12 febrero 2018 | Discurso del Santo Padre, Discursos

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN LA JORNADA MUNDIAL DE REFLEXIÓN Y ORACIÓN CONTRA LA TRATA DE PERSONAS

Sala Clementina

1. [Joy Monday, en inglés] En primer lugar deseamos darle las gracias por su incesante y benévola atención y preocupación por todos los migrantes y las víctimas de la trata. Nosotros hemos experimentado muchas dificultades y sufrimientos antes de llegar a Italia. Llegados a Italia nos cuesta integrarnos y encontrar un trabajo digno es casi imposible. Quisiera hacer una pregunta. ¿Usted cree que el sorprendente silencio sobre lo que sucede con la trata se deba a la ignorancia del fenómeno? Respuesta Seguramente sobre el tema de la trata hay mucha ignorancia. Pero a veces parece que haya también poca voluntad de comprender la dimensión del problema. ¿Por qué? Porque toca de cerca nuestras conciencias, porque es escabroso, porque nos avergüenza. Hay además quien, conociéndolo, no quiere hablar de ello porque se encuentra al final de la «cadena de consumo», como usuario de los «servicios» que son ofrecidos en la calle o en internet. Está, finalmente, quien no quiere que se hable, por estar implicado directamente en las organizaciones criminales que de la trata obtienen buenos beneficios. Sí, es necesaria valentía y honestidad, «cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas»[1]. El trabajo de sensibilización debe empezar en casa, por nosotros mismos, porque solo así seremos capaces después de concienciar a nuestras comunidades, estimulando a comprometerse para que ningún ser humano sea víctima de la trata. Para los jóvenes esto parece una tarea más fácil, dado que son menos estructurados en el pensamiento, menos ofuscados por los prejuicios, más libres de razonar con la propia cabeza. La voz de los jóvenes, más entusiasta y espontánea, puede romper el silencio para denunciar las injusticias de la trata y proponer soluciones concretas. Adultos que estén preparados para escuchar pueden ser de gran ayuda. Por mi parte, como habréis notado, no he perdido nunca ocasión para denunciar abiertamente la trata como un crimen contra la humanidad. Es «una verdadera forma de esclavitud, lamentablemente cada vez más difundida, que atañe a cada país, incluso a los más desarrollados, y que afecta a las personas más vulnerables de la sociedad: las mujeres y las muchachas, los niños y las niñas, los discapacitados, los más pobres, a quien proviene de situaciones de disgregación familiar y social»[2] También he dicho que «es necesaria una toma de responsabilidad común y una más firme voluntad política para lograr vencer en este frente. Responsabilidad hacia quienes cayeron víctimas de la trata, para tutelar sus derechos, para asegurar su incolumidad y la de sus familiares, para impedir que los corruptos y criminales se sustraigan a la justicia y tengan la última palabra sobre las personas»[3]. 2. [Silvia Migliorini. Liceo de Via Dalmazia, Roma] Muchos de nosotros jóvenes queremos comprender mejor la trata, las migraciones y sus causas. Sí, queremos comprometernos para hacer este mundo más justo. Nos gustaría afrontar temas como este con los jóvenes de nuestra sociedad, también utilizando las redes sociales, vista su notable potencialidad de comunicación. Querido Papa Francisco, en los grupos parroquiales, en los movimientos juveniles, en las instituciones educativas católicas a veces no hay espacios adecuados y suficientes para afrontar estos temas. Además, sería bonito que se organizaran actividades para promover la integración social y cultural con aquellos que son víctimas de la trata para que sea para ellos más sencillo superar su drama y reconstruirse una vida. ¿Qué podemos hacer nosotros los jóvenes? ¿Qué puede hacer la Iglesia? Respuesta Los jóvenes ocupan una posición privilegiada para encontrar a los supervivientes de la trata de seres humanos. Id a vuestras parroquias, a una asociación cerca de casa, encontrad a las personas, escuchadlas. Desde ahí, crecerá una respuesta y un compromiso concreto de vuestra parte. Veo de hecho el riesgo de que esto se convierta en un problema abstracto, pero no es abstracto. Hay signos que podéis aprender a «leer», que os dicen: aquí podría haber una víctima de trata, un esclavo. Necesitamos promover la cultura del encuentro que lleva en sí una riqueza inesperada y grandes sorpresas. San Pablo nos da un ejemplo: en Cristo, el esclavo Onésimo no es más un esclavo sino mucho más, es un hermano querido (cf. Filemón 1, 16). La esperanza, vosotros jóvenes, la podéis encontrar en Cristo, y a Él lo podéis encontrar también en las personas migrantes, que han huido de casa, y permanecen atrapadas en las redes. No tengáis miedo de encontrarles. Abrid vuestro corazón, hacedles entrar, estad preparados para cambiar. El encuentro con el otro lleva naturalmente a un cambio, pero no es necesario tener miedo de este cambio. Será siempre el mejor. Recordad las palabras del profeta Isaías: «ensancha el espacio de tu tienda» (cf. 54, 2). La Iglesia debe promover y crear espacios de encuentro, por este motivo he pedido abrir las parroquias a la acogida. Es necesario reconocer el gran compromiso en respuesta a mi llamamiento, ¡gracias! Os pido a vosotros aquí presentes hoy trabajar a favor de la apertura al otro, sobre todo cuando está herido en la propia dignidad. Haceos promotores de iniciativas que vuestras parroquias puedan acoger. Ayudad a la Iglesia a crear espacios de compartir experiencias e integración de fe y de vida. También las redes sociales representan, sobre todo para los jóvenes, una oportunidad de encuentro que puede parecer sin límite: internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos, y esto es algo bueno, es un don de Dios. Sin embargo para cada instrumento que se nos ofrece, es fundamental la elección que el hombre decide hacer. El ambiente comunicativo puede ayudarnos a crecer o, al contrario, a desorientarnos. No es necesario infravalorar los riesgos inherentes en algunos de estos espacios virtuales; a través de las redes muchos jóvenes son atraídos y arrastrados en una esclavitud de la cual después se convierte en más allá de las propias capacidades para liberarse. En este ámbito los adultos, padres y educadores —también los hermanos y primos un poco más grandes— están llamados a la tarea de vigilar y proteger a los jóvenes. Vosotros tenéis que hacer lo mismo con vuestros parientes y compañeros. Percibir y señalar vulnerabilidad particulares, casos sospechosos sobre los cuales sea necesario arrojar luz. Usad por tanto las redes para compartir una historia positiva de vuestras experiencias de encuentro con nuestros hermanos en el mundo, contad y compartid las buenas prácticas y desencadenad un círculo virtuoso. 3. [Faith Outuru, en inglés] Soy una de las muchas jóvenes procedentes de un país lejano, con cultura diferente, con condiciones de vida y experiencia de Iglesia diferentes. Ahora estoy aquí y deseo construir aquí mi futuro. Pero pienso en mi país, en muchos jóvenes que vienen ilusionados con falsas promesas, engañados, esclavizados, prostituidos. ¿Cómo podemos ayudar a estos jóvenes a no caer en la trampa de las ilusiones y en las manos de los traficantes? Respuesta Como tú has dicho, es necesario hacer que los jóvenes no caigan «en las manos de los traficantes». ¡Y qué horrible es darse cuenta de que muchas jóvenes víctimas han sido primero abandonadas por sus familias, consideradas como descarte de su sociedad! Muchos así han sido inducidos a la trata por sus propios parientes y por los llamados amigos. Ha sucedido también en la Biblia: ¡recordad que los hermanos mayores vendieron al joven José como esclavo, y así fue llevado esclavo a Egipto! También en condiciones de extremo malestar, la educación se revela importante. Esta es instrumento de protección contra la trata, de hecho ayuda a identificar los peligros y a evitar las ilusiones. Un sano ambiente escolar, como un sano ambiente parroquial, consiente a los jóvenes denunciar a los traficantes sin vergüenza y convertirse en portadores de mensajes adecuados para otros jóvenes, para que no terminen en la misma trampa. Todos aquellos que han sido víctimas de trata son fuente inagotable de apoyo para las nuevas víctimas e importantísimos recursos informativos para salvar a muchos otros jóvenes. Son a menudo falsas noticias, que llegan a través del pasapalabra o filtradas por las redes sociales, que atrapan a los inocentes. Los jóvenes que han encontrado la criminalidad organizada pueden jugar un rol clave en el describir los peligros. Los traficantes a menudo son personas sin escrúpulos, sin moral ni ética que viven de las desgracias de otros, aprovechado las emociones humanas y la desesperación de la gente para subyugarla a su voluntad, haciéndola esclava y sometido. Basta pensar en las mujeres africanas jovencísimas que llegan a nuestras costas esperando empezar una vida mejor, pensando en ganarse la vida honestamente, y sin embargo son esclavizadas, obligadas a prostituirse. Para los jóvenes es fundamental construir paso a paso la propia identidad y tener un punto de referencia, un faro-guía. La Iglesia desde siempre quiere estar al lado de las personas que sufren, en particular de los niños y de los jóvenes, protegiéndoles y promoviendo su desarrollo humano integral. Los menores son a menudo «invisibles», sujetos a peligros y amenazas, solos y manipulables; queremos, también en las realidades más precarias, ser vuestro faro de esperanzas y apoyo, porque Dios está siempre con vosotros. «La valentía y la esperanza son dotes de todos, pero en particular son propias de los jóvenes: valentía y esperanza. Ciertamente, el futuro está en las manos de Dios, las manos de un Padre providente. Esto no significa negar las dificultades y los problemas, sino verlos, eso sí, como pasajeros y superables. Las dificultades, las crisis, con la ayuda de Dios y la buena voluntad de todos, se pueden superar, vencer, transformar»[4]. 4. [Antonio Maria Rossi. Liceo de la Via Dalmazia, Roma] Nosotros los jóvenes italianos nos confrontamos con un contexto marcado cada día más por la pluralidad de culturas y religiones. Se trata de un desafío abierto. A menudo la falta de respeto por el diferente, la cultura del descarte y la corrupción, de las que se origina la trata, parecen normales. Papa Francisco, por favor, continúe alentando a nuestros gobernantes con el fin de que contrasten la corrupción, la venta de armas y la cultura del descarte; aliente también a todos los líderes religiosos para garantizar espacios donde las diferentes culturas y religiones puedan conocerse y valorarse mutuamente, de tal modo que todos compartan la misma espiritualidad de acogida. Quisiera preguntarle, ¿qué podemos hacer nosotros aquí, para que desaparezca definitivamente la plaga de la trata? Respuesta Cuando los países son víctimas de la pobreza extrema, la violencia y la corrupción, la economía, el marco normativo y la infraestructura básica son ineficientes y no son capaces de garantizar la seguridad, los bienes y los derechos esenciales. En tal contexto, los autores de estos crímenes actúan impunemente. La criminalidad organizada y el tráfico ilegal de drogras y de seres humanos eligen las presas entre las personas que hoy tienen escasos medios de subsistencia y aún menos esperanzas por el mañana. La respuestas es, por lo tanto, crear oportunidad para un desarrollo humano integral, iniciando con una instrucción de calidad desde la primera infancia, creando sucesivamente oportunidades de crecimiento a través de la ocupación. Estas dos modalidades de crecimiento, en las diversas fases de la vida, representan los antídotos a la vulnerabilidad y a la trata. La que he indicado más veces como «cultura del descarte» está en la base de comportamientos que, en el mercado y en el mundo globalizado, llevan a la explotación de los seres humanos, a todos los niveles. «La pobreza, las necesidades, los dramas de tantas personas terminan por entrar en la normalidad»[5]. Algunos estados promueven, dentro de la comunidad internacional, una política particularmente dura al querer derrotar a la trata de seres humanos; ese comportamiento es de por sí engañoso, porque, a causa de intereses económicos que están detrás, no se quieren afrontar las causas profundas. Además, no siempre la posición a nivel internacional es coherente con las políticas internas. Espero realmente que podáis enviar un mensaje a los líderes de cada nivel de gobierno, en el mundo de las relaciones y de la sociedad, pidiendo el acceso a una instrucción de calidad y por lo tanto, a una ocupación justa y sostenible. Una estrategia que comprenda un mayor conocimiento del tema de la trata, a partir de una terminología clara y de testimonios concretos de los protagonistas, puede ser ciertamente de ayuda. La conciencia real sobre el tema centra, sin embargo, la atención en la «demanda de trata» que se encuentra detrás de la oferta (cadena de consumo); todos estamos llamados a salir de la hipocresía y enfrentar la idea de ser parte del problema en lugar de mirar a otro lado proclamando nuestra inocencia. Dejadme que lo diga, si hay tantas chicas víctimas de la trata que terminan en las calles de nuestras ciudades es porque muchos hombres aquí —jóvenes, de mediana edad, ancianos— piden estos servicios y están dispuestos a pagar por su placer. Me pregunto entonces, ¿son realmente los traficantes la causa principal de la trata? Yo creo que la causa principal es el egoísmo sin escrúpulos de tantas personas hipócritas de nuestro mundo. Cierto, arrestar a los traficantes es un deber de justicia. Pero la verdadera solución es la conversión de los corazones, cortar la demanda para sanear el mercado. 5. [Maria Magdalene Savini] Papa Francisco, en un mensaje suyo dirigido a los alcaldes de las grandes ciudades reunidas en el Vaticano, decía que «para ser verdaderamente eficaz, el compromiso común para la construcción de una conciencia ecológica y la lucha contra la esclavitud moderna —la trata de seres humanos y de órganos, la prostitución, el trabajo negro— debe comenzar desde las periferias»[6]. También nosotros, los jóvenes, nos encontramos a menudo en la periferia y sufrimos la exclusión, la inseguridad por no tener trabajo y acceso a una educación de calidad, por vivir en situaciones de guerra, de violencia, por vernos obligados a dejar nuestras tierras, por pertenecer a minorías étnicas y religiosas. Sobre todo las mujeres somos penalizadas y las principales víctimas. ¿Qué espacio se dará en el Sínodo de los Jóvenes a las jóvenes y a los jóvenes que provienen de las periferias de la marginación causada por un modelo de desarrollo ya superado, que continúa produciendo degradación humana? ¿Cómo se puede hacer para que estas chicas y chicos sean los protagonistas del cambio en la sociedad y en la Iglesia? Respuesta Deseo, para los que son testigos reales de los riesgos de la trata en sus países de origen, que puedan encontrar en el Sínodo un lugar para expresarse, desde el cual llamar a la Iglesia a la acción. Por lo tanto, es mi gran deseo que los jóvenes representantes de las «periferias» sean los protagonistas de este Sínodo. Espero que puedan ver el Sínodo como un lugar para enviar un mensaje a los gobernantes de los países de origen y llegada para solicitar protección y apoyo. Espero que estos jóvenes lancen un mensaje global para una movilización juvenil mundial, para construir juntos una casa común inclusiva y acogedora. Espero que sean un ejemplo de esperanza para aquellos que atraviesan por el drama existencial del desaliento. La Iglesia católica tiene la intención de intervenir en todas las fases de la trata de seres humanos: quiere protegerlos del engaño y de la seducción; quiere encontrarlos y liberarlos cuando sean transportados y reducidos a la esclavitud; quiere asistirlos una vez que sean liberados. A menudo, las personas que han sido atrapadas y maltratadas pierden la capacidad de confiar en los demás, y la Iglesia es a menudo el último ancla de salvación. Es absolutamente importante responder de modo concreto a las vulnerabilidades de aquellos que están en riesgo, para después acompañar el proceso de liberación comenzando a poner a salvo sus vidas. Los grupos eclesiales pueden abrir espacios de seguridad allí donde sea necesario, en lugares de reclutamiento, en las rutas del tráfico en los países de llegada. Mi esperanza es que el Sínodo sea también una oportunidad para las Iglesias locales para aprender a trabajar juntos y convertirse en «una red de salvación». Quisiera finalmente concluir citando a santa Josefina Bakhita. Esta grande sudanesa «es un testigo ejemplar de esperanza para las numerosas víctimas de la esclavitud y un apoyo en los esfuerzos de todos aquellos que se dedican a luchar contra esta “llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una herida en la carne de Cristo”»[7]. Que pueda inspirarnos para realizar gestos de hermandad con aquellos que se encuentran en un estado de sumisión. A dejarnos interpelar, a dejarnos invitar al encuentro. Recemos: Santa Josefina Bakhita, de niña fuiste vendida como esclava y tuviste que enfrentar dificultades y sufrimientos indecibles. Una vez liberada de tu esclavitud física, encontraste la verdadera redención en el encuentro con Cristo y su Iglesia. Santa Josefina Bakhita, ayuda a todos aquellos que están atrapados en la esclavitud. En su nombre, intercede ante el Dios de la Misericordia, de modo que las cadenas de su cautiverio puedan romperse. Que Dios mismo pueda liberar a todos los que han sido amenazados, heridos o maltratados por la trata y el tráfico de seres humanos. Lleva consuelo a aquellos que sobreviven a esta esclavitud y enséñales a ver a Jesús como modelo de fe y esperanza, para que puedan sanar sus propias heridas. Te suplicamos que reces e intercedas por todos nosotros: para que no caigamos en la indiferencia, para que abramos los ojos y podamos mirarlas miserias y las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad y de su libertad y escuchar su grito de ayuda. Amén.