26 junio 2021 | Discurso del Santo Padre

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MIEMBROS DE LA CÁRITAS ITALIANA EN EL 50 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN

Aula Pablo VI

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos todos!
Agradezco al cardenal Bassetti y al presidente de Cáritas Italiana, monseñor
Redaelli, las palabras que me han dirigido en nombre de todos. Gracias. Habéis
venido de toda Italia, en representación de las 218 Cáritas diocesanas y de
Cáritas Italiana, y me alegra compartir con vosotros este Jubileo, ¡vuestro
cincuentenario de vida! Sois parte viva de la Iglesia, sois «nuestra Caritas»,
como le gustaba decir a san Pablo VI, el Papa que la quiso y fundamentó. Él
animó a la Conferencia Episcopal Italiana a crear un organismo pastoral para
promover el testimonio de la caridad en el espíritu del Concilio Vaticano II, para
que la comunidad cristiana fuera un sujeto de la caridad. Yo confirmo vuestra
tarea: en los tiempos cambiantes de hoy hay muchos retos y dificultades, son
siempre más los rostros de los pobres y las situaciones complejas en el
territorio. Pero —decía san Pablo VI— «nuestras organizaciones de Cáritas
trabajan más allá de sus fuerzas» (Ángelus, 18 de enero de 1976). ¡Y es verdad!
El aniversario de los 50 años es una etapa de agradecimiento al Señor por el
camino recorrido y para renovar, con su ayuda, el impulso y los compromisos. A
este respecto, me gustaría indicar tres vías, tres caminos por los que continuar
el recorrido.
El primero es el camino de los últimos. De ellos partimos, de los más frágiles e
indefensos. De ellos. Si no se empieza por ellos, no se entiende nada. Y me
permito una confidencia. El otro día escuché, sobre esto, palabras de
experiencia, de boca de don Franco, aquí presente. No quiere que digamos
“eminencia”, “cardenal Montenegro”: don Franco. Y me explicó esto, el camino
de los últimos, porque él lo vivió toda su vida. En su persona doy las gracias a
muchos hombres y mujeres que hacen caridad porque lo han vivido así, han
entendido el camino de los últimos. La caridad es la misericordia que va en
busca de los más débiles, que avanza hasta las fronteras más difíciles para
liberar a las personas de la esclavitud que las oprime y hacerlas protagonistas de
su propia vida. En estas cinco décadas, han sido muchas las opciones
significativas que han ayudado a Cáritas y a las Iglesias locales a practicar esta
misericordia: desde la objeción de conciencia hasta el apoyo al voluntariado;
desde el compromiso con la cooperación con el Sur del planeta hasta las
intervenciones en emergencias en Italia y en todo el mundo; desde un enfoque
global del complejo fenómeno de la migración, con propuestas innovadoras como
los pasillos humanitarios, hasta la activación de instrumentos capaces de acercar
la realidad, como los Centros de Escucha, los Observatorios de la pobreza y de
los recursos. Es hermoso ensanchar los senderos de la caridad, manteniendo
siempre la mirada fija en los últimos de todos los tiempos. Ampliar la mirada, sí,
pero partiendo de los ojos del pobre que tengo delante. Ahí es donde se
aprende. Si no somos capaces de mirar a los ojos a los pobres, de mirarlos a los
ojos, de tocarlos con un abrazo, con la mano, no haremos nada. Es con sus ojos
con los que debemos mirar la realidad, porque mirando a los ojos de los pobres
vemos la realidad de una forma diferente de la que procede de nuestra
mentalidad. La historia no se mira desde la perspectiva de los vencedores, que
la hacen parecer bella y perfecta, sino desde la perspectiva de los pobres,
porque es la perspectiva de Jesús. Son los pobres los que ponen el dedo en la
llaga de nuestras contradicciones e inquietan nuestra conciencia de forma
saludable, invitándonos a cambiar. Y cuando nuestro corazón, nuestra
conciencia, mirando al pobre, a los pobres, no se inquieta… deteneos…
tendríamos que detenernos: algo no funciona.
Un segundo camino irrenunciable: el camino del Evangelio. Me refiero al estilo
que hay que tener, que es sólo uno, el del Evangelio. Es el estilo del amor
humilde, concreto pero no vistoso, que se propone pero no se impone. Es el
estilo del amor gratuito, que no busca recompensas. Es el estilo de la
disponibilidad y del servicio, a imitación de Jesús que se hizo nuestro siervo. Es
el estilo descrito por san Pablo, cuando dice que la caridad «todo lo excusa, todo
lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,7). Me impresiona la palabra
todo. Todo. Nos la dice a nosotros, a los que nos gusta hacer distingos. Todo. La
caridad es inclusiva; no se ocupa sólo del aspecto material ni tampoco sólo del
espiritual. La salvación de Jesús abarca a todo el hombre. Necesitamos una
caridad dedicada al desarrollo integral de la persona: una caridad espiritual,
material e intelectual. Es el estilo integral que habéis experimentado en las
grandes calamidades, también a través de los hermanamientos, una hermosa
experiencia de alianza total en la caridad entre las Iglesias de Italia, de Europa y
del mundo. Pero esto —como bien sabéis— no debe surgir sólo con ocasión de
las calamidades: necesitamos que Cáritas y las comunidades cristianas estén
siempre atentas para servir a todo el hombre, porque «el hombre es el camino
de la Iglesia», según la concisa expresión de san Juan Pablo II (cf. Carta
encíclica Redemptor hominis, 14).
El camino del Evangelio nos muestra que Jesús está presente en cada pobre. Es
bueno que lo recordemos para liberarnos de la tentación, siempre recurrente, de
la autorreferencia eclesiástica y ser una Iglesia de ternura y cercanía, donde los
pobres son bienaventurados, donde la misión está en el centro, donde la alegría
nace del servicio. Recordemos que el estilo de Dios es el estilo de la cercanía, de
la compasión y de la ternura. Este es el estilo de Dios. Hay dos mapas
evangélicos que nos ayudan a no perdernos en el camino: las Bienaventuranzas
(Mt 5,3-12) y Mateo 25 (vv. 31-46). En las Bienaventuranzas la condición de los
pobres se reviste de esperanza y su consuelo se hace realidad, mientras que las
palabras del Juicio Final —el protocolo con el que seremos juzgados— nos hacen
encontrar a Jesús presente en los pobres de todos los tiempos. Y de las
contundentes expresiones de juicio del Señor se desprende también la invitación
a la parresía de la denuncia que nunca es una polémica contra alguien, sino una
profecía para todos: es proclamar la dignidad humana cuando es pisoteada, es
hacer que se escuche el grito sofocado de los pobres, es dar voz a los que no la
tienen.
Y el tercer camino es el camino de la creatividad. La rica experiencia de estos
cincuenta años no es un bagaje de cosas que hay que repetir; es la base sobre
la que hay que construir para declinar de manera constante lo que san Juan
Pablo II llamaba la imaginación de la caridad (cf. Carta Apostólica Novo Millennio
Ineunte, 50). No os dejéis desanimar por el creciente número de nuevos pobres
y nuevas pobrezas. ¡Hay tantas y aumentan! Seguid cultivando sueños de
fraternidad y sed signos de esperanza. Contra el virus del pesimismo,
inmunizaros compartiendo la alegría de ser una gran familia. En este ambiente
fraterno el Espíritu Santo, que es creador y creativo y poeta sugerirá nuevas
ideas, adecuadas a los tiempos que vivimos.
Y ahora, después de este sermón de Cuaresma, quiero decir gracias, gracias:
¡gracias a vosotros, a los trabajadores, a los sacerdotes y a los voluntarios!
Gracias también porque con motivo de la pandemia la red Cáritas ha
intensificado su presencia y ha aliviado la soledad, el sufrimiento y las
necesidades de muchos. Hay decenas de miles de voluntarios, entre los que se
encuentran muchos jóvenes, incluidos los que se dedican al servicio civil, que
han ofrecido durante este tiempo escucha y respuestas concretas a los que
necesitaban ayuda. Es precisamente a los jóvenes a quienes me gustaría que se
prestara atención. Son las víctimas más frágiles de esta época de cambios, pero
también son los artífices potenciales de un cambio de época. Son los
protagonistas del porvenir. No son el porvenir, son el presente, pero son los
protagonistas del porvenir. Nunca se pierde el tiempo que se les dedica para
tejer juntos, con amistad, entusiasmo y paciencia, relaciones que superen las
culturas de la indiferencia y las apariencias. Para vivir no bastan los «likes»: se
necesita fraternidad, se necesita alegría verdadera. Cáritas puede ser un
gimnasio de vida para ayudar a muchos jóvenes a descubrir el sentido del don,
para que prueben el buen sabor de redescubrirse a sí mismos dedicando su
tiempo a los demás. Haciendo así, la propia Cáritas seguirá siendo joven y
creativa, mantendrá una mirada sencilla y directa, que se dirige sin miedo hacia
lo Alto y hacia el otro, como hacen los niños. No olvidéis el modelo de los niños:
hacia lo Alto y hacia el otro
Queridos amigos, recordad por favor, estos tres caminos y seguidlos con alegría:
empezar por los últimos, mantener el estilo del Evangelio, desarrollar la
creatividad. Os saludo con una frase del apóstol Pablo, al que celebraremos
dentro de unos días: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5,14). El amor de
Cristo nos apremia. Deseo que os dejéis apremiar por esta caridad: sentiros
cada día elegidos para el amor, experimentad la caricia misericordiosa del Señor
que se posa sobre vosotros y llevadla a los demás. Os acompaño con la oración
y os bendigo; y os pido que por favor que recéis por mí. Gracias.