Queridos hermanos y hermanas:
El año pasado reflexionamos sobre la necesidad de “ir y ver” para descubrir la
realidad y poder contarla a partir de la experiencia de los acontecimientos y del
encuentro con las personas. Siguiendo en esta línea, deseo ahora centrar la
atención sobre otro verbo, “escuchar”, decisivo en la gramática de la comunicación
y condición para un diálogo auténtico. […]
[…] También la realidad de las migraciones forzadas es un problema complejo, y
nadie tiene la receta lista para resolverlo. Repito que, para vencer los prejuicios
sobre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario
tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos.
Muchos buenos periodistas ya lo hacen. Y muchos otros lo harían si pudieran.
¡Alentémoslos! ¡Escuchemos estas historias! Después, cada uno será libre de
sostener las políticas migratorias que considere más adecuadas para su país. Pero,
en cualquier caso, ante nuestros ojos ya no tendremos números o invasores
peligrosos, sino rostros e historias de personas concretas, miradas, esperanzas,
sufrimientos de hombres y mujeres que hay que escuchar.
Escucharse en la Iglesia
También en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el
don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros.
Nosotros los cristianos olvidamos que el servicio de la escucha nos ha sido confiado
por Aquel que es el oyente por excelencia, a cuya obra estamos llamados a
participar. «Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la
palabra de Dios» [4]. El teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer nos recuerda de
este modo que el primer servicio que se debe prestar a los demás en la comunión
consiste en escucharlos. Quien no sabe escuchar al hermano, pronto será incapaz
de escuchar a Dios [5].
En la acción pastoral, la obra más importante es “el apostolado del oído”. Escuchar
antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a
escuchar, pero ser lento para hablar» (1,19). Dar gratuitamente un poco del propio
tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.
Hace poco ha comenzado un proceso sinodal. Oremos para que sea una gran
ocasión de escucha recíproca. La comunión no es el resultado de estrategias y
programas, sino que se edifica en la escucha recíproca entre hermanos y hermanas.
Como en un coro, la unidad no requiere uniformidad, monotonía, sino pluralidad y
variedad de voces, polifonía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando
las otras voces y en relación a la armonía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada
por el compositor, pero su realización depende de la sinfonía de todas y cada una
de las voces.
Conscientes de participar en una comunión que nos precede y nos incluye, podemos
redescubrir una Iglesia sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su propia
voz acogiendo las de los demás como un don, para manifestar la armonía del
conjunto que el Espíritu Santo compone.
Roma, San Juan de Letrán, 24 de enero de 2022, Memoria de san Francisco de
Sales.