéis abierto vuestros
corazones y vuestras vidas, y al mismo tiempo os habéis hecho portavoces de
tantos hermanos y hermanas obligados a dejar la patria para buscar un refugio
seguro.
Como dije hace algunos meses en Lesbos, «estoy aquí para decirles que estoy cerca
de ustedes… Estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos» (Discurso en
Mitilene, 5 de diciembre de 2021). Desde el día que fui a Lampedusa, nunca los he
olvidado. Los llevo siempre en el corazón y están siempre presentes en mis
oraciones.
En este encuentro con ustedes migrantes se manifiesta plenamente el significado
del lema de mi viaje a Malta. Es una cita de los Hechos de los Apóstoles que dice:
«Nos mostraron una cordialidad fuera de lo común» (28,2). Se refiere al modo
como los malteses acogieron al apóstol Pablo y a todos los que habían naufragado
junto con él cerca de la isla. Los trataron “con una cordialidad fuera de lo común”.
No sólo con cordialidad, sino con una humanidad excepcional, con una especial
atención, que san Lucas quiso inmortalizar en el libro de los Hechos. Deseo que
Malta siempre trate de este modo a cuantos llegan a sus costas, que realmente sea
para ellos un “puerto seguro”.
El naufragio es una experiencia que gran cantidad de hombres, mujeres y niños han
vivido durante estos años en el Mediterráneo. Y lamentablemente para muchos de
ellos ha sido trágica. Precisamente ayer se recibió la noticia de un rescate realizado
junto a la costa de Libia, se salvaron apenas cuatro migrantes de una embarcación
que transportaba alrededor de noventa. Recemos por estos hermanos nuestros que
han encontrado la muerte en nuestro mar Mediterráneo. Y recemos también para
ser salvados de otro naufragio que tiene lugar mientras ocurren estos hechos: es el
naufragio de la civilización, que amenaza no sólo a los refugiados, sino a todos
nosotros. ¿Cómo podemos salvarnos de este naufragio que amenaza con hundir la
nave de nuestra civilización? Comportándonos con humanidad. Mirando a las
personas no como números, sino como lo que son —como nos ha dicho Siriman—,
es decir, rostros, historias, sencillamente hombres y mujeres, hermanos y
hermanas. Y pensando que en el lugar de esa persona que veo en una embarcación
o en el mar, a través de la televisión o de una foto, podría estar yo, o mi hijo, o mi
hija. Quizá en este momento, mientras estamos aquí, algunas barcas estén
atravesando el mar desde el sur hacia el norte. Recemos por estos hermanos y
hermanas que arriesgan la vida en el mar, en busca de esperanza. También ustedes
vivieron este drama, y llegaron aquí.
Vuestras historias evocan las de miles y miles de personas que en estos últimos
días se han visto forzadas a huir de Ucrania a causa de esa guerra injusta y salvaje.
Pero también las de muchos otros hombres y mujeres que, buscando un lugar
seguro, se han visto obligados a dejar la propia casa y la propia tierra en Asia, en
África y en las Américas, pienso en los rohinyás… A todos ellos se dirige mi
pensamiento y mi oración en este momento.
Hace un tiempo recibí otro testimonio de vuestro Centro: la historia de un joven
que contaba el doloroso momento en que tuvo que dejar a su madre y a su familia
de origen. Esto me conmovió y me hizo reflexionar. Pero también tú, Daniel, y
también tú, Siriman, y cada uno de ustedes, vivió esta experiencia de partir
separándose de las propias raíces. Es un desgarro. Un desgarro que deja la marca.
No sólo un dolor momentáneo, emotivo. Deja una herida profunda en el camino de
crecimiento de un joven, de una joven. Se necesita tiempo para que sane esa
herida; se necesita tiempo y sobre todo experiencias ricas de humanidad: encontrar
personas acogedoras, que saben escuchar, comprender, acompañar; y también
estar junto con otros compañeros de viaje para compartir, para llevar juntos el
peso. Esto ayuda a cicatrizar las heridas.
Pienso en los centros de acogida, ¡qué importante es que sean lugares de
humanidad! Sabemos que es difícil, hay muchos factores que fomentan las
tensiones y la rigidez. Y, sin embargo, en cada continente hay personas y
comunidades que aceptan el desafío, conscientes de que la realidad de las
migraciones es un signo de los tiempos donde está en juego la civilización. Y para
nosotros cristianos también está en juego la fidelidad al Evangelio de Jesús, que
dijo: «Fui forastero y me recibieron» (Mt 25,35). Esto no se hace en un día. Hace
falta tiempo, se requiere mucha paciencia, se necesita sobre todo un amor hecho
de cercanía, ternura y compasión, como es el amor de Dios por nosotros. Pienso
que debemos decir un sentido “gracias” a quienes han aceptado este reto aquí en
Malta y han dado vida a este Centro. ¡Hagámoslo con un aplauso, todos juntos!
Permítanme, hermanos y hermanas, que exprese uno de mis sueños. Que ustedes
migrantes, después de haber experimentado una acogida rica de humanidad y
fraternidad, puedan llegar a ser en primera persona testigos y animadores de
acogida y de fraternidad. Aquí y donde Dios quiera, donde la Providencia guíe
vuestros pasos. Este es el sueño que deseo compartir con ustedes y que pongo en
las manos de Dios. Porque lo que es imposible para nosotros no es imposible para
Él. Considero muy importante que en el mundo de hoy los migrantes se conviertan
en testigos de los valores humanos esenciales para una vida digna y fraterna. Son
valores que ustedes llevan dentro, que pertenecen a sus raíces. Una vez que la
herida del desgarro, del desarraigo, haya cicatrizado, ustedes pueden hacer
emerger esta riqueza que llevan dentro, un patrimonio de humanidad muy valioso,
y ponerla a disposición de la comunidad en la que han sido acogidos y en los
ambientes donde se integran. ¡Este es el camino! El camino de la fraternidad y de
la amistad social. Aquí está el futuro de la familia humana en un mundo
globalizado. Estoy contento de poder compartir hoy este sueño con ustedes, así
como ustedes, con vuestros testimonios, han compartido vuestros sueños conmigo.
Creo que aquí también está la respuesta a la cuestión central de tu testimonio,
Siriman. Tú nos has recordado que los que tienen que dejar el propio país parten
con un sueño en el corazón: el sueño de la libertad y de la democracia. Este sueño
choca con una realidad dura, a menudo peligrosa, en ocasiones terrible,
deshumana. Tú has dado voz a la súplica sofocada de millones de migrantes cuyos
derechos fundamentales son violados, a veces lamentablemente con la complicidad
de las autoridades competentes. Y esto es así, y quiero decirlo así: “a veces
lamentablemente con la complicidad de las autoridades competentes”. Y has
llamado la atención sobre el punto clave: la dignidad de la persona. Lo repito con
tus propias palabras: ustedes no son números, sino personas de carne y hueso,
rostros, sueños a veces rotos.
Desde aquí se puede y se debe volver a empezar: desde las personas y desde su
dignidad. No nos dejemos engañar por quien dice: “No hay nada que hacer”, “son
problemas más grandes que nosotros”, “yo me dedico a mis asuntos y los otros que
se arreglen”. No. No caigamos en esta trampa. Respondamos al desafío de los
migrantes y de los refugiados con el estilo de la humanidad, encendamos hogueras
de fraternidad, en torno a las cuales las personas puedan calentarse, recuperarse y
reavivar la esperanza. Reforcemos el tejido de la amistad social y la cultura del
encuentro, partiendo de lugares como este, que ciertamente no serán perfectos,
pero son “laboratorios de paz”.
Y dado que este Centro lleva el nombre del Papa san Juan XXIII, quiero recordar lo
que él escribió al final de su memorable Encíclica sobre la paz: «Que [el Señor]
borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y convierta a todos
en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que Él ilumine también
con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, al mismo tiempo
que les procuran una digna prosperidad, aseguren a sus compatriotas el don
hermosísimo de la paz. Que, finalmente, Cristo encienda las voluntades de todos los
hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para
estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión,
para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su
auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine
siempre entre ellos la tan anhelada paz» (Pacem in terris, 171).
Queridos hermanos y hermanas, dentro de unos momentos, junto con algunos de
ustedes, encenderé una vela ante la imagen de la Virgen. Es un gesto sencillo, pero
con un gran significado. En la tradición cristiana, esa pequeña llama es símbolo de
la fe en Dios. Y es también símbolo de la esperanza, una esperanza que María,
nuestra Madre, sostiene en los momentos más difíciles. Es la esperanza que he
visto hoy en vuestros ojos, que ha dado sentido a vuestro viaje y los hace seguir
adelante. Que la Virgen los ayude a no perder nunca esta esperanza. A Ella le
confío a cada uno de ustedes y a sus familias, y los llevo conmigo en mi corazón y
en mi oración. Y también ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.
¡Gracias!
ORACIÓN AL FINAL DEL ENCUENTRO CON LOS MIGRANTES
Señor Dios, creador del universo,
fuente de libertad y de paz,
de amor y de fraternidad,
Tú nos has creado a tu imagen
y has infundido en todos nosotros tu soplo vital,
para hacernos partícipes de tu ser en comunión.
Aun cuando hemos quebrantado tu alianza
Tú no nos has abandonado en poder de la muerte
sino que en tu infinita misericordia
siempre nos has llamado a volver a Ti
y a vivir como tus hijos.
Infunde en nosotros tu Santo Espíritu
y danos un corazón nuevo,
capaz de escuchar el grito, a menudo silencioso,
de nuestros hermanos y hermanas que han perdido
el calor del hogar y de la patria.
Haz que podamos infundirles esperanza
con miradas y gestos de humanidad.
Haz de nosotros instrumentos de paz
y de amor fraterno concreto.
Líbranos de los miedos y de los prejuicios,
para hacer nuestros sus sufrimientos
y luchar juntos contra la injusticia;
para que crezca un mundo en el que cada persona
sea respetada en su inviolable dignidad,
esa que Tú, oh Padre, has puesto en nosotros
y tu Hijo ha consagrado para siempre.
Amén.

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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO A MALTA (2-3 DE ABRIL DE 2022) ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO DISCURSO DEL SANTO PADRE

Señor Presidente de la República,
miembros del gobierno y del Cuerpo diplomático,
distinguidas autoridades religiosas y civiles,
insignes representantes de la sociedad y del mundo de la cultura,
señoras y señores:
Los saludo cordialmente y agradezco al señor Presidente las amables palabras que
me ha dirigido en nombre de todos los ciudadanos. Vuestros antepasados
ofrecieron hospitalidad al apóstol Pablo cuando se dirigía a Roma, tratándolo a él y
a sus compañeros de viaje con «una cordialidad fuera de lo común» (Hch 28,2);
ahora, viniendo de Roma, yo también experimento la cálida acogida de los
malteses, tesoro que se transmite en este país de generación en generación.
Por su posición, Malta puede ser definida el corazón del Mediterráneo. Pero no sólo
por su posición: el entramado de acontecimientos históricos y el encuentro de los
pueblos hacen de estas islas, desde milenios, un centro de vitalidad y de cultura, de
espiritualidad y de belleza, una encrucijada que ha sabido acoger y armonizar
influjos provenientes de muchas partes. Esta diversidad de influencias hace pensar
en la variedad de vientos que caracterizan al país. No es casual que en las antiguas
representaciones cartográficas del Mediterráneo la rosa de los vientos se colocara a
menudo cerca de la isla de Malta. Quisiera tomar prestada precisamente esa
imagen de la rosa de los vientos, que posiciona las corrientes de aire en base a los
cuatro puntos cardinales, para delinear cuatro influencias esenciales para la vida
social y política de este país.
Los vientos que prevalentemente soplan en las islas malteses son del noroeste. El
norte evoca Europa, en particular la casa de la Unión Europea, edificada para que
allí viva una gran familia unida en la salvaguardia de la paz. Unidad y paz son los
dones que el pueblo maltés pide a Dios cada vez que entona el himno nacional. La
oración escrita por Dun Karm Psaila, en efecto, dice: «Concede, Dios omnipotente,
sabiduría y misericordia a los que gobiernan, salud a los que trabajan, y asegura al
pueblo maltés la unidad y la paz». La paz sigue a la unidad y brota de ella. Esto
recuerda la importancia de trabajar juntos, de anteponer la cohesión a toda
división, de afianzar las raíces y los valores compartidos que han forjado la
singularidad de la sociedad maltesa.
Pero para garantizar una buena convivencia social, no basta con consolidar el
sentido de pertenencia, sino que hay que reforzar los fundamentos de la vida
común, que se basa en el derecho y la legalidad. La honestidad, la justicia, el
sentido del deber y la transparencia son pilares esenciales de una sociedad
civilmente desarrollada. Que el compromiso para extirpar la ilegalidad y la
corrupción sea, por tanto, fuerte como el viento que, soplando desde el norte, barre
las costas del país. Y que se cultiven siempre la legalidad y la transparencia, que
permiten erradicar la delincuencia y la criminalidad, unidas por el hecho de que no
actúan a la luz del sol.
La casa europea, que se compromete a promover los valores de la justicia y de la
equidad social, también está en primera línea para salvaguardar la casa más
amplia, la de la creación. El ambiente en el que vivimos es un regalo del cielo, como
lo reconoce el himno nacional, pidiéndole a Dios que mire la belleza de esta tierra,
madre adornada con la más alta luz. Es cierto, en Malta, donde la luminosidad del
paisaje alivia las dificultades, la creación se muestra como el don que, en medio de
las pruebas de la historia y de la vida, recuerda la belleza de habitar la tierra. Por
eso, hay que protegerla de la avidez voraz, de la codicia del dinero y de la
especulación edilicia, que no sólo afectan el paisaje, sino el futuro. En cambio, el
cuidado del ambiente y la justicia social preparan el porvenir, y son excelentes
caminos para que los jóvenes se apasionen por la buena política, sustrayéndolos a
las tentaciones del desinterés y de la falta de compromiso.
El viento del norte a menudo se mezcla con el que sopla del oeste. Este país
europeo, particularmente en su juventud, comparte, en efecto, los estilos de vida y
de pensamiento occidentales. De esto proceden grandes bienes —pienso, por
ejemplo, en los valores de la libertad y de la democracia—, pero también riesgos
que es necesario vigilar, para que el afán de progreso no lleve a apartarse de las
raíces. Malta es un maravilloso “laboratorio de desarrollo orgánico”, donde
progresar no significa cortar las raíces con el pasado en nombre de una falsa
prosperidad dictada por las ganancias y las necesidades creadas por el
consumismo, así como por el derecho de tener cualquier derecho. Para un
desarrollo sano es importante conservar la memoria y tejer respetuosamente la
armonía entre las generaciones, sin dejarse absorber por homologaciones
artificiales y colonizaciones ideológicas, que frecuentemente se suscitan, por
ejemplo, en el campo de la vida, del inicio de la vida. Son colonizaciones ideológicas
que van contra el derecho a la vida desde el momento de la concepción.
En el fundamento de un crecimiento sólido está la persona humana, el respeto a la
vida y a la dignidad de todo hombre y de toda mujer. Conozco el compromiso de los
malteses por abrazar y proteger la vida. Ya en los Hechos de los Apóstoles ustedes
se distinguían por salvar a mucha gente. Los animo a seguir defendiendo la vida
desde el inicio hasta su fin natural, pero también a protegerla en todo momento del
descarte y del abandono. Pienso especialmente en la dignidad de los trabajadores,
de los ancianos y de los enfermos. Y en los jóvenes, que corren el peligro de
desperdiciar el bien inmenso que son, persiguiendo espejismos que dejan tanto
vacío interior. Es lo que provocan el consumismo exacerbado, la cerrazón ante las
necesidades de los demás y la plaga de la droga, que sofoca la libertad creando
dependencia. ¡Protejamos la belleza de la vida!
Continuando con la rosa de los vientos, miramos al sur. Desde allí llegan tantos
hermanos y hermanas en busca de esperanza. Quisiera agradecer a las autoridades
y a la población por la acogida que les ofrecen en nombre del Evangelio, de la
humanidad y del sentido de hospitalidad típico de los malteses. Según la etimología
fenicia, Malta significa “puerto seguro”. Sin embargo, ante la creciente afluencia de
los últimos años, los temores y las inseguridades han provocado desánimo y
frustración. Para afrontar de una manera adecuada la compleja cuestión migratoria
es necesario situarla dentro de perspectivas más amplias de tiempo y de espacio.
De tiempo: el fenómeno migratorio no es una circunstancia del momento, sino que
marca nuestra época; lleva consigo las deudas de injusticias pasadas, de tanta
explotación, de los cambios climáticos y de los desventurados conflictos cuyas
consecuencias hay que pagar. Desde el sur, pobre y poblado, multitud de personas
se trasladan hacia el norte más rico. Es un hecho que no se puede rechazar con
cerrazones anacrónicas, porque en el aislamiento no habrá prosperidad ni
integración. Asimismo, hay que considerar el espacio. La expansión de la
emergencia migratoria —pensemos en los refugiados de la martirizada Ucrania
actualmente— exige respuestas amplias y compartidas. No pueden cargar con todo
el problema sólo algunos países, mientras otros permanecen indiferentes. Y países
civilizados no pueden sancionar por interés propio acuerdos turbios con
delincuentes que esclavizan a las personas. Desgraciadamente esto sucede. El
Mediterráneo necesita la corresponsabilidad europea, para convertirse nuevamente
en escenario de solidaridad y no ser la avanzada de un trágico naufragio de
civilizaciones. El mare nostrum no puede convertirse en el mayor cementerio de
Europa.
Y a propósito de naufragio, pienso en san Pablo, que en el curso de su última
travesía en el Mediterráneo llegó a estas costas de manera inesperada y fue
socorrido. Después, mordido por una víbora, pensaron que era un asesino; pero
luego, al ver que no le pasó nada malo, fue en cambio considerado un dios (cf. Hch
28,3-6). Entre las exageraciones de los dos extremos se escapaba la evidencia
principal: Pablo era un hombre, necesitado de acogida. La humanidad está ante
todo y recompensa en todo. Lo enseña este país, cuya historia se ha visto
beneficiada por la llegada forzosa del apóstol náufrago. En nombre del Evangelio
que él vivió y predicó, ensanchemos el corazón y descubramos la belleza de servir a
los necesitados. Sigamos por este camino. Hoy, mientras prevalece el miedo y “la
narrativa de la invasión”, y el objetivo principal parece ser la tutela de la propia
seguridad a cualquier costo, ayudémonos a no ver al migrante como una amenaza
y a no ceder a la tentación de alzar puentes levadizos y de erigir muros. El otro no
es un virus del que hay que defenderse, sino una persona que hay que acoger, y «el
ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente,
el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual»
(Exhort. ap. Evangelii gaudium, 88). ¡No dejemos que la indiferencia desvanezca el
sueño de vivir juntos! Ciertamente, acoger supone esfuerzo y exige renuncias.
También le ocurrió a san Pablo: para ponerse a salvo primero tuvo que sacrificar los
bienes de la nave (cf. Hch 27,38). Pero son santas las renuncias que se hacen por
un bien más grande, por la vida del hombre, que es el tesoro de Dios.
Por último, está el viento proveniente del este, que a menudo sopla al amanecer.
Homero lo llamaba “Euro” (cf. La Odisea, Canto V). Pero, precisamente del este de
Europa, del Oriente, donde surge antes la luz, han llegado las tinieblas de la guerra.
Pensábamos que las invasiones de otros países, los brutales combates en las calles
y las amenazas atómicas fueran oscuros recuerdos de un pasado lejano. Pero el
viento gélido de la guerra, que sólo trae muerte, destrucción y odio, se ha abatido
con prepotencia sobre la vida de muchos y los días de todos. Y mientras una vez
más algún poderoso, tristemente encerrado en las anacrónicas pretensiones de
intereses nacionalistas, provoca y fomenta conflictos, la gente común advierte la
necesidad de construir un futuro que, o será juntos, o no será. Ahora, en la noche
de la guerra que ha caído sobre la humanidad —por favor— no hagamos que
desaparezca el sueño de la paz.
Malta, que resplandece con luz propia en el corazón del Mediterráneo, puede
inspirarnos, porque es urgente devolver la belleza al rostro del hombre, desfigurado
por la guerra. Hay una hermosa estatua mediterránea datada siglos antes de Cristo
que representa a la paz, Irene, como una mujer que tiene en brazos a Pluto, la
riqueza. Nos recuerda que la paz produce bienestar y la guerra solamente pobreza,
y nos hace pensar el hecho de que en la estatua la paz y la riqueza se representen
como una mamá que tiene en brazos un bebé. La ternura de las madres, que dan la
vida al mundo, y la presencia de las mujeres son la verdadera alternativa a la lógica
perversa del poder, que conduce a la guerra. Necesitamos compasión y cuidados,
no visiones ideológicas y populismos que se alimentan de palabras de odio y no se
preocupan de la vida concreta del pueblo, de la gente común.
Hace más de sesenta años, en un mundo amenazado por la destrucción, donde las
leyes eran dictadas por las contraposiciones ideológicas y la férrea lógica de las
coaliciones, desde la cuenca mediterránea se elevó una voz contracorriente, que a
la exaltación de la propia parte opuso un impulso profético en nombre de la
fraternidad universal. Era la voz de Giorgio La Pira, que dijo: «La coyuntura
histórica que vivimos, el choque de intereses e ideologías que sacuden a la
humanidad, presa de un increíble infantilismo, restituyen al Mediterráneo una
responsabilidad capital: definir nuevamente las normas de una Medida donde el
hombre, abandonado al delirio y a la desmesura, pueda reconocerse» (Intervención
en el Congreso Mediterráneo de la Cultura, 19 febrero 1960). Son palabras
actuales; podemos repetirlas porque tienen una gran actualidad. Cuánto
necesitamos una “medida humana” frente a la agresividad infantil y destructiva que
nos amenaza, frente al riesgo de una “guerra fría ampliada” que puede sofocar la
vida de pueblos y generaciones enteros. Ese “infantilismo”, lamentablemente, no ha
desaparecido. Vuelve a aparecer prepotentemente en las seducciones de la
autocracia, en los nuevos imperialismos, en la agresividad generalizada, en la
incapacidad de tender puentes y de comenzar por los más pobres. Hoy es muy
difícil pensar con la lógica de la paz. Nos hemos habituado a pensar con la lógica de
la guerra. Es aquí donde comienza a soplar el viento gélido de la guerra, que
también esta vez ha sido alimentado a lo largo de los años. Sí, la guerra se fue
preparando desde hace mucho tiempo, con grandes inversiones y comercio de
armas. Y es triste ver cómo el entusiasmo por la paz, que surgió después de la
segunda guerra mundial, se haya debilitado en los últimos decenios, así como el
camino de la comunidad internacional, con pocos poderosos que siguen adelante
por cuenta propia, buscando espacios y zonas de influencia. Y, de este modo, no
sólo la paz, sino tantas grandes cuestiones, como la lucha contra el hambre y las
desigualdades han sido de hecho canceladas de las principales agendas políticas.
Pero la solución a las crisis de cada uno es hacerse cargo de las de todos, porque
los problemas globales requieren soluciones globales. Ayudémonos a escuchar la
sed de paz de la gente, trabajemos para poner las bases de un diálogo cada vez
más amplio, volvamos a reunirnos en conferencias internacionales por la paz,
donde el tema central sea el desarme, con la mirada dirigida a las generaciones que
vendrán. Y que los cuantiosos recursos que siguen siendo destinados a los
armamentos se empleen en el desarrollo, la salud y la alimentación.
En fin, mirando todavía hacia el este, quisiera dirigir un pensamiento al vecino
Oriente Medio, que se refleja en la lengua de este país, que se armoniza con otras,
como recordando la capacidad de los malteses de generar convivencias benéficas,
en una suerte de coexistencia de las diferencias. Esto es lo que necesita Oriente
Medio: el Líbano, Siria, Yemen y otros contextos destrozados por los problemas y la
violencia. Que Malta, corazón del Mediterráneo, siga haciendo palpitar el latido de la
esperanza, el cuidado de la vida, la acogida del otro, el anhelo de paz, con la ayuda
de Dios, cuyo nombre es paz.
¡Que Dios bendiga a Malta y a Gozo!

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LAS DELEGACIONES DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS DE CANADÁ

Please note that this document is an unofficial translation and is provided for reference only.

[…] Pero tu árbol que da fruto ha sufrido una tragedia, que me has contado en
estos días: la de ser arrancado. La cadena que ha transmitido saberes y estilos de
vida, en unión con el territorio, fue rota por la colonización, que sin respeto ha
arrancado a muchos de ustedes de su entorno vital y pretendido conformarlos a
otra mentalidad. Así ha sido herida vuestra identidad y vuestra cultura, muchas
familias separadas, muchos jóvenes han sido víctimas de esta acción
homologadora, sustentada en la idea de que el progreso pasa por la colonización
ideológica, según los programas estudiados en la mesa más que por el respeto a la
vida de los pueblos. Es algo que, lamentablemente, también está ocurriendo hoy,
en varios niveles: la colonización ideológica. Cuántas colonizaciones políticas,
ideológicas y económicas quedan todavía en el mundo, impulsadas por la codicia, la
sed de lucro, sin importar las poblaciones, sus historias y sus tradiciones, y la casa
común de la creación. Desafortunadamente, esta mentalidad colonial todavía está
muy extendida. Ayudémonos entre todos a superarlo. […]

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PAPA FRANCISCO AUDIENCIA GENERAL

LLAMAMIENTO
Queridos hermanos y hermanas, el próximo sábado y domingo iré a Malta. En esa
tierra luminosa seré peregrino tras las huellas del apóstol Pablo, que allí fue acogido
con gran humanidad después de haber naufragado en el mar mientras se dirigía a
Roma. Este viaje apostólico será la ocasión para ir a las fuentes del anuncio del
Evangelio, para conocer personalmente a una comunidad cristiana de historia
milenaria y vivaz, para encontrarme con los habitantes de un país que se encuentra
en el centro del Mediterráneo y en el sur del continente europeo, hoy aún más
comprometido con la acogida de tantos hermanos y hermanas que buscan refugio.
Desde ahora saludo de corazón a todos vosotros malteses: feliz día. Doy las gracias
a los que han trabajado para preparar esta visita y pido a cada uno que me
acompañe con la oración. ¡Gracias! […]

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PAPA FRANCISCO ÁNGELUS

Después del Ángelus:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Ha pasado más de un mes desde el inicio de la invasión de Ucrania, desde el inicio
de esta guerra cruel e insensata que, como toda guerra, representa una derrota
para todos, para todos nosotros. Hay necesidad de repudiar la guerra, lugar de
muerte donde los padres y las madres entierran a los hijos, donde los hombres
asesinan a sus hermanos sin ni siquiera haberles visto, donde los poderosos
deciden y los pobres mueren.
La guerra no devasta solo el presente, sino también el futuro de una sociedad. He
leído que desde el inicio de la agresión a Ucrania un niño de cada dos se ha
desplazado del país. Esto quiere decir destruir el futuro, provocar traumas
dramáticos en los pequeños e inocentes entre nosotros. Esta es la bestialidad de la
guerra, ¡acto bárbaro y sacrílego!
La guerra no puede ser algo inevitable: ¡no debemos acostumbrarnos a la guerra!
Más bien debemos convertir la indignación de hoy en el compromiso de mañana.
Porque, si de esta situación salimos como antes, de alguna manera todos seremos
culpables. Frente al peligro de autodestruirse, la humanidad comprenda que ha
llegado el momento de abolir la guerra, de cancelarla de la historia del hombre
antes de que sea ella quien cancele al hombre de la historia.
¡Rezo para que todo responsable político reflexione sobre esto, se comprometa con
esto! Y, mirando a la atormentada Ucrania, entienda que cada día de guerra
empeora la situación para todos. Por eso renuevo mi llamamiento: ¡basta, que se
detengan, callen las armas, se trate seriamente para la paz! Recemos de nuevo, sin
cansarnos, a la Reina de la paz, a la cual hemos consagrado la humanidad, en
particular Rusia y Ucrania, con una participación grande e intensa, por la que doy
las gracias a todos vosotros. Rezamos juntos. Dios te salve María… […]

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LAS TRANSMISIONES DE LA FEDERACIÓN ITALIANA

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[…] He oído que se compromete a hacer su contribución también al servicio de los
muchos hermanos y hermanas que huyeron de Ucrania a causa de la guerra. Le doy
las gracias por ello. Esperamos y rezamos para que esta guerra, vergonzosa para
todos nosotros, para toda la humanidad, termine lo antes posible: es inaceptable;
cada día se suma más muertes y destrucción. Muchas personas se movilizaron para
ayudar a los refugiados. Gente corriente, sobre todo en los países vecinos, pero
también aquí en Italia, donde han llegado y siguen llegando miles de ucranianos. Tu
aporte es precioso, es una forma concreta y artesanal de construir la paz. Y estoy
de acuerdo con lo que ha dicho el Presidente, hablando de la protección civil
europea: Europa está dando su respuesta a esta guerra, no solo a nivel de las altas
instituciones, sino también a nivel de la sociedad civil, de asociaciones voluntarias
como la suya. Esta forma de reaccionar es fundamental e indispensable, regenera el
tejido humano y social ante una herida tan grave y tan grande como la de la
guerra. Hay que ayudar a los refugiados ucranianos, no solo en este momento, sino
luego, más adelante, cuando se desvanezca el recuerdo de la guerra, porque en ese
momento tendrán más dificultades que ahora: porque ahora estamos todos juntos,
y entonces… Tenemos que pensar en el futuro, y no es fácil. […]

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PAPA FRANCISCO AUDIENCIA GENERAL

LLAMAMIENTO
Quisiera tomar un minuto para recordar a las víctimas de la guerra. Las noticias de
las personas desplazadas, de las personas que huyen, de las personas muertas, de
las personas heridas, de tantas personas caídas de un lado y del otro, son noticias
de muerte. Pidamos al Señor de la vida que nos libere de esta muerte de la guerra.
Con la guerra todo se pierde, todo. No hay victoria en una guerra: todo es derrota.
Que el Señor envíe su Espíritu para que nos haga entender que la guerra es una
derrota de la humanidad, nos haga entender que es necesario más bien derrotar la
guerra. El Espíritu del Señor nos libere a todos de esta necesidad de
autodestrucción, que se manifiesta haciendo la guerra. Recemos también para que
los gobernantes entiendan que comprar armas y fabricar armas no es la solución
del problema. La solución es trabajar juntos por la paz y, como dice la Biblia, hacer
de las armas instrumentos para la paz. Recemos juntos a la Virgen: Dios te salve
María… […]