7 junio 2017 | Mensaje

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO CON MOTIVO DE LA SESIÓN DEL PARLATINO SOBRE MIGRACIÓN

[…] Detrás de cada emigrante se encuentra un ser humano con una historia propia, con una cultura y unos ideales. Un análisis aséptico produce medidas esterilizadas; en cambio, la relación con la persona de carne y hueso, nos ayuda a percibir las profundas cicatrices que lleva consigo, causadas por la razón o la sinrazón de su migración. Este encuentro ayudará a dar respuestas factibles en favor de los emigrantes y de los países receptores, asimismo contribuirá a que los acuerdos y las medidas de seguridad sean examinados desde la experiencia directa, observando si concuerdan o no con la realidad. Como miembros de una gran familia, debemos trabajar para colocar en el centro a la «persona» (cf. Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 9 enero 2017); ésta no es un mero número ni un ente abstracto sino un hermano o hermana que necesita sentir nuestra ayuda y una mano amiga.

En este trabajo es indispensable el diálogo. No se puede trabajar de forma aislada; todos nos necesitamos. Tenemos que ser «capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 2014). La colaboración conjunta es necesaria para elaborar estrategias eficientes y equitativas en la acogida de los refugiados. Lograr un consenso entre las partes es un trabajo «artesano», minucioso, casi imperceptible pero esencial para ir dando forma a los acuerdos y a las normativas. Se tienen que ofrecer todos los elementos a los gobiernos locales como también a la Comunidad internacional, a fin de elaborar los mejores pactos para el bien de muchos, especialmente de los que sufren en las zonas más vulnerables de nuestro planeta, como también en algunas áreas de Latinoamérica y el Caribe. El diálogo es fundamental para fomentar la solidaridad con los que han sido privados de sus derechos fundamentales, como también para incrementar la disponibilidad para acoger a los que huyen de situaciones dramáticas e inhumanas.[…]

El trabajo es enorme y se necesitan hombres y mujeres de buena voluntad que, con su compromiso concreto, puedan dar respuesta a este «grito» que se eleva desde el corazón del emigrante. No podemos cerrar nuestros oídos a su llamado. Exhorto a los Gobiernos nacionales a asumir sus responsabilidades para con todos los que residen en su territorio; y renuevo el compromiso de la Iglesia Católica, a través de la presencia de las Iglesias locales y regionales, en responder a esta herida que llevan consigo tantos hermanos y hermanas nuestros. […]