12 abril 2020 | Cartas

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MOVIMIENTOS POPULARES

Ciudad del Vaticano

A los hermanos y hermanas
de los movimientos y organizaciones populares
Queridos amigos,
Con frecuencia recuerdo nuestros encuentros: dos en el Vaticano y uno en Santa
Cruz de la Sierra y les confieso que esta “memoria” me hace bien, me acerca a
ustedes, me hace repensar en tantos diálogos durante esos encuentros y en
tantas ilusiones que nacieron y crecieron allí y muchas de ellas se hicieron
realidad. Ahora, en medio de esta pandemia, los vuelvo a recordar de modo
especial y quiero estarles cerca.
En estos días de tanta angustia y dificultad, muchos se han referido a la
pandemia que sufrimos con metáforas bélicas. Si la lucha contra el COVID es
una guerra, ustedes son un verdadero ejército invisible que pelea en las más
peligrosas trincheras. Un ejército sin más arma que la solidaridad, la esperanza y
el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva
solo. Ustedes son para mí, como les dije en nuestros encuentros, verdaderos
poetas sociales, que desde las periferias olvidadas crean soluciones dignas para
los problemas más acuciantes de los excluidos.
Sé que muchas veces no se los reconoce como es debido porque para este
sistema son verdaderamente invisibles. A las periferias no llegan las soluciones
del mercado y escasea la presencia protectora del Estado. Tampoco ustedes
tienen los recursos para realizar su función. Se los mira con desconfianza por
superar la mera filantropía a través la organización comunitaria o reclamar por
sus derechos en vez de quedarse resignados esperando a ver si cae alguna
migaja de los que detentan el poder económico. Muchas veces mastican bronca
e impotencia al ver las desigualdades que persisten incluso en momentos donde
se acaban todas las excusas para sostener privilegios. Sin embargo, no se
encierran en la queja: se arremangan y siguen trabajando por sus familias, por
sus barrios, por el bien común. Esta actitud de Ustedes me ayuda, cuestiona y
enseña mucho.
Pienso en las personas, sobre todo mujeres, que multiplican el pan en los
comedores comunitarios cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un
delicioso guiso para cientos de niños, pienso en los enfermos, pienso en los
ancianos. Nunca aparecen en los grandes medios. Tampoco los campesinos y
agricultores familiares que siguen labrando para producir alimentos sanos sin
destruir la naturaleza, sin acapararlos ni especular con la necesidad del pueblo.
Quiero que sepan que nuestro Padre Celestial los mira, los valora, los reconoce y
fortalece en su opción.
Qué difícil es quedarse en casa para aquel que vive en una pequeña vivienda
precaria o que directamente carece de un techo. Qué difícil es para los
migrantes, las personas privadas de libertad o para aquellos que realizan un
proceso de sanación por adicciones. Ustedes están ahí, poniendo el cuerpo junto
a ellos, para hacer las cosas menos difíciles, menos dolorosas. Los felicito y
agradezco de corazón. Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas
tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes
para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora
más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben
estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.
Sé que ustedes han sido excluidos de los beneficios de la globalización. No gozan
de esos placeres superficiales que anestesian tantas conciencias. A pesar de ello,
siempre tienen que sufrir sus perjuicios. Los males que aquejan a todos, a
ustedes los golpean doblemente. Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún
tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los
recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los
costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores
informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario
estable para resistir este momento… y las cuarentenas se les hacen
insoportables. Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que
reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de
garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún
trabajador sin derechos.
También quisiera invitarlos a pensar en el “después” porque esta tormenta va a
terminar y sus graves consecuencias ya se sienten. Ustedes no son unos
improvisados, tienen la cultura, la metodología pero principalmente la sabiduría
que se amasa con la levadura de sentir el dolor del otro como propio. Quiero que
pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos,
centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso
universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo. Espero
que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras
conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que
termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro.
Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de
producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos,
necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse. Ustedes son constructores
indispensables de ese cambio impostergable; es más, ustedes poseen una voz
autorizada para testimoniar que esto es posible. Ustedes saben de crisis y
privaciones… que con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad
logran transformar en promesa de vida para sus familias y comunidades.
Sigan con su lucha y cuídense como hermanos. Rezo por ustedes, rezo con
ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los bendiga, los colme de su
amor y los defienda en el camino dándoles esa fuerza que nos mantiene en pie y
no defrauda: la esperanza. Por favor, recen por mí que también lo necesito.