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PAPA FRANCISCO: REGINA CAELI

Antes de terminar esta celebración, me gustaría dar las gracias a los que han colaborado en su preparación y retransmisión en directo. Y saludo a todos los que se han conectado a través de los medios de comunicación.

Dirijo un saludo especial a los que estáis presentes aquí en la iglesia del Santo Spirito in Sassia, Santuario de la Divina Misericordia: a los fieles habituales, al personal de enfermería, a los reclusos, a las personas con discapacidad, a los refugiados y emigrantes, a las Hermanas Hospitalarias de la Divina Misericordia y a los voluntarios de la Protección Civil.

Vosotros representáis algunas de las situaciones en las que la misericordia se hace concreta, se vuelve cercanía, servicio, atención a las personas en dificultad. Ojalá os sintáis siempre misericordiados para ser a vuestra vez misericordiosos.

¡Qué la Virgen María, Madre de la Misericordia, nos conceda a todos esta gracia!

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CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN LAS REUNIONES DE PRIMAVERA 2021 DEL GRUPO BANCO MUNDIAL Y DEL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL

Al Grupo del Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional

Agradezco la amable invitación para dirigirme a los participantes en las Reuniones de Primavera 2021 del Grupo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional mediante esta carta, que he entregado al cardenal Peter Turkson, Prefecto del Dicasterio de la Santa Sede para la Promoción del Desarrollo Humano Integral.

En este último año, como consecuencia de la pandemia de Covid-19, nuestro mundo se ha visto obligado a enfrentarse a una serie de graves e interrelacionadas crisis socioeconómicas, ecológicas y políticas. Espero que vuestras discusiones contribuyan a un modelo de «recuperación» capaz de generar soluciones nuevas, más inclusivas y sostenibles para apoyar la economía real, ayudando a los individuos y a las comunidades a alcanzar sus aspiraciones más profundas y el bien común universal. La noción de recuperación no puede contentarse con una vuelta a un modelo de vida económica y social desigual e insostenible, en el que una exigua minoría de la población mundial posee la mitad de la riqueza.

A pesar de nuestras profundas convicciones de que todos los hombres y mujeres han sido creados iguales, muchos de nuestros hermanos y hermanas en la familia humana, especialmente los que están en los márgenes de la sociedad, están efectivamente excluidos del mundo financiero. La pandemia, sin embargo, nos ha recordado una vez más que nadie se salva solo. Si queremos salir de esta situación como un mundo mejor, más humano y solidario, hay que idear formas nuevas y creativas de participación social, política y económica, sensibles a la voz de los pobres y comprometidas con su inclusión en la construcción de nuestro futuro común (cf. Fratelli tutti, 169). Como expertos en finanzas y economía, sabéis bien que la confianza, nacida de la interconexión entre las personas, es la piedra angular de todas las relaciones, incluidas las financieras. Esas relaciones sólo pueden construirse mediante el desarrollo de una «cultura del encuentro» en la que todas las voces puedan ser escuchadas y todos puedan prosperar, encontrando puntos de contacto, tendiendo puentes y previendo proyectos inclusivos a largo plazo (cf. ibíd., 216).

Aunque muchos países están consolidando ahora sus planes individuales de recuperación, sigue siendo urgente un plan global que pueda crear nuevas instituciones o regenerar las existentes, en particular las de gobernanza global, y que ayude a construir una nueva red de relaciones internacionales para avanzar en el desarrollo humano integral de todos los pueblos. Esto significa necesariamente dar a las naciones más pobres y menos desarrolladas una participación efectiva en la toma de decisiones y facilitar el acceso al mercado internacional. Un espíritu de solidaridad mundial exige también, como mínimo, una reducción significativa de la carga de la deuda de las naciones más pobres, que se ha visto agravada por la pandemia. Reducir la carga de la deuda de tantos países y comunidades hoy en día, es un gesto profundamente humano que puede ayudar a las personas a desarrollarse, a tener acceso a las vacunas, a la salud, a la educación y al empleo.

Tampoco podemos pasar por alto otro tipo de deuda: la «deuda ecológica» que existe especialmente entre el norte y el sur mundial. De hecho, estamos en deuda con la propia naturaleza, así como con las personas y los países afectados por la degradación ecológica y la pérdida de biodiversidad inducidas por el ser humano. A este respecto, creo que la industria financiera, que se distingue por su gran creatividad, se mostrará capaz de desarrollar mecanismos ágiles para calcular esta deuda ecológica, de modo que los países desarrollados puedan pagarla, no sólo limitando significativamente su consumo de energía no renovable o ayudando a los países más pobres a promulgar políticas y programas de desarrollo sostenible, sino también cubriendo los costes de la innovación necesaria para ello (cf. Laudato si’, 51-52).

Para un desarrollo justo e integrado es fundamental una profunda apreciación del objetivo y fin esencial de toda vida económica, es decir, el bien común universal. De ello se desprende que el dinero público nunca puede estar desvinculado del bien público, y que los mercados financieros deben estar respaldados por leyes y regulaciones destinadas a garantizar que realmente funcionen para el bien común. El compromiso con la solidaridad económica, financiera y social implica, por tanto, mucho más que comprometerse con actos esporádicos de generosidad. «Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares» (Fratelli tutti116).

Es hora de reconocer que los mercados —en particular los financieros— no se gobiernan a sí mismos. Los mercados deben estar respaldados por leyes y regulaciones que aseguren que trabajan para el bien común, garantizando que las finanzas —en vez de ser meramente especulativas o financiarse a sí mismas— trabajen para los objetivos sociales tan necesarios en el contexto de la actual emergencia sanitaria mundial. En este sentido, necesitamos especialmente una solidaridad en materia de vacunas justamente financiada, ya que no podemos permitir que la ley del mercado prevalezca sobre la ley del amor y la salud de todos. En este sentido, reitero mi llamamiento a los gobernantes, a las empresas y a las organizaciones internacionales para que colaboren en el suministro de vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados (cf. Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 2020).

Espero que en estos días vuestras deliberaciones formales y vuestros encuentros personales den mucho fruto para el discernimiento de soluciones acertadas para un futuro más inclusivo y sostenible. Un futuro en el que las finanzas estén al servicio del bien común, en el que los vulnerables y los marginados se sitúen en el centro, y en el que la tierra, nuestra casa común, esté bien cuidada.

Con mis mejores deseos y oraciones para que los encuentros sean fructíferos, invoco sobre todos los participantes las bendiciones divinas de sabiduría y comprensión, buen consejo, fortaleza y paz.

Desde el Vaticano, 4 de abril de 2021

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VÍA CRUCIS: PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE FRANCISCO

X Estación

Jesús es despojado de las vestiduras

 

[Los soldados] lo crucificaron y se repartieron su ropa por sorteo, para ver qué se llevaba cada uno. Así se cumplió la Escritura: Se han repartido mi ropa entre ellos y sortearon mi túnica (Mc 15,24; Jn 19,24b).

 

Meditación

En las estanterías de mi habitación había muchas muñecas, cada una diferente. En cada aniversario recibía una nueva como regalo, y estaba muy encariñada a todas mis pequeñas amigas.

El domingo, durante los avisos al final de la misa, el párroco mencionó una campaña de recogida de juguetes para los niños refugiados de Kosovo.

Al llegar a casa, miré mis muñecas y pensé: “¿Realmente las necesito?”.

Con tristeza elegí algunas, las más antiguas, las que menos me gustaban. Preparé la caja para llevarla a la iglesia el domingo siguiente.

Sin embargo, por la noche tuve la sensación de que no había hecho lo correcto. Antes de irme a la cama, la caja estaba llena de muñecas y las estanterías vacías.

Deshacerse de lo superfluo aligera el alma y nos libra del egoísmo.

Dar nos hace más felices que recibir.

 

Oración de los niños

Jesús, vela sobre mi corazón, hazlo libre de la esclavitud de las cosas materiales. Ayúdame a no dar sólo lo superfluo, sino también algo necesario.

 

Oremos

Señor, Padre bueno, llena nuestras lagunas,
haznos generosos para compartir con los hermanos
los dones de tu providencia.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

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PAPA FRANCISCO: AUDIENCIA GENERAL

[…] El Viernes Santo es día de penitencia, de ayuno y de oración. A través de los textos de la Sagrada Escritura y las oraciones litúrgicas, estaremos como reunidos en el Calvario para conmemorar la Pasión y la Muerte redentora de Jesucristo. En la intensidad del rito de la Acción litúrgica se nos presentará el Crucificado para adorar. Adorando la Cruz, reviviremos el camino del Cordero inocente inmolado por nuestra salvación. Llevaremos en la mente y en el corazón los sufrimientos de los enfermos, de los pobres, de los descartados de este mundo; recordaremos a los “corderos inmolados” víctimas inocentes de las guerras, de las dictaduras, de las violencias cotidianas, de los abortos… Delante de la imagen de Dios crucificado llevaremos, en la oración, los muchos, demasiados crucificados de hoy, que solo desde Él pueden recibir el consuelo y el sentido de su sufrimiento. Y hoy hay muchos: no olvidar a los crucificados de hoy, que son la imagen del Jesús Crucificado, y en ellos está Jesús. […]

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MENSAJE DE SU EMINENCIA EL CARDENAL PIETRO PAROLIN, SECRETARIO DE ESTADO, EN NOMBRE DEL SANTO PADRE, CON MOTIVO DEL DÍA MUNDIAL DEL AGUA 2021

Excelencias:

Es para mí un honor saludarles cordialmente, también en nombre del Santo Padre, con motivo del Día Mundial del Agua 2021.

El tema elegido para este año, “Valorar el agua”, nos invita a ser más responsables en la tutela y utilización de este elemento tan fundamental para la preservación de nuestro planeta. Sin agua, en efecto, no habría habido vida, ni centros urbanos, ni productividad agrícola, forestal o ganadera. Con todo, este recurso no ha sido cuidado con el esmero y la atención que merece. Desperdiciarlo, desdeñarlo o contaminarlo ha sido un error que continúa repitiéndose también en nuestros días.

Más aún, en el mismo siglo XXI, en la era del progreso y de los avances tecnológicos, el acceso al agua potable y segura no está al alcance de todos. El Santo Padre nos recuerda que el agua es “un derecho humano básico, fundamental y universal,  […]condición para el ejercicio de los demás derechos humanos” (Enc. Laudato si’, n. 30); un bien al que todos los seres humanos, sin excepción, tienen derecho a acceder de forma adecuada, de modo que puedan llevar una vida digna. De manera que “este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarle el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable” (Ib.).

A esta triste realidad se añaden hoy los nocivos efectos del cambio climático: inundaciones, sequías, aumento de las temperaturas, variabilidad repentina e impredecible de las precipitaciones, deshielos, disminución de las corrientes de los ríos o agotamiento de las aguas subterráneas. Todos estos fenómenos perjudican y merman la calidad del agua y, por consiguiente, impiden una vida serena y fecunda. También contribuye a este estado de cosas la difusión de la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia, que llevan al hombre a sentirse autorizado para saquear y esquilmar la creación. Sin olvidar la actual crisis sanitaria, que ha agrandado las desigualdades sociales y económicas existentes, poniendo en evidencia el daño causado por la ausencia o la ineficiencia de los servicios hídricos entre los más necesitados.

Pensando en cuantos hoy carecen de un bien tan sustancial como el agua, así como en las generaciones que nos sucederán, invito a todos a trabajar para terminar con la contaminación de los mares y los ríos, de las corrientes subterráneas y los manantiales, a través de una labor educativa que promueva el cambio de nuestros estilos de vida. la búsqueda de la bondad, la verdad, la belleza y la comunión con los demás hombres en aras del bien común. Que sean estos los planteamientos que determinen las opciones del consumo, del ahorro y de las inversiones (cfr. San Juan Pablo II, Enc. Centesimus annus, n. 36). […]

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PAPA FRANCISCO: ÁNGELUS

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

Hace diez años comenzaba el sangriento conflicto de Siria, que ha provocado una de las mayores catástrofes humanitarias de nuestro tiempo: un número indeterminado de muertos y heridos, millones de refugiados, miles de desaparecidos, destrucción, violencia de todo tipo y un inmenso sufrimiento para toda la población, especialmente la más vulnerable, como niños, mujeres y ancianos. Renuevo mi más encarecido llamamiento a las partes en conflicto para que den muestras de buena voluntad, a fin de que se abra un rayo de esperanza para la población extenuada. Espero igualmente un compromiso decidido y renovado, constructivo y solidario, por parte de la comunidad internacional, para que, depuestas las armas, se pueda restablecer el tejido social y comenzar la reconstrucción y la recuperación económica. Pidamos todos al Señor para que no se olvide tanto sufrimiento en la amada y atormentada Siria y para que nuestra solidaridad reavive la esperanza. Recemos juntos por la amada y atormentada Siria. Ave María… […]

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PAPA FRANCISCO: AUDIENCIA GENERAL

[…] Lanzamos un mensaje de fraternidad desde Mosul y desde Qaraqosh, sobre el río Tigris, en las ruinas de la antigua Nínive. La ocupación del Estado Islámico causó la fuga de miles y miles de habitantes, entre los cuales muchos cristianos de diferentes confesiones y otras minorías perseguidas, especialmente los yazidíes. Se ha destruido la antigua identidad de estas ciudades. Ahora se está tratando de reconstruir con mucho esfuerzo; los musulmanes invitan a los cristianos a volver, y juntos restauran iglesias y mezquitas. Fraternidad, está ahí. Y sigamos, por favor, rezando por estos hermanos y hermanas nuestros tan probados, para que tengan fuerza de volver a comenzar. Y pensando en tantos iraquíes emigrados quisiera decirles: habéis dejado todo, como Abrahán: como él, custodiad la fe y la esperanza, y sed creadores de amistad allá donde estéis. Y, si podéis, volved. […]

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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO A IRAK: ENCUENTRO INTERRELIGIOSO

[…] Queridos amigos, ¿todo esto es posible? El padre Abrahán, que supo esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4,18), nos anima. En la historia, hemos perseguido con frecuencia metas demasiado terrenas y hemos caminado cada uno por cuenta propia, pero con la ayuda de Dios podemos cambiar para mejor. Depende de nosotros, humanidad de hoy, y sobre todo de nosotros, creyentes de cada religión, transformar los instrumentos de odio en instrumentos de paz. Nos toca a nosotros exhortar con fuerza a los responsables de las naciones para que la creciente proliferación de armas ceda el paso a la distribución de alimentos para todos. Nos corresponde a nosotros acallar los reproches mutuos para dar voz al grito de los oprimidos y de los descartados del planeta; demasiados carecen de pan, medicinas, educación, derechos y dignidad. De nosotros depende que salgan a la luz las turbias maniobras que giran alrededor del dinero y pedir con fuerza que este no sirva siempre y sólo para alimentar las ambiciones sin freno de unos pocos. A nosotros nos corresponde proteger la casa común de nuestras intenciones depredadoras. Nos toca a nosotros recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene, y que la vida de los niños por nacer, ancianos, migrantes, hombres y mujeres de todo color y nacionalidad siempre son sagradas y cuentan como las de todos los demás. Nos corresponde a nosotros tener la valentía de levantar los ojos y mirar a las estrellas, las estrellas que vio nuestro padre Abrahán, las estrellas de la promesa. […]

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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO A IRAK: ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO: DISCURSO DEL SANTO PADRE

Señor Presidente,
Miembros del Gobierno y del Cuerpo diplomático,
distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Señoras y Señores:

Agradezco la oportunidad de realizar esta Visita, tan esperada y deseada, a la República de Irak; de poder venir a esta tierra, cuna de la civilización que está estrechamente ligada —por medio del Patriarca Abrahán y numerosos profetas— a la historia de la salvación y a las grandes tradiciones religiosas del judaísmo, del cristianismo y del islam. Expreso mi gratitud al señor Presidente Salih por la invitación y por las amables palabras de bienvenida, que me ha dirigido también en nombre de las otras Autoridades y de su amado pueblo. Asimismo, saludo a los miembros del Cuerpo diplomático y a los Representantes de la sociedad civil.

Saludo con afecto a los obispos y sacerdotes, a los religiosos y religiosas y a todos los fieles de la Iglesia católica. Vengo como peregrino para animarlos en su testimonio de fe, esperanza y caridad en medio de la sociedad iraquí. Saludo también a los fieles de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas, a los miembros del islam y a los representantes de otras tradiciones religiosas. Que Dios nos conceda caminar juntos, como hermanos y hermanas, con la «fuerte convicción de que las enseñanzas verdaderas de las religiones invitan a permanecer anclados en los valores de la paz; […] del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).

Mi visita se lleva a cabo en un tiempo en que el mundo entero está tratando de salir de la crisis por la pandemia de Covid-19, que no sólo ha afectado la salud de tantas personas, sino que también ha provocado el deterioro de las condiciones sociales y económicas, marcadas ya por la fragilidad y la inestabilidad. Esta crisis requiere esfuerzos comunes por parte de cada uno para dar los pasos necesarios, entre ellos una distribución equitativa de las vacunas para todos. Pero no es suficiente; esta crisis es sobre todo una llamada a «repensar nuestros estilos de vida […], el sentido de nuestra existencia» (Carta enc. Fratelli tutti, 33). Se trata de que salgamos de este tiempo de prueba mejores que antes; de que construyamos el futuro en base a lo que nos une, más que en lo que nos divide.

En las últimas décadas, Irak ha sufrido los desastres de las guerras, el flagelo del terrorismo y conflictos sectarios basados a menudo en un fundamentalismo que no puede aceptar la pacífica convivencia de varios grupos étnicos y religiosos, de ideas y culturas diversas. Todo esto ha traído muerte, destrucción, ruinas todavía visibles, y no sólo a nivel material: los daños son aún más profundos si se piensa en las heridas del corazón de muchas personas y comunidades, que necesitarán años para sanar. Y aquí, entre tantos que han sufrido, no puedo dejar de recordar a los yazidíes, víctimas inocentes de una barbarie insensata y deshumana, perseguidos y asesinados a causa de sus creencias religiosas, cuya propia identidad y supervivencia se han puesto en peligro. Por lo tanto, sólo si logramos mirarnos entre nosotros, con nuestras diferencias, como miembros de la misma familia humana, podremos comenzar un proceso efectivo de reconstrucción y dejar a las generaciones futuras un mundo mejor, más justo y más humano. A este respecto, la diversidad religiosa, cultural y étnica que ha caracterizado a la sociedad iraquí por milenios, es un recurso valioso para aprovechar, no un obstáculo a eliminar. Hoy, Irak está llamado a mostrar a todos, especialmente en Oriente Medio, que las diferencias, más que dar lugar a conflictos, deben cooperar armónicamente en la vida civil.

La coexistencia fraterna necesita del diálogo paciente y sincero, salvaguardado por la justicia y el respeto del derecho. No es una tarea fácil: requiere esfuerzo y compromiso por parte de todos para superar rivalidades y contraposiciones, y dialogar a partir de la identidad más profunda que tenemos, la de hijos del único Dios y Creador (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Dec. Nostra aetate, 5). En base a este principio, la Santa Sede, en Irak como en todas partes, no se cansa de acudir a las Autoridades competentes para que concedan a todas las comunidades religiosas reconocimiento, respeto, derechos y protección. Aprecio los esfuerzos que ya se han realizado en esta dirección y uno mi voz a la de los hombres y mujeres de buena voluntad para que avancen en beneficio del país.

Una sociedad que lleva la impronta de la unidad fraterna es una sociedad cuyos miembros viven entre ellos solidariamente. «La solidaridad nos ayuda a ver al otro […] como nuestro prójimo, compañero de camino» (Mensaje para la 54.ª Jornada Mundial de la Paz1 enero 2021). Es una virtud que nos lleva a realizar gestos concretos de cuidado y de servicio, con particular atención a los más vulnerables y necesitados. Pienso en quienes, a causa de la violencia, de la persecución y del terrorismo han perdido familiares y seres queridos, casa y bienes esenciales. Pero también pienso en toda la gente que lucha cada día buscando seguridad y medios para seguir adelante, mientras que aumenta la desocupación y la pobreza. El «sabernos responsables de la fragilidad de los demás» (Carta enc. Fratelli tutti, 115) debería inspirar todo esfuerzo por crear oportunidades concretas tanto en el ámbito económico y en el ámbito de la educación, como también en el cuidado de la creación, nuestra casa común. Después de una crisis no basta reconstruir, es necesario hacerlo bien, de modo que todos puedan tener una vida digna. De una crisis no se sale iguales que antes: se sale mejores o peores.

Como responsables políticos y diplomáticos, ustedes están llamados a promover este espíritu de solidaridad fraterna. Es necesario combatir la plaga de la corrupción, los abusos de poder y la ilegalidad, pero no es suficiente. Se necesita al mismo tiempo edificar la justicia, que crezca la honestidad y la transparencia, y que se refuercen las instituciones competentes. De ese modo puede crecer la estabilidad y desarrollarse una política sana, capaz de ofrecer a todos, especialmente a los jóvenes —tan numerosos en este país—, la esperanza de un futuro mejor.

Señor Presidente, distinguidas Autoridades, queridos amigos: Vengo como penitente que pide perdón al Cielo y a los hermanos por tantas destrucciones y crueldad. Vengo como peregrino de paz, en nombre de Cristo, Príncipe de la Paz. ¡Cuánto hemos rezado en estos años por la paz en Irak! San Juan Pablo II no escatimó iniciativas, y sobre todo ofreció oraciones y sufrimientos por esto. Y Dios escucha, escucha siempre. Depende de nosotros que lo escuchemos a Él y caminemos por sus sendas. Que callen las armas, que se evite su proliferación, aquí y en todas partes. Que cesen los intereses particulares, esos intereses externos que son indiferentes a la población local. Que se dé voz a los constructores, a los artesanos de la paz, a los pequeños, a los pobres, a la gente sencilla, que quiere vivir, trabajar y rezar en paz. No más violencia, extremismos, facciones, intolerancias; que se dé espacio a todos los ciudadanos que quieren construir juntos este país, desde el diálogo, desde la discusión franca y sincera, constructiva; a quienes se comprometen por la reconciliación y están dispuestos a dejar de lado, por el bien común, los propios intereses. En estos años, Irak ha tratado de poner las bases para una sociedad democrática. A este respecto, es indispensable asegurar la participación de todos los grupos políticos, sociales y religiosos, y garantizar los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Que ninguno sea considerado ciudadano de segunda clase. Aliento los pasos que se han dado hasta el momento en este proceso y espero que consoliden la serenidad y la concordia.

También la comunidad internacional tiene un rol decisivo que desempeñar en la promoción de la paz en esta tierra y en todo el Oriente Medio. Como hemos visto durante el largo conflicto en la vecina nación de Siria —de cuyo inicio se cumplen en estos días ya diez años—, los desafíos interpelan cada vez más a toda la familia humana. Estos requieren una cooperación a escala global para poder afrontar también las desigualdades económicas y las tensiones regionales que ponen en peligro la estabilidad de estas tierras. Agradezco a los Estados y a las Organizaciones internacionales que están trabajando en Irak por la reconstrucción y para brindar asistencia a los refugiados, a los desplazados internos y a quienes tienen dificultades para regresar a sus propias casas, facilitando en el país comida, agua, viviendas, atención médica y de salud, como también programas orientados a la reconciliación y a la construcción de la paz. Y aquí no puedo dejar de recordar los numerosos organismos, entre ellos muchos católicos, que desde hace años asisten con gran esfuerzo a las poblaciones civiles. Atender las necesidades básicas de tantos hermanos y hermanas es un acto de caridad y justicia, y contribuye a una paz duradera. Espero que las naciones no retiren del pueblo iraquí la mano extendida de la amistad y del compromiso constructivo, sino que sigan trabajando con espíritu de responsabilidad común con las Autoridades locales, sin imponer intereses políticos o ideológicos.

La religión, por su naturaleza, debe estar al servicio de la paz y la fraternidad. El nombre de Dios no puede ser usado para «justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019). Al contrario, Dios ha creado a los seres humanos iguales en dignidad y en derechos, nos llama a difundir amor, bondad y concordia. También en Irak la Iglesia católica desea ser amiga de todos y, a través del diálogo, colaborar de manera constructiva con las otras religiones, por la causa de la paz. La antiquísima presencia de los cristianos en esta tierra y su contribución a la vida del país constituyen una rica herencia, que quiere poder seguir al servicio de todos. Su participación en la vida pública, como ciudadanos que gozan plenamente de derechos, libertad y responsabilidad, testimoniará que un sano pluralismo religioso, étnico y cultural puede contribuir a la prosperidad y a la armonía del país.

Queridos amigos: Deseo expresar una vez más mi profunda gratitud por todo lo que han hecho y siguen haciendo para edificar una sociedad orientada hacia la unidad fraterna, la solidaridad y la concordia. Vuestro servicio al bien común es una obra noble. Pido al Omnipotente que los sostenga en sus responsabilidades y los guíe a todos en el camino de la sabiduría, la justicia y la verdad. Sobre cada uno de ustedes, sus familias y seres queridos, y sobre todo el pueblo iraquí invoco la abundancia de las bendiciones divinas. Gracias.

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A UNA DELEGACIÓN DEL CENTRO FRANCISCANO DE SOLIDARIDAD DE FLORENCIA

Queridos hermanos y hermanas:

Me complace recibir a todos vosotros del Centro de Solidaridad Franciscana, y agradezco a vuestra presidenta, María Eugenia Ralletto, sus palabras de saludo. Palabras simples, palabras franciscanas las que ha dicho, mas consistentes: gracias.

Desde hace muchos años, en la ciudad de Florencia, realizáis un valioso servicio de escucha y cercanía a las personas que se encuentran en condiciones económicas y sociales difíciles: familias que tienen que hacer frente a dificultades de diversa índole; personas mayores o discapacitadas que necesitan apoyo y compañía. Quiero, en primer lugar, deciros gracias por todo esto En un mundo que tiende a correr a dos velocidades, que por un lado produce riqueza pero por otro genera desigualdad, vosotros sois una obra eficaz de asistencia, basada en el voluntariado, y, a los ojos de la fe, estáis entre los que siembran las semillas del Reino de Dios.

Y es que Jesús, al venir al mundo y proclamar el Reino del Padre, se acercó a las heridas humanas con compasión. Se acercó especialmente a los pobres, a los marginados y descartados; se acercó a los descorazonados, a los abandonados y a los oprimidos. Recordamos sus palabras: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, […] estaba desnudo y me vestisteis» (Mt 25,35.36). Así, Cristo nos ha revelado el corazón de Dios: es un Padre que quiere custodiar: Dios es un Padre que quiere custodiarnos a todos; defender y promover la dignidad de cada uno de sus hijos e hijas, y que nos llama a construir las condiciones humanas, sociales y económicas para que nadie sea excluido o pisoteado en sus derechos fundamentales, par que nadie tenga que sufrir por falta de pan material o por soledad.

En esta obra os inspiráis en el testimonio luminoso de San Francisco de Asís, que practicó la fraternidad universal y «sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos» (Enc. Fratelli tutti, 2). Desde hace casi cuarenta años, tratando de seguir su ejemplo, lleváis a cabo este servicio, que es un signo concreto de esperanza y también un signo de contradicción en la ajetreada vida de la ciudad, donde tantos se encuentran solos con su pobreza y su sufrimiento. Un signo que despierta las conciencias adormecidas e invita a salir de la indiferencia, a tener compasión por los heridos, a inclinarse con ternura sobre los aplastados por el peso de la vida. Y hemos dicho las tres palabras que son precisamente el estilo de Dios: cercanía —Dios se acerca—, compasión y ternura. Este es el estilo de Dios y este debe ser vuestro estilo. Cercanía, compasión y ternura.

Queridos amigos, ¡seguid adelante con valentía en vuestro trabajo! Le pido al Señor que lo sostenga, porque sabemos que nuestro buen corazón y nuestras fuerzas humanas no bastan. Antes de las cosas que hay que hacer y además de ellas, cuando estamos frente a una persona pobre estamos llamados a un amor que la haga sentir como nuestro hermano, nuestra hermana; y esto es posible gracias a Cristo, presente precisamente en esa persona. Os aseguro mi oración para que el Señor, por intercesión de San Francisco, os conserve siempre la alegría de servir, la alegría de acercaros, la alegría de tener compasión, la alegría de hacer las cosas con ternura. Y por favor, vosotros también rezad por mí. Gracias.