6 enero 2022 | Mensaje

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2022

Queridos hermanos y hermanas:
Estas palabras pertenecen al último diálogo que Jesús resucitado tuvo con sus
discípulos antes de ascender al cielo, como se describe en los Hechos de los
Apóstoles: «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza, para que
sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de
la tierra» (1,8). Este es también el tema de la Jornada Mundial de las Misiones
2022, que como siempre nos ayuda a vivir el hecho de que la Iglesia es misionera
por naturaleza. Este año, nos ofrece la ocasión de conmemorar algunas fechas
relevantes para la vida y la misión de la Iglesia: la fundación hace 400 años de la
Congregación de Propaganda Fide —hoy, para la Evangelización de los Pueblos— y
de la Obra de la Propagación de la Fe, hace 200 años, que, junto a la Obra de la
Santa Infancia y a la Obra de San Pedro Apóstol, obtuvieron hace 100 años el
reconocimiento de “Pontificias”.
Detengámonos en estas tres expresiones claves que resumen los tres fundamentos
de la vida y de la misión de los discípulos: «Para que sean mis testigos», «hasta los
confines de la tierra» y «el Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su
fuerza».
1. «Para que sean mis testigos» – La llamada de todos los cristianos a dar
testimonio de Cristo
Este es el punto central, el corazón de la enseñanza de Jesús a los discípulos en
vista de su misión en el mundo. Todos los discípulos serán testigos de Jesús gracias
al Espíritu Santo que recibirán: serán constituidos tales por gracia. Dondequiera que
vayan, allí donde estén. Como Cristo es el primer enviado, es decir misionero del
Padre (cf. Jn 20,21) y, en cuanto tal, su “testigo fiel” (cf. Ap 1,5), del mismo modo
cada cristiano está llamado a ser misionero y testigo de Cristo. Y la Iglesia,
comunidad de los discípulos de Cristo, no tiene otra misión si no la de evangelizar el
mundo dando testimonio de Cristo. La identidad de la Iglesia es evangelizar.
Una lectura de conjunto más detallada nos aclara algunos aspectos siempre
actuales de la misión confiada por Cristo a los discípulos: «Para que sean mis
testigos». La forma plural destaca el carácter comunitario-eclesial de la llamada
misionera de los discípulos. Todo bautizado está llamado a la misión en la Iglesia y
bajo el mandato de Iglesia. La misión por tanto se realiza de manera conjunta, no
individualmente, en comunión con la comunidad eclesial y no por propia iniciativa. Y
si hay alguno que en una situación muy particular lleva adelante la misión
evangelizadora solo, él la realiza y deberá realizarla siempre en comunión con la
Iglesia que lo ha enviado. Como enseñaba san Pablo VI en la Exhortación apostólica
Evangelii nuntiandi, documento que aprecio mucho: «Evangelizar no es para nadie
un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial. Cuando el más humilde
predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio,
reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se
encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones
institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces
escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia»
(n. 60). En efecto, no es casual que el Señor Jesús haya enviado a sus discípulos en
misión de dos en dos; el testimonio que los cristianos dan de Cristo tiene un
carácter sobre todo comunitario. Por eso la presencia de una comunidad, incluso
pequeña, para llevar adelante la misión tiene una importancia esencial.
En segundo lugar, a los discípulos se les pide vivir su vida personal en clave de
misión. Jesús los envía al mundo no sólo para realizar la misión, sino también y
sobre todo para vivir la misión que se les confía; no sólo para dar testimonio, sino
también y sobre todo para ser sus testigos. Como dice el apóstol Pablo con palabras
muy conmovedoras: «Siempre y en todas partes llevamos en el cuerpo la muerte
de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co
4,10). La esencia de la misión es dar testimonio de Cristo, es decir, de su vida,
pasión, muerte y resurrección, por amor al Padre y a la humanidad. No es casual
que los Apóstoles hayan buscado al sustituto de Judas entre aquellos que, como
ellos, fueron “testigos de la resurrección” (cf. Hch 1,22). Es Cristo, Cristo
resucitado, a quien debemos testimoniar y cuya vida debemos compartir. Los
misioneros de Cristo no son enviados a comunicarse a sí mismos, a mostrar sus
cualidades o capacidades persuasivas o sus dotes de gestión, sino que tienen el
altísimo honor de ofrecer a Cristo en palabras y acciones, anunciando a todos la
Buena Noticia de su salvación con alegría y franqueza, como los primeros apóstoles.
Por eso, en definitiva, el verdadero testigo es el “mártir”, aquel que da la vida por
Cristo, correspondiendo al don de sí mismo que Él nos hizo. «La primera motivación
para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser
salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 264).
En fin, a propósito del testimonio cristiano, permanece siempre válida la
observación de san Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los
que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es
porque dan testimonio» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 41). Por eso, para la
trasmisión de la fe es fundamental el testimonio de vida evangélica de los
cristianos. Por otra parte, sigue siendo necesaria la tarea de anunciar su persona y
su mensaje. Efectivamente, el mismo Pablo VI prosigue diciendo: «Sí, es siempre
indispensable la predicación, la proclamación verbal de un mensaje. […] La palabra
permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios.
Por esto conserva también su actualidad el axioma de san Pablo: “la fe viene de la
audición” (Rm 10,17), es decir, es la Palabra oída la que invita a creer» (ibíd., 42).
En la evangelización, por tanto, el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo
van juntos; uno sirve al otro. Son dos pulmones con los que debe respirar toda
comunidad para ser misionera. Este testimonio completo, coherente y gozoso de
Cristo será ciertamente la fuerza de atracción para el crecimiento de la Iglesia
incluso en el tercer milenio. Exhorto por tanto a todos a retomar la valentía, la
franqueza, esa parresia de los primeros cristianos, para testimoniar a Cristo con
palabras y obras, en cada ámbito de la vida.
2. «Hasta los confines de la tierra» – La actualidad perenne de una misión de
evangelización universal
Exhortando a los discípulos a ser sus testigos, el Señor resucitado les anuncia
adónde son enviados: “a Jerusalén, a toda Judea, a Samaría y hasta los confines de
la tierra” (cf. Hch 1,8). Aquí surge evidente el carácter universal de la misión de los
discípulos. Se pone de relieve el movimiento geográfico “centrífugo”, casi a círculos
concéntricos, de Jerusalén, considerada por la tradición judía como el centro del
mundo, a Judea y Samaría, y hasta “los confines de la tierra”. No son enviados a
hacer proselitismo, sino a anunciar; el cristiano no hace proselitismo. Los Hechos de
los Apóstoles nos narran este movimiento misionero que nos da una hermosa
imagen de la Iglesia “en salida” para cumplir su vocación de testimoniar a Cristo
Señor, guiada por la Providencia divina mediante las concretas circunstancias de la
vida. Los primeros cristianos, en efecto, fueron perseguidos en Jerusalén y por eso
se dispersaron en Judea y Samaría, y anunciaron a Cristo por todas partes (cf. Hch
8,1.4).
Algo parecido sucede también en nuestro tiempo. A causa de las persecuciones
religiosas y situaciones de guerra y violencia, muchos cristianos se han visto
obligados a huir de su tierra hacia otros países. Estamos agradecidos con estos
hermanos y hermanas que no se cierran en el sufrimiento, sino que dan testimonio
de Cristo y del amor de Dios en los países que los acogen. A esto los exhortaba san
Pablo VI considerando «la responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los
países que los reciben» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 21). Experimentamos, en
efecto, cada vez más, cómo la presencia de fieles de diversas nacionalidades
enriquece el rostro de las parroquias y las hace más universales, más católicas. En
consecuencia, la atención pastoral de los migrantes es una actividad misionera que
no hay que descuidar, que también podrá ayudar a los fieles locales a redescubrir la
alegría de la fe cristiana que han recibido.
La indicación “hasta los confines de la tierra” deberá interrogar a los discípulos de
Jesús de todo tiempo y los debe impulsar a ir siempre más allá de los lugares
habituales para dar testimonio de Él. A pesar de todas las facilidades que el
progreso de la modernidad ha hecho posible, existen todavía hoy zonas geográficas
donde los misioneros, testigos de Cristo, no han llegado con la Buena Noticia de su
amor. Por otra parte, ninguna realidad humana es extraña a la atención de los
discípulos de Cristo en su misión. La Iglesia de Cristo era, es y será siempre “en
salida” hacia nuevos horizontes geográficos, sociales y existenciales, hacia lugares y
situaciones humanas “límites”, para dar testimonio de Cristo y de su amor a todos
los hombres y las mujeres de cada pueblo, cultura y condición social. En este
sentido, la misión también será siempre missio ad gentes, como nos ha enseñado el
Concilio Vaticano II, porque la Iglesia siempre debe ir más lejos, más allá de sus
propios confines, para anunciar el amor de Cristo a todos. A este respecto, quisiera
recordar y agradecer a tantos misioneros que han gastado su vida para ir “más
allá”, encarnando la caridad de Cristo hacia los numerosos hermanos y hermanas
que han encontrado.
3. «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza» – Dejarse
fortalecer y guiar por el Espíritu
Cristo resucitado, al anunciar a los discípulos la misión de ser sus testigos, les
prometió también la gracia para una responsabilidad tan grande: «El Espíritu Santo
vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza para que sean mis testigos» (Hch 1,8).
Efectivamente, según el relato de los Hechos, fue inmediatamente después de la
venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús cuando por primera vez se
dio testimonio de Cristo muerto y resucitado con un anuncio kerigmático, el
denominado discurso misionero de san Pedro a los habitantes de Jerusalén. Así los
discípulos de Jesús, que antes eran débiles, temerosos y cerrados, dieron inicio al
periodo de la evangelización del mundo. El Espíritu Santo los fortaleció, les dio
valentía y sabiduría para testimoniar a Cristo delante de todos.
Así como «nadie puede decir: “¡Jesús es el Señor!”, si no está movido por el Espíritu
Santo» (1 Co 12,3), tampoco ningún cristiano puede dar testimonio pleno y
genuino de Cristo el Señor sin la inspiración y el auxilio del Espíritu. Por eso todo
discípulo misionero de Cristo está llamado a reconocer la importancia fundamental
de la acción del Espíritu, a vivir con Él en lo cotidiano y recibir constantemente su
fuerza e inspiración. Es más, especialmente cuando nos sintamos cansados,
desanimados, perdidos, acordémonos de acudir al Espíritu Santo en la oración, que
—quiero decirlo una vez más— tiene un papel fundamental en la vida misionera,
para dejarnos reconfortar y fortalecer por Él, fuente divina e inextinguible de
nuevas energías y de la alegría de compartir la vida de Cristo con los demás.
«Recibir el gozo del Espíritu Santo es una gracia. Y es la única fuerza que podemos
tener para predicar el Evangelio, para confesar la fe en el Señor» (Mensaje a las
Obras Misionales Pontificias, 21 mayo 2020). El Espíritu es el verdadero
protagonista de la misión, es Él quien da la palabra justa, en el momento preciso y
en el modo apropiado.
También queremos leer a la luz de la acción del Espíritu Santo los aniversarios
misioneros de este año 2022. La institución de la Sagrada Congregación de
Propaganda Fide, en 1622, estuvo motivada por el deseo de promover el mandato
misionero en nuevos territorios. ¡Una intuición providencial! La Congregación se
reveló crucial para hacer que la misión evangelizadora de la Iglesia sea realmente
tal, independiente de las injerencias de los poderes mundanos, con el fin de
constituir las Iglesias locales que hoy muestran tanto vigor. Deseamos que la
Congregación, como en los cuatro siglos pasados, con la luz y la fuerza del Espíritu,
continúe e intensifique su trabajo de coordinar, organizar y animar la actividad
misionera de la Iglesia.
El mismo Espíritu que guía la Iglesia universal, inspira también a hombres y
mujeres sencillos para misiones extraordinarias. Y fue así como una joven francesa,
Paulina Jaricot, fundó hace exactamente 200 años la Obra de la Propagación de la
Fe; su beatificación se celebra en este año jubilar. Aun en condiciones precarias,
ella acogió la inspiración de Dios para poner en movimiento una red de oración y
colecta para los misioneros, de modo que los fieles pudieran participar activamente
en la misión “hasta los confines de la tierra”. De esta genial idea nació la Jornada
Mundial de las Misiones que celebramos cada año, y cuya colecta en todas las
comunidades está destinada al fondo universal con el cual el Papa sostiene la
actividad misionera.
En este contexto recuerdo además al obispo francés Charles de Forbin-Janson, que
comenzó la Obra de la Santa Infancia para promover la misión entre los niños con
el lema “Los niños evangelizan a los niños, los niños rezan por los niños, los niños
ayudan a los niños de todo el mundo”; así como a la señora Jeanne Bigard, que dio
vida a la Obra de San Pedro Apóstol para el sostenimiento de los seminaristas y de
los sacerdotes en tierra de misión. Estas tres obras misionales fueron reconocidas
como “pontificias” precisamente cien años atrás. Y fue también bajo la inspiración y
guía del Espíritu Santo que el beato Pablo Manna, nacido hace 150 años, fundó la
actual Pontificia Unión Misional para animar y sensibilizar hacia la misión a los
sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todo el Pueblo de Dios. El mismo
Pablo VI formó parte de esta última Obra y confirmó el reconocimiento pontificio.
Menciono estas cuatro Obras Misionales Pontificias por sus grandes méritos
históricos y también para invitarlos a alegrarse con ellas en este año especial por
las actividades que llevan adelante para sostener la misión evangelizadora de la
Iglesia universal y de las Iglesias locales. Espero que las Iglesias locales puedan
encontrar en estas Obras un sólido instrumento para alimentar el espíritu misionero
en el Pueblo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, sigo soñando con una Iglesia totalmente misionera
y una nueva estación de la acción misionera en las comunidades cristianas. Y repito
el deseo de Moisés para el pueblo de Dios en camino: «¡Ojalá todo el pueblo de
Dios profetizara!» (Nm 11,29). Sí, ojalá todos nosotros fuéramos en la Iglesia lo
que ya somos en virtud del bautismo: profetas, testigos y misioneros del Señor.
Con la fuerza del Espíritu Santo y hasta los confines de la tierra. María, Reina de las
misiones, ruega por nosotros.
Roma, San Juan de Letrán, 6 de enero de 2022, Epifanía del Señor.