12 diciembre 2013 | Discurso del Santo Padre, Discursos

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A UN GRUPO DE NUEVOS EMBAJADORES CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN DE SUS CARTAS CREDENCIALES

Sala Clementina

[…] Al encontraros, mi primer pensamiento se dirige a la comunidad internacional, a las múltiples iniciativas que se llevan adelante para promover la paz, el diálogo, las relaciones culturales, políticas, económicas, y para socorrer a las poblaciones probadas por diversas dificultades. Hoy deseo afrontar con vosotros una cuestión que me preocupa mucho y que amenaza actualmente la dignidad de las personas: es la trata de personas. Es una verdadera forma de esclavitud, lamentablemente cada vez más difundida, que atañe a cada país, incluso a los más desarrollados, y que afecta a las personas más vulnerables de la sociedad: las mujeres y las muchachas, los niños y las niñas, los discapacitados, los más pobres, a quien proviene de situaciones de disgregación familiar y social. En ellos, de modo especial nosotros cristianos, reconocemos el rostro de Jesucristo, quien se identificó con los más pequeños y necesitados. Otros, que no se remiten a una fe religiosa, en nombre de la humanidad común comparten la compasión por su sufrimiento, con el compromiso de liberarles y de aliviar sus heridas. Juntos podemos y debemos comprometernos para que sean liberados y se pueda poner fin a este horrible comercio. Se habla de millones de víctimas del trabajo forzoso, trabajo esclavo, de la trata de personas con el fin de la mano de obra y la explotación sexual. Todo esto no puede continuar: constituye una grave violación de los derechos humanos de las víctimas y una ofensa a su dignidad, además de un desafío para la comunidad mundial. Quienes tienen buena voluntad, quienes se profesan religiosos o no, no pueden permitir que estas mujeres, estos hombres, estos niños sean tratados como objetos, engañados, violentados, con frecuencia vendidos más de una vez, para fines diversos, y al final asesinados o, de cualquier modo, arruinados física y mentalmente, para acabar descartados y abandonados. Es una vegüenza.
La trata de personas es un crimen contra la humanidad. Debemos unir las fuerzas para liberar a las víctimas y para detener este crimen cada vez más agresivo, que amenaza, además de las personas, los valores fundamentales de la sociedad y también la seguridad y la justicia internacionales, además de la economía, el tejido familiar y la vida social misma.
Sin embargo, es necesaria una toma de responsabilidad común y una más firme voluntad política para lograr vencer en este frente. Responsabilidad hacia quienes cayeron víctimas de la trata, para tutelar sus derechos, para asegurar su incolumidad y la de sus familiares, para impedir que los corruptos y criminales se sustraigan a la justicia y tengan la última palabra sobre las personas. Una adecuada intervención legislativa en los países de proveniencia, en los países de tránsito y en los países de llegada, también en orden a facilitar la regularidad de las migraciones, puede reducir el problema.
Los gobiernos y la comunidad internacional, a quien compete en primer lugar prevenir e impedir tal fenómeno, no han dejado de adoptar medidas a varios niveles para detenerlo y para proteger y asistir a las víctimas de este crimen, no raramente vinculado al comercio de las drogas, de las armas, al transporte de emigrantes irregulares, a la mafia. Lamentablemente, no podemos negar que tal vez se han contagiado con todo ello incluso agentes públicos y miembros de contingentes comprometidos en misiones de paz. Pero para obtener buenos resultados es necesario que la acción de contraste incida también a nivel cultural y de comunicación. A este nivel es necesario un profundo examen de conciencia: ¿cuántas veces, en efecto, toleramos que un ser humano sea considerado como un objeto, expuesto para vender un producto o para satisfacer deseos inmorales? La persona humana nunca se debería ni vender ni comprar como una mercancía. Quien la usa y la explota, incluso indirectamente, se hace cómplice de este abuso.
Señora y señores, quise compartir con vosotros estas reflexiones acerca de una plaga social de nuestro tiempo, porque creo en el valor y en la fuerza de un compromiso concertado para combatirla. Exhorto, por lo tanto, a la comunidad internacional a hacer aún más concorde y eficaz la estrategia contra la trata de personas, para que, en todas las partes del mundo, los hombres y las mujeres no sean jamás usados como medios, sino que sean respetados siempre en su dignidad inviolable.[…]