Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Todos de fiesta, ¿verdad? Doy las gracias al padre Chiarello por las palabras de
saludo y de presentación. Estoy contento de poder estar un poco con vosotros, que
participasteis ayer en la Celebración eucarística y en la canonización del beato Juan
Bautista Scalabrini. Sois una asamblea muy variada —¡esto es hermoso! —: están
los misioneros, las hermanas misioneras, las misioneras seculares y laicos
scalabrinianos; están los fieles de las diócesis de Como y de Piacenza; y también
están los migrantes de muchos países, una bonita “macedonia”, y esto es hermoso.
De esta manera, vosotros representáis bien la amplitud de la obra del obispo
Scalabrini, la apertura de su corazón, al cual, por así decir, no bastaba una diócesis.
Fue de gran relevancia su apostolado a favor de los emigrantes italianos. En aquella
época miles de ellos partían para las Américas. Monseñor Scalabrini los miraba con
la mirada de Cristo, de la que nos habla el Evangelio, por ejemplo, Mateo escribe
así: «Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados.
Abatidos como ovejas que no tienen pastor» (9,36). Y se preocupó con gran caridad
e inteligencia pastoral de asegurarles una adecuada asistencia material y espiritual.
También hoy las migraciones constituyen un desafío muy importante. Estas
destacan la urgente necesidad de anteponer la fraternidad al rechazo, la solidaridad
a la indiferencia. Hoy todo bautizado está llamado a reflejar la mirada de Dios hacia
los hermanos y las hermanas migrantes y refugiados —son muchos—, a dejar que
su mirada amplíe nuestra mirada, gracias al encuentro con la humanidad en
camino, a través de una proximidad concreta, según el ejemplo del obispo
Scalabrini.
Estamos llamados hoy a vivir y difundir la cultura del encuentro, un encuentro a la
par entre los migrantes y las personas del país que los acoge. Se trata de una
experiencia enriquecedora, en cuanto que revela la belleza de la diversidad. Y es
también fecunda, porque la fe, la esperanza y la tenacidad de los migrantes pueden
ser de ejemplo y de estímulo para quienes quieren comprometerse para construir
un mundo de paz y de bienestar para todos. Y para que sea para todos, vosotros lo
sabéis bien, en necesario empezar por los últimos: si no se empieza por los últimos,
no es para todos. Como en las excursiones en la montaña: si los primeros corren, el
grupo se disuelve, y los primeros después de un poco estallan; sin embargo, si se
tiene el paso de los últimos, se sube todos juntos. Esta es una regla de sabiduría.
Cuando nosotros caminamos, cuando peregrinamos, es necesario seguir siempre el
paso de los últimos.
Para hacer crecer la fraternidad y la amistad social, todos somos llamados a ser
creativos, a pensar fuera de los esquemas. Estamos llamados a abrir espacios
nuevos, donde el arte, la música y el estar juntos se conviertan en instrumentos de
dinámicas interculturales, donde poder saborear la riqueza del encuentro de las
diversidades.
Por esto os exhorto a vosotros, misioneros y misioneras scalabrinianos, a dejaros
inspirar siempre por vuestro Santo fundador, padre de los migrantes, de todos los
migrantes. Que su carisma renueve en vosotros la alegría de estar con los
migrantes, de estar a su servicio, y de hacerlo con fe, animados por el Espíritu
Santo, en la convicción de que en cada uno de ellos encontramos al Señor Jesús. Y
esto os ayuda a tener el estilo de una gratuidad generosa, a no escatimar en
recursos físicos y económicos para promover a los migrantes de forma integral; y
os ayuda también a trabajar en comunión de propósitos, como familia, unidos en la
diversidad.
Queridos hermanos y hermanas, la santidad de Juan Bautista Scalabrini nos
“contagie” el deseo de ser santos, cada uno de forma original, única, como nos ha
hecho y nos quiere la infinita fantasía de Dios. Y su intercesión nos dé la alegría, y
nos dé la esperanza de caminar juntos hacia la nueva Jerusalén, que es una
sinfonía de rostros y de pueblos, hacia el Reino de justicia, de fraternidad y de paz.
¡Gracias por haber venido a compartir vuestra fiesta! De corazón os bendigo a
vosotros y a todos vuestros compañeros de camino allí donde vivís. Y por favor, no
os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!