[…] Si el primer punto era individuar las potencialidades, el segundo es coordinar esfuerzos para dar respuestas concretas y hacer frente a los ruegos y necesidades de los hijos e hijas de nuestros Países. Coordinar no es dejar hacer al otro, y al final dar el visto bueno; sino que conlleva mucho tiempo y esfuerzo; es un trabajo escondido poco valorado, pero necesario. Ante un mundo globalizado y cada vez más complejo, América Latina debe aunar esfuerzos para hacer frente al fenómeno de la emigración; y gran parte de sus causas se podían haber ya afrontado desde hace tiempo, pero nunca es tarde (cf. Discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, 11 enero 2016). La emigración ha existido siempre, pero en los últimos años se ha incrementado de una manera nunca antes vista. Nuestra gente, impulsada por la necesidad, va en busca de «nuevos oasis», donde puedan encontrar mayor estabilidad y un trabajado que dé mayor dignidad a sus vidas. Pero en esa búsqueda, muchas personas sufren la violación de sus derechos; muchos niños y jóvenes son víctimas de la trata y son explotados, o caen en las redes de la criminalidad y la violencia organizada. La emigración es un drama de división: se dividen las familias, los hijos se separan de sus padres, se alejan de su tierra de origen, hasta los mismos gobiernos y los países se dividen ante esta realidad. Se necesita fomentar una política conjunta de cooperación para abordar este tema. No se trata de buscar culpables y de eludir la responsabilidad, sino que todos estamos llamados a trabajar de manera coordinada y conjunta. […]