[…] Venís de situaciones diferentes y, de diversos modos, experimentáis las repercusiones de las actividades mineras realizadas tanto por grandes compañías industriales como por artesanos, o bien por agentes informales. Habéis querido reuniros en Roma, en esta jornada de reflexión que remite a un pasaje de la exhortación apostólica Evangelii gaudium (cf. nn. 187-190), para hacer resonar el grito de las numerosas personas, familias y comunidades que sufren directa o indirectamente a causa de las consecuencias muy a menudo negativas de las actividades mineras. Un grito por los terrenos perdidos; un grito por la extracción de riqueza del suelo que, paradójicamente, no ha producido riqueza para las poblaciones locales que siguen siendo pobres; un grito de dolor como reacción a la violencia, a las amenazas y a la corrupción; un grito de indignación y de ayuda por la violación de los derechos humanos, clamorosa o discretamente ultrajados en lo que concierne a la salud de las poblaciones, las condiciones de trabajo, a veces la esclavitud y el tráfico de personas que alimenta el trágico fenómeno de la prostitución; un grito de tristeza y de impotencia por la contaminación de las aguas, del aire y de los suelos; un grito de incomprensión por la ausencia de procesos inclusivos y de apoyo por parte de las autoridades civiles, locales y nacionales, que tienen el deber fundamental de promover el bien común.[…]