25 septiembre 2022 | Mensaje

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA 108ª JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2022

«No tenemos aquí abajo una ciudad permanente, sino que buscamos la futura» (Hb
13,14).
Queridos hermanos y hermanas:
El sentido último de nuestro “viaje” en este mundo es la búsqueda de la verdadera
patria, el Reino de Dios inaugurado por Jesucristo, que encontrará su plena
realización cuando Él vuelva en su gloria. Su Reino aún no se ha cumplido, pero ya
está presente en aquellos que han acogido la salvación. «El Reino de Dios está en
nosotros. Aunque todavía sea escatológico, sea el futuro del mundo, de la
humanidad, se encuentra al mismo tiempo en nosotros». (S. Juan Pablo II, Visita a
la parroquia romana de San Francisco de Asís y Santa Catalina de Siena, Patronos
de Italia (26 noviembre 1989))
La ciudad futura es una «ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor
es Dios» (Hb 11,10). Su proyecto prevé una intensa obra de edificación, en la que
todos debemos sentirnos comprometidos personalmente. Se trata de un trabajo
minucioso de conversión personal y de transformación de la realidad, para que se
adapte cada vez más al plan divino. Los dramas de la historia nos recuerdan cuán
lejos estamos todavía de alcanzar nuestra meta, la Nueva Jerusalén, «morada de
Dios entre los hombres» (Ap 21,3). Pero no por eso debemos desanimarnos. A la
luz de lo que hemos aprendido en las tribulaciones de los últimos tiempos, estamos
llamados a renovar nuestro compromiso para la construcción de un futuro más
acorde con el plan de Dios, de un mundo donde todos podamos vivir dignamente en
paz.
«Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y
una tierra nueva donde habitará la justicia» (2 P 3,13). La justicia es uno de los
elementos constitutivos del Reino de Dios. En la búsqueda cotidiana de su voluntad,
ésta debe edificarse con paciencia, sacrificio y determinación, para que todos los
que tienen hambre y sed de ella sean saciados (cf. Mt 5,6). La justicia del Reino
debe entenderse como la realización del orden divino, de su armonioso designio,
según el cual, en Cristo muerto y resucitado, toda la creación vuelve a ser “buena”
y la humanidad “muy buena” (cf. Gn 1,1-31). Sin embargo, para que reine esta
maravillosa armonía, es necesario acoger la salvación de Cristo, su Evangelio de
amor, para que se eliminen las desigualdades y las discriminaciones del mundo
presente.
Nadie debe ser excluido. Su proyecto es esencialmente inclusivo y sitúa en el centro
a los habitantes de las periferias existenciales. Entre ellos hay muchos migrantes y
refugiados, desplazados y víctimas de la trata. Es con ellos que Dios quiere edificar
su Reino, porque sin ellos no sería el Reino que Dios quiere. La inclusión de las
personas más vulnerables es una condición necesaria para obtener la plena
ciudadanía. De hecho, dice el Señor: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en
herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve
hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de
paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y
me vinieron a ver» (Mt 25,34-36).
Construir el futuro con los migrantes y los refugiados significa también reconocer y
valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al proceso de edificación. Me gusta
ver este enfoque del fenómeno migratorio en unavisión profética de Isaías, en la
que los extranjeros no figuran como invasores y destructores, sino como
trabajadores bien dispuestos que reconstruyen las murallas de la Nueva Jerusalén,
la Jerusalén abierta a todos los pueblos (cf. Is 60,10-11).
En la misma profecía, la llegada de los extranjeros se presenta como fuente de
enriquecimiento: «Se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las
naciones llegarán hasta ti» (60,5). De hecho, la historia nos enseña que la
aportación de los migrantes y refugiados ha sido fundamental para el crecimiento
social y económico de nuestras sociedades. Y lo sigue siendo también hoy. Su
trabajo, su capacidad de sacrificio, su juventud y su entusiasmo enriquecen a las
comunidades que los acogen. Pero esta aportación podría ser mucho mayor si se
valorara y se apoyara mediante programas específicos. Se trata de un enorme
potencial, pronto a manifestarse, si se le ofrece la oportunidad.
Los habitantes de la Nueva Jerusalén —sigue profetizando Isaías— mantienen
siempre las puertas de la ciudad abiertas de par en par, para que puedan entrar los
extranjeros con sus dones: «Tus puertas estarán siempre abiertas, no se cerrarán
ni de día ni de noche, para que te traigan las riquezas de las naciones» (60,11). La
presencia de los migrantes y los refugiados representa un enorme reto, pero
también una oportunidad de crecimiento cultural y espiritual para todos. Gracias a
ellos tenemos la oportunidad de conocer mejor el mundo y la belleza de su
diversidad. Podemos madurar en humanidad y construir juntos un “nosotros” más
grande. En la disponibilidad recíproca se generan espacios de confrontación fecunda
entre visiones y tradiciones diferentes, que abren la mente a perspectivas nuevas.
Descubrimos también la riqueza que encierran religiones y espiritualidades
desconocidas para nosotros, y esto nos estimula a profundizar nuestras propias
convicciones.
En la Jerusalén de las gentes, el templo del Señor se embellece cada vez más
gracias a las ofrendas que llegan de tierras extranjeras: «En ti se congregarán
todos los rebaños de Quedar, los carneros de Nebaiot estarán a tu servicio: subirán
como ofrenda aceptable sobre mi altar y yo glorificaré mi Casa gloriosa» (60,7). En
esta perspectiva, la llegada de migrantes y refugiados católicos ofrece energía
nueva a la vida eclesial de las comunidades que los acogen. Ellos son a menudo
portadores de dinámicas revitalizantes y animadores de celebraciones vibrantes.
Compartir expresiones de fe y devociones diferentesrepresenta una ocasión
privilegiada para vivir con mayor plenitud la catolicidad del pueblo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, y especialmente ustedes, jóvenes, si queremos
cooperar con nuestro Padre celestial en la construcción del futuro, hagámoslo junto
con nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados. ¡Construyámoslo hoy!
Porque el futuro empieza hoy, y empieza por cada uno de nosotros. No podemos
dejar a las próximas generaciones la responsabilidad de decisiones que es necesario
tomar ahora, para que el proyecto de Dios sobre el mundo pueda realizarse y venga
su Reino de justicia, de fraternidad y de paz.
Oración
Señor, haznos portadores de esperanza,
para que donde haya oscuridad reine tu luz,
y donde haya resignación renazca la confianza en el futuro.
Señor, haznos instrumentos de tu justicia,
para que donde haya exclusión, florezca la fraternidad,
y donde haya codicia, florezca la comunión.
Señor, haznos constructores de tu Reino
junto con los migrantes y los refugiados
y con todos los habitantes de las periferias.
Señor, haz que aprendamos cuán bello es
vivir como hermanos y hermanas. Amén.
Roma, San Juan de Letrán, 9 de mayo de 2022