23 junio 2014 | Mensaje

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCESCO AL ARZOBISPO DE AGRIGENTO CON OCASIÓN DEL PRIMER ANIVERSARIO DE LA VISITA A LAMPEDUSA

Al venerado hermano
monseñor Francesco Montenegro
arzobispo de Agrigento
El aniversario de mi visita a la isla de Lampedusa evoca en mi alma sentimientos de agradecimiento al Señor por haberme dado la posibilidad de ir a esa porción de tierra siciliana a rezar por las numerosas víctimas de los naufragios; a realizar un gesto de cercanía con los inmigrantes en busca de una vida mejor y despertar la atención con respecto a sus dramas; a expresar gratitud a los habitantes de Lampedusa y de Linosa comprometidos en un encomiable trabajo de solidaridad, sostenidos por asociaciones, voluntarios y fuerzas de seguridad. En ese encuentro tan lleno de significado, junto con la Iglesia que está en Agrigento, se percibió la presencia espiritual y afectiva de todas las comunidades católicas italianas, que en diversos niveles y de múltiples formas son parte activa de la acción de acogida a los inmigrantes.
A distancia de un año el problema de la inmigración se está agravando y otras tragedias lamentablemente se han sucedido a un ritmo apremiante. A nuestro corazón le cuesta aceptar la muerte de estos hermanos y hermanas nuestros, que afrontan viajes extenuantes para huir de dramas, pobrezas, guerras, conflictos, a menudo vinculados a políticas internacionales. Me dirijo una vez más espiritualmente a la costa del mar Mediterráneo para llorar con quienes están en el dolor y depositar las flores de la oración de sufragio por las mujeres, los hombres y niños que son víctimas de un drama que parece no tener fin. Esto requiere ser afrontado no con la lógica de la indiferencia, sino con la lógica de la hospitalidad y el compartir, con el fin de tutelar y promover la dignidad y la centralidad de todo ser humano.
Aliento a las comunidades cristianas y a toda persona de buena voluntad a seguir inclinándose hacia quien tiene necesidad para tenderle la mano, sin cálculos, sin temores, con ternura y comprensión. Deseo al mismo tiempo que las instituciones competentes, especialmente a nivel europeo, sean más valientes y generosas en la ayuda a los refugiados.
Con tales votos, imparto a Usted, querido hermano, a quienes participarán en los diversos momentos de oración y reflexión y a toda la comunidad diocesana la implorada bendición apostólica.