Después del Regina Caeli:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Encomiendo a la oración de todos vosotros la situación de Colombia, que sigue
siendo preocupante. En esta solemnidad de Pentecostés rezo para que el amado
pueblo colombiano sepa acoger los dones del Espíritu Santo para que, a través
de un diálogo serio, se encuentren soluciones justas a los muchos problemas
que sufren especialmente los más pobres, debido a la pandemia. Exhorto a
todas las personas a evitar, por razones humanitarias, conductas perjudiciales
para la población en el ejercicio del derecho a la protesta pacífica.
Recemos también por la población de la ciudad de Goma, en la República
Democrática del Congo, que se vio obligada a huir debido a la erupción del gran
volcán Nyiragongo.
Los fieles católicos en China celebrarán mañana la fiesta de la Santísima Virgen
María, Auxilio de los cristianos y Patrona celestial de su gran país. La Madre del
Señor y de la Iglesia es venerada con particular devoción en el Santuario de
Sheshan, en Shanghái, y es invocada asiduamente por las familias cristianas, en
las pruebas y en las esperanzas de la vida diaria. ¡Qué bueno y qué necesario es
que los miembros de una familia y de una comunidad cristiana estén cada vez
más unidos en el amor y en la fe! De esta manera padres e hijos, abuelos y
niños, pastores y fieles pueden seguir el ejemplo de los primeros discípulos que,
en la solemnidad de Pentecostés, eran unánimes en oración con María en espera
del Espíritu Santo. Por eso, os invito a acompañar con ferviente oración a los
fieles cristianos en China, nuestros queridos hermanos y hermanas, a quienes
llevo en lo más profundo de mi corazón. Que el Espíritu Santo, protagonista de
la misión de la Iglesia en el mundo, los guíe y ayude a ser portadores de la
buena nueva, testigos de bondad y caridad, constructores de justicia y paz en su
patria.
Y hablando de la festividad de mañana, María Auxilio de los cristianos, un
pensamiento para los salesianos y las salesianas, que trabajan tanto, tanto, en
la Iglesia por los más lejanos, por los más marginados, por la juventud. ¡Que el
Señor los bendiga y los lleve adelante con tantas santas vocaciones!
Al cardenal
PETER TURKSON
Prefecto
Dicasterio para la promoción del desarrollo humano integral
Con motivo de la jornada online «Construyendo fraternidad, defendiendo la
justicia. Retos y oportunidades para los pueblos isleños ”, celebrada el 21 de
mayo de 2021, promovida por el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral y
el Centro Anglicano de Roma, les pido trasmitir mis saludos y mejores deseos a
los organizadores y a todos los que tomarán parte en ella. Extiendo un saludo
especial a Su Excelencia Wavel Ramkalawan, Presidente de la República de
Seychelles, ya Su Gracia Justin Welby, Arzobispo de Canterbury, con gratitud por
su participación.
Esta importante iniciativa ecuménica, que implica un diálogo mutuo nacido de la
sabiduría y la experiencia de diferentes tradiciones cristianas, ofrece a los
creyentes, líderes gubernamentales y miembros de la sociedad civil en general,
especialmente a los jóvenes, una oportunidad para abordar los desafíos
particulares que enfrentan los pueblos de las islas. Entre ellos, me gustaría
mencionar la violencia, el terrorismo, la pobreza, el hambre y las múltiples
formas de injusticia y desigualdad social y económica que hoy perjudican a
todos, especialmente a las mujeres y los niños. También es motivo de
preocupación el hecho de que muchos pueblos de las islas están expuestos a
cambios ambientales y climáticos extremos, algunos de los cuales son el
resultado de la explotación descontrolada de los recursos naturales y humanos.
Como resultado, no solo experimentan un deterioro ambiental sino también un
deterioro humano y social que pone en creciente riesgo la vida de los habitantes
de estas islas y territorios marinos. Tengo la esperanza de que la Conferencia
pueda contribuir al desarrollo de políticas internacionales y regionales concretas,
encaminadas a hacer frente a estos desafíos de manera más eficaz y a fortalecer
la conciencia de la responsabilidad de todos de cuidar de nuestra casa común.
En estos meses de pandemia nos hemos vuelto cada vez más conscientes de
nuestra fragilidad y en consecuencia de la necesidad de una ecología integral
que pueda sustentar no solo los ecosistemas físicos, sino también los humanos.
Dado que «todo está relacionado, […] el auténtico cuidado de nuestra propia
vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad,
la justicia y la fidelidad a los demás» (Laudato si ‘, n. 70). Por eso, es aún más
necesaria una actitud de solidaridad y respeto hacia toda persona creada a
imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27), en unir el amor sincero a
nuestros hermanos y hermanas con el firme compromiso de resolver los
problemas ambientales y sociales que afligen a quienes viven en las zonas
insulares y marinas. Agradezco los constantes esfuerzos realizados para
construir la hermandad y defender la justicia en las sociedades de estas regiones
(ver Hermanos todos, 271) y confío en que el trabajo realizado durante este
encuentro será una muestra del importante papel que pueden desempeñar los
pueblos insulares. .en fomentar el crecimiento de un mundo más humano e
inclusivo.
Con estos sentimientos, invoco cordialmente las bendiciones de sabiduría, fuerza
y paz de Dios sobre los participantes de la conferencia.
Roma, desde San Giovanni in Laterano, 21 de mayo de 2021
[…] Os animo a todos a seguir siendo fieles a vuestros objetivos. Hoy más que
nunca necesitamos construir un mundo, una sociedad de relaciones fraternas y
llenas de vida. Porque «las acciones brotan de una unión que inclina más y más
hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las
apariencias físicas o morales. El amor al otro por ser quien es, nos mueve a
buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos
haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad
abierta a todos» (Enc. Fratelli tutti, 94). Por eso os invito a ser testigos, testigos
de la misericordia y la bondad de Dios.
Os encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestras familias, así como a los
miembros de la Asociación, a la intercesión de la Virgen María y de san Lázaro, y
os imparto de corazón la bendición apostólica. Por favor, no os olvidéis de rezar
por mí.
Excelencias,
Señoras y señores:
Me complace recibiros para la presentación de las cartas que os acreditan como
embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países ante la Santa
Sede: de Singapur, Zimbabue, Bangladesh, Argelia, Sri Lanka, Barbados, Suecia,
Finlandia y Nepal. Dado que los efectos del coronavirus siguen haciéndose sentir,
viajar es todavía difícil, por lo que agradezco sinceramente a cada uno de
vosotros vuestra presencia hoy aquí. Os ruego que transmitáis a los Jefes de
Estado que representáis mis sentimientos de estima y gratitud por ellos y por la
noble misión que cumplen al servicio de sus pueblos.
Debido a la pandemia, la crisis social y económica se ha vuelto aún más grave
en todo el mundo. En lo personal, muchos han perdido a seres queridos y
medios de vida. Las familias, en particular, se enfrentan a graves dificultades
económicas y a menudo carecen de una protección social adecuada. La
pandemia nos ha hecho más conscientes de nuestra interdependencia como
miembros de la única familia humana, así como de la necesidad de prestar
atención a los pobres y a los desamparados entre nosotros. Para salir de la crisis
actual, nuestras sociedades se enfrentan al reto de dar pasos concretos y
verdaderamente valientes para desarrollar una «cultura del cuidado» mundial
(cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2021), que inspire el surgimiento
de nuevas relaciones y estructuras de cooperación al servicio de la solidaridad, el
respeto a la dignidad humana, la ayuda mutua y la justicia social.
Desgraciadamente, la pandemia también nos ha hecho conscientes de que la
comunidad internacional experimenta la creciente «dificultad, por no decir la
incapacidad, de encontrar soluciones comunes y compartidas a los problemas
que aquejan a nuestro planeta» (Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante
la Santa Sede, 8 de febrero de 2021). En este sentido, pienso en la necesidad de
hacer frente a problemas mundiales urgentes como la migración y el cambio
climático, así como a las crisis humanitarias que a menudo se derivan de ellos.
También pienso en la deuda económica que pesa sobre muchos países que
luchan por sobrevivir, y en la “deuda ecológica” que tenemos con la propia
naturaleza, así como con los pueblos y países afectados por la degradación del
ambiente causada por el ser humano y la pérdida de biodiversidad. Estos
problemas no son simplemente políticos o económicos; son cuestiones de
justicia, una justicia que no puede seguir siendo ignorada o aplazada. De hecho,
es un deber moral intergeneracional, porque la seriedad con la que respondamos
a estas cuestiones determinará el mundo que dejemos a nuestros hijos.
En el desarrollo de un consenso global capaz de responder a estos desafíos
éticos a los que se enfrenta nuestra familia humana, vuestra labor como
diplomáticos es de fundamental importancia. Por su parte, la Santa Sede, a
través de sus representaciones diplomáticas y de su actividad en el seno de la
comunidad internacional, sostiene todos los esfuerzos para construir un mundo
en el que la persona humana esté en el centro, las finanzas estén al servicio del
desarrollo integral y la Tierra, nuestra casa común, sea protegida y cuidada. A
través de sus obras de educación, caridad y asistencia sanitaria en todo el
mundo, la Iglesia trabaja por el bien común, promoviendo el desarrollo de las
personas y de los pueblos, y de este modo trata de contribuir a la causa de la
paz.
A este respecto, mis pensamientos se dirigen a lo que está ocurriendo en estos
días en Tierra Santa. Doy gracias a Dios por la decisión de detener los
enfrentamientos armados y espero que se sigan los caminos del diálogo y la paz.
Mañana por la tarde, los Ordinarios Católicos de Tierra Santa celebrarán con sus
fieles la Vigilia de Pentecostés en la iglesia de San Esteban de Jerusalén,
implorando el don de la paz. Aprovecho la ocasión para pedir a todos los
pastores y fieles de la Iglesia católica que se unan a ellos en la oración. Que la
súplica al Espíritu Santo se eleve en cada comunidad «para que israelíes y
palestinos puedan encontrar el camino del diálogo y del perdón, para ser
pacientes constructores de paz y de justicia, abriéndose, paso a paso, a una
esperanza común, a una convivencia entre hermanos» (Regina Caeli, 16 de
mayo de 2021).
Señores y señoras embajadores, al ofrecerles estas reflexiones, expreso mis
mejores deseos para las responsabilidades que ahora asumís, y os aseguro la
colaboración y la ayuda de las oficinas de la Santa Sede en el cumplimiento de
vuestros deberes. Sobre vosotros y vuestras familias, sobre vuestros colegas y
colaboradores y sobre todos vuestros compatriotas, invoco de corazón a Dios los
dones de la sabiduría, la fortaleza y la paz. Gracias.
Después del Regina Caeli
[…] Hoy empieza la “Semana Laudato si’”, para educarnos cada vez más a
escuchar el grito de la Tierra y el grito de los pobres. Doy las gracias al
Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, el Movimiento
Católico Mundial por el Clima, Caritas Internationalis y las numerosas
organizaciones adheridas, e invito a todos a participar. […]
Me complace encontrarme con vosotros, representantes de la asociación Meter,
que desde 1989 —cuando pocos hablaban de esta lacra— se dedica a la lucha
contra la pederastia en Italia y en otros países. Saludo y doy las gracias a
monseñor Antonio Staglianò y a don Fortunato Di Noto, fundadores de esta
importante organización. Y saludo y doy las gracias al cardenal Paolo Lojudice y
a todos los que de diversas maneras sostienen a la Asociación, para la
protección y defensa de los niños abusados y maltratados.
A lo largo de los años, con vuestra generosa labor, habéis contribuido a hacer
visible el amor de la Iglesia por los más pequeños e indefensos. ¡Cuántas veces,
como el buen samaritano del Evangelio, os habéis acercado con respeto y
compasión, para acoger, consolar y proteger! Cercanía, compasión y ternura: es
el estilo de Dios ¡Cuántas heridas espirituales habéis vendado! Por todo ello, la
comunidad eclesial os está agradecida.
Podemos comparar vuestra Asociación con una casa. Cuando decimos “casa”
pensamos en un lugar de acogida, de refugio, de custodia. La palabra casa tiene
un sabor típicamente familiar, que evoca el calor, el afecto y la ternura que se
puede experimentar en una familia, especialmente en los momentos de angustia
y dolor. Y vosotros habéis sido y sois “casa” para tantos niños violados en su
inocencia o esclavizados por el egoísmo de los adultos. Habéis sido y sois casa
de esperanza, favoreciendo en muchas víctimas un camino de liberación y
rescate. Os animo, por tanto, a continuar con esta benemérita actividad social y
humana, continuando a ofrecer vuestra valiosa contribución al servicio de la
protección de la infancia.
Vuestro trabajo es necesario más que nunca porque, desgraciadamente, los
abusos contra los niños continúan. Me refiero en particular a las propuestas que
tienen lugar a través de Internet y de las distintas redes sociales, con páginas y
portales dedicados a la pornografía infantil. Se trata de una lacra que, por un
lado, es necesario abordar con determinación renovada por parte de las
instituciones públicas, de las autoridades y, por otro, con una concienciación aún
mayor por parte de las familias y de los distintos organismos educativos. Todavía
hoy seguimos viendo cuantas veces la primera reacción de la familia es taparlo
todo; una primera reacción que está siempre presente en otras instituciones,
también en la Iglesia. Tenemos que luchar contra esta vieja costumbre de tapar.
Sé que siempre estáis atentos a la protección de los niños, incluso en el contexto
de los medios de comunicación más modernos.
El abuso de menores es una especie de “homicidio psicológico” y en muchos
casos un borrar la infancia. Por lo tanto, la protección de los niños contra la
explotación sexual es un deber de todos los Estados, que deben identificar tanto
a los traficantes como a los abusadores. Al mismo tiempo, es más necesario que
nunca denunciar y prevenir esa explotación en los distintos ámbitos de la
sociedad: la escuela, el deporte, las actividades recreativas y culturales, las
comunidades religiosas y los individuos. Además, en el ámbito de la protección
de la infancia y la lucha contra la pederastia, deben adoptarse medidas
específicas para prestar una ayuda eficaz a las víctimas.
En todos estos frentes, la asociación Meter colabora activamente con organismos
institucionales y con diversos sectores de la sociedad civil, también a través de
los correspondientes protocolos de entendimiento. Continuad vuestra labor sin
vacilar, prestando especial atención al aspecto educativo, para formar en las
personas una conciencia sólida y erradicar la cultura del abuso y la explotación.
El logo de vuestra asociación está formado por una gran letra “M” que recuerda
la idea del seno, acogida, protección y abrazo a los más pequeños. Dentro de la
“M” hay doce estrellas, símbolo de la corona de la Virgen María, Madre de Jesús
y madre de todos los niños. Ella, madre bondadosa, empeñada en amar a su
Hijo Jesús, es modelo y guía para toda la asociación, impulsando a amar con
caridad evangélica a los niños víctimas de la esclavitud y la violencia. La caridad
con el prójimo es inseparable de la caridad que Dios tiene con nosotros y que
nosotros tenemos con Él. Por eso os exhorto a enraizar siempre vuestra
actividad cotidiana en la relación diaria con Dios: en la oración personal y
comunitaria, en la escucha de su Palabra y, sobre todo, en la Eucaristía,
sacramento de unidad y vínculo de caridad.
Queridos hermanos y hermanas, renuevo a los responsables, a los socios, a los
voluntarios y a todos los que colaboran con vuestra Asociación mi aprecio y mi
reconocimiento. No tengáis miedo de la incomprensión y de las dificultades; hay
tantas, pero no tengáis miedo. Seguid adelante con valor y perseverancia. Os
acompaño con mi oración y también con mi bendición. Y vosotros también, por
favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
Queridos hermanos y hermanas:
En la Carta encíclica Fratelli tutti expresé una preocupación y un deseo que todavía ocupan un lugar importante en mi corazón: «Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”» (n. 35).
Por eso pensé en dedicar el mensaje para la 107.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado a este tema: “Hacia un nosotros cada vez más grande”, queriendo así indicar un horizonte claro para nuestro camino común en este mundo.
La historia del “nosotros”
Este horizonte está presente en el mismo proyecto creador de Dios: «Dios creó al ser humano a su imagen, lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Dios los bendijo diciendo: “Sean fecundos y multiplíquense”» (Gn 1,27-28). Dios nos creó varón y mujer, seres diferentes y complementarios para formar juntos un nosotros destinado a ser cada vez más grande, con el multiplicarse de las generaciones. Dios nos creó a su imagen, a imagen de su ser uno y trino, comunión en la diversidad.
Y cuando, a causa de su desobediencia, el ser humano se alejó de Dios, Él, en su misericordia, quiso ofrecer un camino de reconciliación, no a los individuos, sino a un pueblo, a un nosotros destinado a incluir a toda la familia humana, a todos los pueblos: «¡Esta es la morada de Dios entre los hombres! Él habitará entre ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos» (Ap 21,3).
La historia de la salvación ve, por tanto, un nosotros al inicio y un nosotros al final, y en el centro, el misterio de Cristo, muerto y resucitado para «que todos sean uno» (Jn 17,21). El tiempo presente, sin embargo, nos muestra que el nosotros querido por Dios está roto y fragmentado, herido y desfigurado. Y esto tiene lugar especialmente en los momentos de mayor crisis, como ahora por la pandemia. Los nacionalismos cerrados y agresivos (cf. Fratelli tutti, 11) y el individualismo radical (cf. ibíd., 105) resquebrajan o dividen el nosotros, tanto en el mundo como dentro de la Iglesia. Y el precio más elevado lo pagan quienes más fácilmente pueden convertirse en los otros: los extranjeros, los migrantes, los marginados, que habitan las periferias existenciales.
En realidad, todos estamos en la misma barca y estamos llamados a comprometernos para que no haya más muros que nos separen, que no haya más otros, sino sólo un nosotros, grande como toda la humanidad. Por eso, aprovecho la ocasión de esta Jornada para hacer un doble llamamiento a caminar juntos hacia un nosotros cada vez más grande, dirigiéndome ante todo a los fieles católicos y luego a todos los hombres y mujeres del mundo.
Una Iglesia cada vez más católica
Para los miembros de la Iglesia católica este llamamiento se traduce en un compromiso por ser cada vez más fieles a su ser católicos, realizando lo que san Pablo recomendaba a la comunidad de Éfeso: «Uno solo es el Cuerpo y uno solo el Espíritu, así como también una sola es la esperanza a la que han sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4,4-5).
En efecto, la catolicidad de la Iglesia, su universalidad, es una realidad que pide ser acogida y vivida en cada época, según la voluntad y la gracia del Señor que nos prometió estar siempre con nosotros, hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,20). Su Espíritu nos hace capaces de abrazar a todos para crear comunión en la diversidad, armonizando las diferencias sin nunca imponer una uniformidad que despersonaliza. En el encuentro con la diversidad de los extranjeros, de los migrantes, de los refugiados y en el diálogo intercultural que puede surgir, se nos da la oportunidad de crecer como Iglesia, de enriquecernos mutuamente. Por eso, todo bautizado, dondequiera que se encuentre, es miembro de pleno derecho de la comunidad eclesial local, miembro de la única Iglesia, residente en la única casa, componente de la única familia.
Los fieles católicos están llamados a comprometerse, cada uno a partir de la comunidad en la que vive, para que la Iglesia sea siempre más inclusiva, siguiendo la misión que Jesucristo encomendó a los Apóstoles: «Vayan y anuncien que está llegando el Reino de los cielos. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien a los leprosos y expulsen a los demonios. Lo que han recibido gratis, entréguenlo también gratis» (Mt 10,7-8).
Hoy la Iglesia está llamada a salir a las calles de las periferias existenciales para curar a quien está herido y buscar a quien está perdido, sin prejuicios o miedos, sin proselitismo, pero dispuesta a ensanchar el espacio de su tienda para acoger a todos. Entre los habitantes de las periferias encontraremos a muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata, a quienes el Señor quiere que se les manifieste su amor y que se les anuncie su salvación. «Los flujos migratorios contemporáneos constituyen una nueva “frontera” misionera, una ocasión privilegiada para anunciar a Jesucristo y su Evangelio sin moverse del propio ambiente, de dar un testimonio concreto de la fe cristiana en la caridad y en el profundo respeto por otras expresiones religiosas. El encuentro con los migrantes y refugiados de otras confesiones y religiones es un terreno fértil para el desarrollo de un diálogo ecuménico e interreligioso sincero y enriquecedor» (Discurso a los Responsables Nacionales de la Pastoral de Migraciones, 22 de septiembre de 2017).
Un mundo cada vez más inclusivo
A todos los hombres y mujeres del mundo dirijo mi llamamiento a caminar juntos hacia un nosotros cada vez más grande, a recomponer la familia humana, para construir juntos nuestro futuro de justicia y de paz, asegurando que nadie quede excluido.
El futuro de nuestras sociedades es un futuro “lleno de color”, enriquecido por la diversidad y las relaciones interculturales. Por eso debemos aprender hoy a vivir juntos, en armonía y paz. Me es particularmente querida la imagen de los habitantes de Jerusalén que escuchan el anuncio de la salvación el día del “bautismo” de la Iglesia, en Pentecostés, inmediatamente después del descenso del Espíritu Santo: «Partos, medos y elamitas, los que vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y la zona de Libia que limita con Cirene, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes les oímos decir en nuestros propios idiomas las grandezas de Dios» (Hch 2,9-11).
Es el ideal de la nueva Jerusalén (cf. Is 60; Ap 21,3), donde todos los pueblos se encuentran unidos, en paz y concordia, celebrando la bondad de Dios y las maravillas de la creación. Pero para alcanzar este ideal, debemos esforzarnos todos para derribar los muros que nos separan y construir puentes que favorezcan la cultura del encuentro, conscientes de la íntima interconexión que existe entre nosotros. En esta perspectiva, las migraciones contemporáneas nos brindan la oportunidad de superar nuestros miedos para dejarnos enriquecer por la diversidad del don de cada uno. Entonces, si lo queremos, podemos transformar las fronteras en lugares privilegiados de encuentro, donde puede florecer el milagro de un nosotros cada vez más grande.
Pido a todos los hombres y mujeres del mundo que hagan un buen uso de los dones que el Señor nos ha confiado para conservar y hacer aún más bella su creación. «Un hombre de familia noble viajó a un país lejano para ser coronado rey y volver como tal. Entonces llamó a diez de sus servidores y les distribuyó diez monedas de gran valor, ordenándoles: “Hagan negocio con el dinero hasta que yo vuelva”» (Lc 19,12-13). ¡El Señor nos pedirá cuentas de nuestras acciones! Pero para que a nuestra casa común se le garantice el cuidado adecuado, tenemos que constituirnos en un nosotros cada vez más grande, cada vez más corresponsable, con la firme convicción de que el bien que hagamos al mundo lo hacemos a las generaciones presentes y futuras. Se trata de un compromiso personal y colectivo, que se hace cargo de todos los hermanos y hermanas que seguirán sufriendo mientras tratamos de lograr un desarrollo más sostenible, equilibrado e inclusivo. Un compromiso que no hace distinción entre autóctonos y extranjeros, entre residentes y huéspedes, porque se trata de un tesoro común, de cuyo cuidado, así como de cuyos beneficios, nadie debe quedar excluido.
El sueño comienza
El profeta Joel preanunció el futuro mesiánico como un tiempo de sueños y de visiones inspiradas por el Espíritu: «derramaré mi espíritu sobre todo ser humano; sus hijos e hijas profetizarán; sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes, visiones» (3,1). Estamos llamados a soñar juntos. No debemos tener miedo de soñar y de hacerlo juntos como una sola humanidad, como compañeros del mismo viaje, como hijos e hijas de esta misma tierra que es nuestra casa común, todos hermanos y hermanas (cf. Fratelli tutti, 8).
Oración
Padre santo y amado,
tu Hijo Jesús nos enseñó
que hay una gran alegría en el cielo
cuando alguien que estaba perdido
es encontrado,
cuando alguien que había sido excluido, rechazado o descartado
es acogido de nuevo en nuestro nosotros,
que se vuelve así cada vez más grande.
Te rogamos que concedas a todos los discípulos de Jesús
y a todas las personas de buena voluntad
la gracia de cumplir tu voluntad en el mundo.
Bendice cada gesto de acogida y de asistencia
que sitúa nuevamente a quien está en el exilio
en el nosotros de la comunidad y de la Iglesia,
para que nuestra tierra pueda ser,
tal y como Tú la creaste,
la casa común de todos los hermanos y hermanas. Amén.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de mayo de 2021, Fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago.
Después del Regina Caeli
Queridos hermanos y hermanas:
[…] Mis pensamientos se dirigen también hoy a la Asociación Meter, a la que animo a continuar con su compromiso con los niños víctimas de la violencia y la explotación. […]
Después del Regina Caeli
¡Queridos hermanos y hermanas!
[…] Os confieso que estoy muy afligido por la tragedia que una vez más se produjo en los días pasados en el Mediterráneo. Ciento treinta inmigrantes han muerto en el mar. Son personas, son vidas humanas, que durante dos días enteros han implorado en vano ayuda, una ayuda que no ha llegado. Hermanos y hermanas, interroguémonos todos sobre esta enésima tragedia. Es el momento de la vergüenza. Recemos por estos hermanos y hermanas, y por muchos que siguen muriendo en estos dramáticos viajes. Recemos también por aquellos que pueden ayudar, pero prefieren mirar para otro lado. Rezamos en silencio por ellos. […]