8 febrero 2021 | Discurso del Santo Padre, Discursos

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE

Aula de las Bendiciones

[…] El cierre de las fronteras a causa de la pandemia, junto con la crisis económica, también ha acentuado diversas emergencias humanitarias, tanto en las zonas de conflicto como en las regiones afectadas por el cambio climático y la sequía, al igual que en los campos para refugiados y migrantes. Pienso particularmente en Sudán, donde se han refugiado miles de personas que huyen de la región de Tigray, como también en otros países del África subsahariana, o en la región de Cabo Delgado en Mozambique, donde tantos han sido obligados a abandonar el propio territorio y se encuentran ahora en condiciones sumamente precarias. Mi pensamiento se dirige también a Yemen y a la amada Siria, donde, además de otras graves emergencias, la inseguridad alimentaria aflige a gran parte de la población y los niños están extenuados a causa de la malnutrición.

En diversos casos las crisis humanitarias se han agravado por las sanciones económicas, que terminan en su mayor parte por repercutir principalmente en los sectores más débiles de la población, más que en los responsables políticos. Por lo tanto, aun comprendiendo la lógica de las sanciones, la Santa Sede no ve su eficacia y espera su relajación, también para favorecer el flujo de ayudas humanitarias, sobre todo de medicamentos e instrumentos sanitarios, sumamente necesarios en este tiempo de pandemia.

Que la coyuntura que estamos atravesando sea igualmente un estímulo para condonar, o por lo menos reducir, la deuda que recae sobre los países más pobres y que de hecho impide la recuperación y el pleno desarrollo.

El año pasado ha visto también un mayor aumento de los migrantes que, a causa del cierre de fronteras, tuvieron que acudir a itinerarios cada vez más peligrosos. Asimismo, el flujo masivo encontró un incremento del número de las expulsiones ilegales, a menudo llevadas a cabo para impedir que los migrantes pidan asilo, violando el principio de no expulsión (non-refoulement). Muchos son interceptados y repatriados en campos de acogida y de detención, donde sufren torturas y violaciones de los derechos humanos, cuando no encuentran la muerte atravesando mares y otras fronteras naturales.

Los corredores humanitarios, implementados en el curso de los últimos años, contribuyen ciertamente a afrontar algunas de las problemáticas mencionadas, salvando numerosas vidas. Sin embargo, la magnitud de la crisis hace cada vez más urgente erradicar las causas que obligan a emigrar, como también exige un esfuerzo común para apoyar a los países de primera acogida, que se hacen cargo de la obligación moral de salvar vidas humanas. A este respecto, se espera con interés la negociación del Nuevo Pacto de la Unión Europea sobre la migración y el asilo, aun observando que políticas y mecanismos concretos no funcionarán si no están sostenidos por la voluntad política necesaria y el compromiso de todas las partes implicadas, incluidas la sociedad civil y los mismos migrantes.

La Santa Sede valora todos los esfuerzos realizados en favor de los migrantes y apoya el compromiso de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que este año celebra el 70.º aniversario de fundación, en el pleno respeto de los valores expresados en su Constitución y de la cultura de los Estados miembros en los que la Organización trabaja. De igual modo, la Santa Sede, como miembro del Comité ejecutivo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR), permanece fiel a los principios enunciados en la Convención de Ginebra de 1951 sobre el estatuto de los refugiados y al Protocolo de 1967, que establecen la definición legal de refugiado y sus derechos, así como la obligación legal de los Estados a protegerlos. […]