18 abril 2015 | Discurso del Santo Padre, Discursos

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN LA SESIÓN PLENARIA DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIALES

Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida a vosotros, miembros de la Academia pontificia de ciencias sociales y participantes en esta sesión plenaria dedicada a la trata de personas. Agradezco las amables palabras de la presidenta, la señora Margaret Archer. Saludo a todos cordialmente y os garantizo que estoy muy agradecido por lo que esta Academia realiza para profundizar el conocimiento de las nuevas formas de esclavitud y erradicar la trata de seres humanos, con el único propósito de servir al hombre, especialmente a las personas marginadas y excluidas.

Como cristianos, vosotros os sentís interpelados por el sermón de la montaña del Señor Jesús y también por el «protocolo» con el que seremos juzgados al final de nuestra vida, según el Evangelio de san Mateo, capítulo 25. «Bienaventurados los pobres, bienaventurados los afligidos, bienaventurados los mansos, bienaventurados los puros de corazón, bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, bienaventurados los perseguidos a causa de la justicia: estos poseerán la tierra, estos serán hijos de Dios, estos verán a Dios» (cf. Mt 5, 3-10). Los «benditos del Padre», sus hijos que lo verán son los que se preocupan por los últimos y aman a los más pequeños entre sus hermanos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis», dice el Señor (cf. Mt 25, 40).
Y hoy, entre estos hermanos más necesitados están los que sufren la tragedia de las formas modernas de esclavitud, del trabajo forzado, del trabajo esclavo, de la prostitución, del tráfico de órganos, de la droga. […]

[…] Lamentablemente, en un sistema económico global dominado por el beneficio, se han desarrollado nuevas formas de esclavitud en cierto modo peores y más inhumanas que las del pasado. Más aún hoy, por lo tanto, siguiendo el mensaje de redención del Señor, estamos llamados a denunciarlas y combatirlas. En primer lugar, debemos tomar más conciencia de este nuevo mal que, en el mundo global, se quiere ocultar por ser escandaloso y «políticamente incorrecto». A nadie le gusta reconocer que en su ciudad, en su barrio también, en su región o nación existen nuevas formas de esclavitud, mientras sabemos que esta plaga concierne a casi todos los países. Tenemos que denunciar este terrible flagelo con su gravedad. Ya el Papa Benedicto XVI condenó sin medios términos toda violación de la igualdad de la dignidad de los seres humanos (cf. Discurso al nuevo embajador la República de Alemania ante la Santa Sede, 7 de noviembre de 2011). Por mi parte, he declarado más veces que estas nuevas formas de esclavitud —tráfico de seres humanos, trabajo forzado, prostitución, comercio de órganos— son crímenes gravísimos, «una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea» (Discurso a la II Conferencia internacional sobre la trata de personas, 10 de abril de 2014). Toda la sociedad está llamada a crecer en esta toma de conciencia, especialmente en lo que respecta a la legislación nacional e internacional, de modo que se pueda aplicar la justicia a los traficantes y emplear sus ganancias injustas para la rehabilitación de las víctimas. Se deberían buscar las modalidades más idóneas para penalizar a quienes se hacen cómplices de este mercado inhumano. Estamos llamados a mejorar las modalidades de rescate e inclusión social de las víctimas, actualizando incluso las normativas sobre el derecho de asilo. Debe aumentar la conciencia de las autoridades civiles acerca de la gravedad de esta tragedia, que constituye un retroceso de la humanidad. Y muchas veces —¡muchas veces!— estas nuevas formas de esclavitud son protegidas por instituciones que deben defender a la población de estos crímenes.[…]