Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
[…] Las realidades, a veces muy tristes, que usted conoce, son causadas por la indiferencia, la pobreza, la violencia familiar y social, y la trata de personas. También existe el dolor por las separaciones matrimoniales y el nacimiento de hijos fuera del matrimonio, a menudo destinados a una vida «perdida». Los niños y las mujeres de la calle no son números, no son «paquetes» para intercambiar: son seres humanos con su propio nombre y su propio rostro, con una identidad dada por Dios a cada uno de ellos. Son hijos de Dios como nosotros, iguales a nosotros, con nuestros propios derechos. […]
[…] Es preocupante ver un número creciente de niñas y mujeres que se ven obligadas a ganarse la vida en la calle, vendiendo sus cuerpos, siendo explotadas por organizaciones delictivas y en ocasiones por parientes y familiares. Esta realidad es una vergüenza para nuestras sociedades que se jactan de ser modernas y de haber alcanzado altos niveles de cultura y desarrollo. La corrupción generalizada y la búsqueda de ganancias a toda costa privan a los inocentes y a los más débiles de las posibilidades de una vida digna, alimentan el crimen del tráfico y otras injusticias que pesan sobre sus hombros. ¡Nadie puede permanecer inerte frente a la urgente necesidad de salvaguardar la dignidad de la mujer, amenazada por factores culturales y económicos! […]