Archive

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MIEMBROS EJECUTIVOS Y DELEGADO DE CONFEDERACIÓN GENERAL ITALIANA DEL TRABAJO (CGIL)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Les doy la bienvenida y agradezco al Secretario General sus palabras. Este
encuentro con ustedes, que forman una de las organizaciones sindicales italianas
históricas, me invita a expresar una vez más mi cercanía al mundo del trabajo,
especialmente a las personas y familias que más luchan.
No hay sindicato sin trabajadores y no hay trabajadores libres sin sindicato. Vivimos
en una época que, a pesar de los avances tecnológicos -ya veces precisamente por
ese sistema perverso que se llama a sí mismo tecnocracia (cf. Laudato si’,
106-114)- ha defraudado parcialmente las expectativas de justicia en el trabajo. Y
esto exige sobre todo partir del valor del trabajo, como lugar de encuentro entre la
vocación personal y la dimensión social. El trabajo permite a la persona realizarse,
experimentar la fraternidad, cultivar la amistad social y mejorar el mundo. Las
encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti pueden ayudar a emprender cursos de
formación que ofrezcan motivos de compromiso en los tiempos que vivimos.
El trabajo construye la sociedad. Es una experiencia primaria de ciudadanía, en la
que se configura una comunidad de destino, fruto del compromiso y de los talentos
de todos; esta comunidad es mucho más que la suma de las distintas profesiones,
porque cada uno se reconoce en la relación con los demás y para los demás. Y así,
en el tejido ordinario de conexiones entre las personas y los proyectos económicos
y políticos, el tejido de la «democracia» cobra vida día a día. Es un tejido que no se
hace en la mesa de algún edificio, sino con laboriosidad creativa en fábricas,
talleres, empresas agrícolas, comerciales, artesanales, obras de construcción,
administraciones públicas, escuelas, oficinas, etc. Viene «de abajo», de la realidad.
Queridos amigos, si recuerdo esta visión es porque una de las tareas del sindicato
es la de educar en el sentido del trabajo, promoviendo la fraternidad entre los
trabajadores. Esta preocupación formativa no puede omitirse. Es la sal de una
economía sana, capaz de hacer un mundo mejor. De hecho, «los costos humanos
son siempre también costos económicos y las disfunciones económicas siempre

implican también costos humanos. Renunciar a invertir en las personas para
obtener un mayor beneficio inmediato es un mal negocio para la sociedad»
(Encíclica Laudato si’, 128).
Junto a la formación, siempre es necesario señalar las distorsiones del trabajo. La
cultura del derroche se ha colado en los pliegues de las relaciones económicas y
también ha invadido el mundo del trabajo. Esto se puede ver, por ejemplo, cuando
la dignidad humana es pisoteada por la discriminación de género: ¿por qué una
mujer debería ganar menos que un hombre? ¿Por qué una mujer, en cuanto se ve
que empieza a “engordar”, la despide para no pagar la baja por maternidad? –; se
puede ver en la precariedad juvenil: ¿por qué las opciones de vida deben retrasarse
debido a la precariedad crónica? –; o de nuevo en la cultura de la redundancia; y
¿por qué los trabajos más extenuantes siguen estando tan mal protegidos?
Demasiada gente sufre por falta de trabajo o trabajo indigno: su rostro merece ser
escuchado, merece compromiso sindical.
Me gustaría especialmente compartir algunas inquietudes con usted. En primer
lugar, la seguridad de los trabajadores. Su Secretario General lo mencionó. Todavía
hay demasiados muertos, los veo en los periódicos: hay alguien todos los días,
¡demasiados mutilados y heridos en el lugar de trabajo! Cada muerte en el trabajo
es una derrota para toda la sociedad. En lugar de contarlos al final de cada año,
debemos recordar sus nombres, porque son personas y no números. ¡No
permitamos que la ganancia y la persona sean puestas al mismo nivel! La idolatría
del dinero tiende a pisotear a todos ya todo y no preserva las diferencias. Se trata
de capacitarse para tomar en serio la vida de los empleados y educarse para tomar
en serio las normas de seguridad: sólo una sabia alianza puede prevenir esos
«accidentes» que son tragedias para las familias y las comunidades.
Una segunda preocupación es la explotación de las personas como si fueran
máquinas de actuación. Hay formas de violencia, como la contratación ilegal y la
esclavitud de los trabajadores en la agricultura o en las obras y en otros lugares de
trabajo, la constricción de turnos agotadores, el juego clandestino en los contratos,
el desprecio por la maternidad, el conflicto entre el trabajo y la familia. ¡Cuántas
contradicciones y cuántas guerras entre pobres se consumen en torno al trabajo! En
los últimos años se ha producido un aumento de los llamados «trabajadores
pobres»: personas que, a pesar de tener un trabajo, no pueden mantener a sus
familias y dar esperanzas de futuro. El sindicato -escuchen bien esto- está llamado
a ser la voz de los que no tienen voz. Hay que hacer ruido para dar voz a los sin
voz. En particular, les recomiendo que presten atención a los jóvenes, que a
menudo se ven obligados a contratos precarios, inadecuados e incluso
esclavizantes. Les agradezco cada iniciativa que promueve políticas laborales
activas y protege la dignidad de las personas.

Además, en estos años de pandemia ha crecido el número de quienes renuncian al
trabajo. Jóvenes y mayores están insatisfechos con su profesión, con el ambiente
en el lugar de trabajo, con las formas de contratación, y prefieren renunciar. Buscan
otras oportunidades. Este fenómeno no significa desvinculación, sino la necesidad
de humanizar el trabajo. También en este caso, el sindicato puede realizar una labor
de prevención, visando la calidad del trabajo y acompañando a las personas hacia
una reubicación más adecuada al talento de cada uno.
Queridos amigos, los invito a ser “centinelas” del mundo del trabajo, generando
alianzas y no oposiciones estériles. La gente tiene sed de paz, especialmente en
este momento histórico, y el aporte de todos es fundamental. Educar para la paz,
incluso en los lugares de trabajo, a menudo marcados por conflictos, puede
convertirse en un signo de esperanza para todos. Incluso para las generaciones
futuras.
Gracias por lo que haces y harás por los pobres, los inmigrantes, las personas
frágiles y discapacitadas, los desempleados. No olvides cuidar a los que no se afilian
al sindicato porque han perdido la confianza; y dar cabida a la responsabilidad
juvenil.
Os encomiendo a la protección de San José, que conoció la belleza y el esfuerzo de
hacer bien el propio trabajo y la satisfacción de ganar el pan para la familia.
Mirémoslo a él ya su capacidad de educar a través del trabajo. Les deseo una
Navidad pacífica a todos ustedes y sus seres queridos. El Señor os bendiga y la
Virgen os guarde. Y si puedes, reza por mí. ¡Gracias!

Archive

SALUDO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS ARTISTAS DEL CONCIERTO DE NAVIDAD 2022

Queridos amigos, buenos días y bienvenidos, y muchas gracias por los buenos
deseos que me habéis dado, ¡gracias!
Gracias por haber elegido dedicar esta edición del Concierto de Navidad al tema de
la paz. La paz es la síntesis de todo el bien que podemos desear y en ella vale la
pena gastar lo mejor de nuestras energías materiales, intelectuales y espirituales.
La paz, lo sabemos, se construye día a día, es un anhelo que acompaña y motiva
nuestra vida cotidiana. Pero lamentablemente, en este momento histórico, la paz
también es una emergencia, como reza el lema que impulsa el proyecto solidario
combinado con el concierto. En Ucrania, los Salesianos de «Missioni Don Bosco»
están cerca de las poblaciones, trabajan para la acogida de los refugiados y para la
distribución de alimentos y medicinas. Con esta iniciativa queremos apoyarlos; pero
todos nosotros, en cualquier papel, estamos llamados a ser constructores de paz, a
orar y trabajar por la paz.
La participación de tantos artistas en este proyecto testimonia su voluntad de
participar en solidaridad con los hermanos y hermanas que sufren la guerra, ya
quienes la Navidad nos invita a sentirnos más cerca. En efecto, el mensaje que la
Palabra de Dios nos dirige cada año durante el Adviento no es un mensaje de
resignación o tristeza, sino un mensaje de esperanza y alegría, un mensaje para
interiorizar y comunicar. Y en esta «comunicación» también entran en juego la
música y el canto. La liturgia y las tradiciones populares de la Navidad están llenas
de música y cantos. El mismo relato evangélico nos habla del himno de los ángeles:
«Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres a quienes ama» (Lc
2,14).
Con tu canto contribuyes a difundir este mensaje de amor y de vida, tocando tantos
corazones y ensanchando el perímetro de la fraternidad. Así obra Dios en la historia
humana, incluso en escenarios dolorosos y desoladores: con misericordia nos llama
a todos, utiliza tanto nuestros talentos como nuestras limitaciones, y quiere salvar a
la humanidad de hoy. ¡Como en Navidad, todos los días!

Queridos amigos, vuestro talento es un don y es también una responsabilidad, de la
que ser agradecidos y conscientes, mientras – como escribía San Juan Pablo II a los
artistas – «busca con apasionada entrega nuevas epifanías de belleza para darla al
mundo » (Carta a los artistas, 4 de abril de 1999). La música tranquiliza, dispone al
diálogo, favorece el encuentro y la amistad. En este sentido es un camino abierto
hacia la paz.
Gracias por venir. Los mejores deseos para usted y sus seres queridos. Os doy mi
más sincera bendición y pido a Dios que os bendiga. Y por favor, no olvides orar por
mí. ¡Gracias!

Archive

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN LA OCTAVA CONFERENCIA «DIÁLOGOS ROMA MED»

¡Distinguidos damas y caballeros!
Un cordial saludo a todos con motivo de la VIII Conferencia de Diálogos Roma MED,
que desde hace varios años es una cita promovida por el Ministerio italiano de
Asuntos Exteriores y Cooperación Internacional y por el Instituto de Estudios
Políticos Internacionales, con el fin de promover políticas compartidas en el área
mediterránea.
El método de esta Conferencia es significativo e importante en sí mismo, a saber, el
compromiso con el diálogo, la discusión, la reflexión común, la búsqueda de
soluciones o incluso solo enfoques coordinados hacia aquellos que son, y solo
pueden ser, los intereses comunes de los pueblos que, en la diversidad de sus
respectivas culturas, pasan por alto el mare nostrum. Un mar que, en su historia
como medium terrarum, tiene una vocación de progreso, desarrollo y cultura que
lamentablemente parece haber perdido en el pasado reciente y que es necesario
recuperar con plenitud y convicción.
De hecho, el Mediterráneo tiene el gran potencial de poner en contacto a tres
continentes: un vínculo que históricamente, también a través de las migraciones,
ha sido sumamente fructífero. África, Asia y Europa la bordean, pero con demasiada
frecuencia olvidamos que las líneas que delimitan son también las que conectan, y
que la ambivalencia del término «frontera» también puede aludir a un objetivo
común: cum-finis. Este es un aspecto del que eran muy conscientes las
civilizaciones que nos precedieron y de las que el Mediterráneo fue cuna. Con pesar
tenemos que constatar que este mismo mar, hoy, cuesta vivirlo como lugar de
encuentro, de intercambio, de compartir y de colaboración. Sin embargo, al mismo
tiempo, es precisamente en esta encrucijada de la humanidad donde nos esperan
muchas oportunidades. Por tanto, debemos retomar la cultura del encuentro de la
que tanto nos hemos beneficiado, y no sólo en el pasado. De esta manera será
posible reconstruir un sentido de fraternidad, desarrollando, además de relaciones
económicas más justas, también más relaciones humanas, incluso con los
migrantes.

Esta Conferencia tiene la ventaja de relanzar la centralidad del Mediterráneo, a
través de discusiones sobre una agenda particularmente rica en temas, que van
desde cuestiones geopolíticas y de seguridad, a la protección de las libertades
humanas fundamentales, al desafío de la migración, al clima y crisis ambiental.
La importancia y multiplicidad de los temas sometidos a vuestra reflexión exige una
consideración fundamental. Esta variedad es en sí misma significativa de cómo los
temas ético-sociales no pueden desvincularse de las múltiples situaciones de crisis
geopolítica y también de los propios problemas ambientales. La idea de abordar
temas individuales de forma sectorial, por separado e independientemente de los
demás es, en este sentido, un pensamiento engañoso. De hecho, implica el riesgo
de llegar a soluciones parciales, defectuosas, que no sólo no solucionan los
problemas sino que los cronifican.
Pienso en particular en la incapacidad de encontrar soluciones comunes a la
movilidad humana en la región, que sigue provocando una pérdida de vidas
humanas inaceptable y casi siempre evitable, especialmente en el Mediterráneo. La
migración es esencial para el bienestar de esta zona y no se puede detener. Por lo
tanto, es del interés de todas las partes encontrar una solución que incluya los
diversos aspectos y las instancias correctas, que sea beneficiosa para todos, que
garantice tanto la dignidad humana como la prosperidad compartida.
La interconexión de los problemas exige que se examinen en conjunto, en una
visión coordinada y lo más amplia posible, como surgió abrumadoramente ya
durante la crisis de la pandemia, otra clara confirmación de que nadie se salva solo.
Esta globalización de los problemas reaparece hoy a propósito del dramático
conflicto bélico que se desarrolla en Europa, entre Rusia y Ucrania, del cual,
además de los incalculables daños de cada guerra en términos de víctimas civiles y
militares, la crisis energética, la crisis financiera, la crisis humanitaria de tantas
personas inocentes obligadas a abandonar sus hogares y perder sus bienes más
preciados y, finalmente, la crisis alimentaria, que afecta a un número creciente de
personas en todo el mundo, especialmente en los países más pobres. De hecho, el
conflicto ucraniano está produciendo enormes repercusiones en los países del norte
de África, que dependen en un 80% del trigo procedente de Ucrania o Rusia. Esta
crisis nos insta a considerar la totalidad de la situación real desde una perspectiva
global, así como sus efectos son globales. Por tanto, así como no se puede pensar
en abordar la crisis energética al margen de la política, no se puede al mismo
tiempo solucionar la crisis alimentaria al margen de la persistencia de los conflictos,
o la crisis climática sin tener en cuenta el problema migratorio, o el rescate de las
economías más frágiles o incluso la protección de las libertades fundamentales.
Tampoco se puede tener en cuenta restar valor a la inmensidad del sufrimiento

humano sin tener en cuenta la crisis social, en la que, por rédito económico o
político, se devalúa la persona humana y se pisotean los derechos humanos.
Todos debemos tomar cada vez más conciencia de que el grito de nuestro
maltrecho planeta es inseparable del grito de la humanidad doliente. En este
sentido, resuenan tan actuales como siempre las palabras dictadas hace cerca de
dos mil años por San Pablo en la Carta a los Romanos, donde presenta el destino
común de la humanidad y de la creación, que -dice el Apóstol- alimenta la
esperanza de ser liberados de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la
libertad de la gloria de los hijos de Dios, por la cual toda la creación gime y sufre
dolores de parto hasta el día de hoy (ver 8:21-22).
Esta no es sólo una meta sobrenatural, sino también el horizonte del compromiso
de los hombres y mujeres de buena voluntad. ¡Que sea también el horizonte de
vuestros diálogos! Con este augurio os deseo un trabajo sereno y fecundo,
asegurándonos mi oración por ello e invocando la bendición de Dios sobre todos
vosotros.

Archive

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LA «RETE NAZIONALE DELLE SCUOLE DI PACE»

Queridos chicos y chicas, queridos profesores, ¡buenos días y bienvenidos!
Estoy contento de que hayáis respondido con entusiasmo a la invitación de la Red
Nacional de las Escuelas para la Paz. ¡Gracias por haber venido! Y gracias a todos
aquellos que han organizado este encuentro, en particular al doctor Lotti.
Os felicito a vosotros estudiantes y a vuestros educadores por el rico programa de
actividades y de formación que habéis emprendido, que culminará con la Marcha
Perugia-Asís en mayo del próximo año, donde tendréis la posibilidad de presentar
los resultados de vuestro trabajo y vuestras propuestas.
Asís se ha convertido en centro mundial de promoción de la paz, gracias a la figura
carismática de ese joven de Asís despreocupado y rebelde llamado Francisco, el
cual dejó a su familia y las riquezas para seguir al Señor y casarse con la Señora
pobreza. Ese joven soñador todavía hoy es fuente de inspiración en lo que se
refiere a la paz, la fraternidad, el amor por los pobres, la ecología, la economía. A lo
largo de los siglos san Francisco ha fascinado a muchas personas, así como me
fascinó también a mí que como Papa he querido tomar su nombre.
Vuestro programa educativo “Por la paz, con el cuidado” quiere responder al
llamamiento por un Pacto Educativo Global, que he dirigido hace tres años a todos
aquellos que trabajan en el campo educativo, para que «se hagan promotores de
los valores del cuidado, la paz, la justicia, la bondad, la belleza, la acogida del otro
y la fraternidad» (Videomensaje, del 15 de octubre de 2020). Y me alegra ver que
no solo las escuelas, las universidades y las organizaciones católicas están
respondiendo a este llamamiento, sino también instituciones públicas, laicas y de
otras religiones.
Para que haya paz, como dice bien vuestro lema, es necesario “cuidar”. A menudo
hablamos de paz cuando nos sentimos directamente amenazados, como en el caso
de un posible ataque nuclear o de una guerra combatida a nuestras puertas. Así
como nos interesamos por los derechos de los migrantes cuando tenemos algún
pariente o amigo emigrante. En realidad, ¡la paz siempre nos concierne, siempre!

Como siempre nos concierne el otro, el hermano y la hermana, y de él y de ella
debemos cuidar.
Un modelo por excelencia del cuidado es el samaritano del Evangelio, que socorre a
un desconocido que encuentra herido en el camino. El samaritano no sabía si ese
desafortunado era una buena persona o un villano, si era rico o pobre, educado o
ignorante, judío, samaritano como él o extranjero; no sabía si esa desventura “se la
había buscado” o no. El Evangelio dice: «Al verle tuvo compasión» (Lc 10,33). Al
verle tuvo compasión. También otros, antes que él, habían visto a ese hombre, pero
habían ido derechos por su camino. El samaritano no se hizo tantas preguntas,
siguió el movimiento de la compasión.
También en nuestro tiempo podemos encontrar testimonios válidos de personas o
instituciones que trabajan por la paz y cuidan a quien está necesitado. Pensemos
por ejemplo en aquellos que han recibido el premio Nobel de la paz, pero también
en tantos desconocidos que de forma silenciosa trabajan por esta causa.
Hoy quisiera recordar a dos figuras de testigos. La primera es la de san Juan XXIII.
Fue llamado el “Papa bueno”, y también el “Papa de la paz”, porque en esos inicios
difíciles de los años sesenta marcados por fuertes tensiones —la construcción del
muro de Berlín, la crisis de Cuba, la guerra fría y la amenaza nuclear— publicó la
famosa y profética Encíclica Pacem in terris. El próximo año serán 60 años, ¡y es
muy actual! El Papa Juan se dirigió a todos los hombres de buena voluntad,
pidiendo la solución pacífica de todas las guerras a través del diálogo y el desarme.
Fue un llamamiento que recibió una gran atención en el mundo, mucho más allá de
la comunidad católica, porque había captado una necesidad de toda la humanidad,
que es todavía la de hoy. Por eso os invito a leer y estudiar la Pacem in terris y a
seguir este camino para defender y difundir la paz.
Pocos meses después la publicación de esa Encíclica, otro profeta de nuestro
tiempo, Martin Luther King, premio Nobel de la paz en 1964, pronunció el histórico
discurso en el que dijo: “Yo tengo un sueño”. En un contexto americano
fuertemente marcado por las discriminaciones raciales, hizo soñar a todos con la
idea de un mundo de justicia, libertad e igualdad. Dijo: “Yo tengo un sueño: que
mis cuatro hijos pequeños vivan un día en una nación donde no serán juzgados por
el color de su piel, sino por la dignidad de su persona”. […]

Archive

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS MIEMBROS DE LA DIRECCIÓN CENTRAL ANTICRIMEN

[…] Queridos amigos, como os decía, os estoy agradecido porque vuestro
encuentro atrae la atención sobre el Día internacional de este año, que llama a
unirse para combatir juntos toda forma de violencia contra las mujeres. En efecto,
para vencer esta batalla no basta un cuerpo especializado, por eficiente que sea; no
bastan la obra de contraste y las necesarias acciones represivas. Es necesario
unirse, colaborar, hacer red: y no solo una red defensiva, ¡sino sobre todo una red
preventiva! Esto es siempre decisivo cuando se trata de eliminar una plaga social
que está unida también a actitudes culturales, a mentalidades y prejuicios
arraigados.
Por tanto, vosotros, con vuestra presencia, que se puede convertir a veces en
testimonio, actuáis también como estímulo en el cuerpo social: un estímulo a
reaccionar, a no resignarse, a actuar. Es una acción —decíamos— sobre todo de
prevención. Pensemos en las familias. Hemos visto que la pandemia, con el
aislamiento forzado, lamentablemente ha exasperado ciertas dinámicas dentro de
los muros domésticos. Las ha exasperado, no las ha creado: de hecho, se trata de
tensiones a menudo latentes, que se pueden resolver preventivamente a nivel
educativo. Esta, diría, es la palabra clave: educación. Y aquí la familia no puede ser
dejada sola. Si sobre las familias recaen en gran parte los efectos de la crisis
económica y social, y estas no son adecuadamente sostenidas, no podemos
maravillarnos que ahí, en el ambiente doméstico, cerrado, con tantos problemas,
exploten ciertas tensiones. Y sobre este punto hace falta prevención.
Otro aspecto decisivo: si en los medios de comunicación se proponen
continuamente mensajes que alimentan una cultura hedonista y consumista, donde
los modelos, tantos masculinos como femeninos, obedecen a los criterios del éxito,
de la autoafirmación, de la competición, del poder de atraer al otro y dominarlo,
también aquí, no podemos después, de forma hipócrita, rasgarnos las vestiduras
frente a ciertas noticias.
Este tipo de condicionamiento cultural se contrasta con una acción educativa que
ponga en el centro a la persona, con su dignidad. Me viene a la mente una santa de
nuestra época: santa Josefina Bakhita. Sabéis que la obra eclesial que trabaja junto

a las mujeres víctimas de trata lleva su nombre. Sor Josefina Bakhita sufrió en su
infancia y juventud violencias muy fuertes, se redimió plenamente acogiendo el
Evangelio del amor de Dios y se convirtió en testigo de su fuerza liberadora y
sanadora. Pero no es la única: hay muchas mujeres, algunas son “santas de la
puerta de al lado”, que han sido sanadas por la misericordia, la ternura de Cristo, y
con su vida testimonian que no es necesario resignarse, que el amor, la cercanía, la
solidaridad de las hermanas y de los hermanos puede salvar de la esclavitud. Por
eso digo: propongamos estos testimonios a las chicas y a los chicos de hoy. En las
escuelas, en los grupos deportivos, en los oratorios, en las asociaciones,
presentemos historias verdaderas de liberación y de sanación, historias de mujeres
que han salido del túnel de la violencia y pueden ayudar a abrir los ojos sobre las
insidias, las trampas, los peligros escondidos detrás de los falsos modelos de éxito.
Queridos amigos, mi doble “gracias” lo acompaño con la oración por vosotros y por
vuestro trabajo. Intercedan por vosotros la Virgen María y santa Bakhita. Os
bendigo de corazón a todos vosotros y a vuestras familias. Y os pido por favor que
recéis por mí. Gracias.

Archive

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A UNA PEREGRINACIÓN DE JÓVENES CATÓLICOS DE BÉLGICA

[…] Como embajadores de la juventud belga para la preparación de la Jornada
Mundial de la Juventud 2023 en Portugal, os invito a cultivar la cercanía a todos los
jóvenes, especialmente a los que viven en situaciones precarias, a los jóvenes
migrantes y refugiados, a los jóvenes de la calle, sin olvidar a los demás,
especialmente a los que experimentan una vida de soledad y tristeza. […]10

Archive

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PEREGRINOS PRESENTES EN LA CANONIZACIÓN DEL BEATO JUAN BAUTISTA SCALABRINI

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Todos de fiesta, ¿verdad? Doy las gracias al padre Chiarello por las palabras de
saludo y de presentación. Estoy contento de poder estar un poco con vosotros, que
participasteis ayer en la Celebración eucarística y en la canonización del beato Juan
Bautista Scalabrini. Sois una asamblea muy variada —¡esto es hermoso! —: están
los misioneros, las hermanas misioneras, las misioneras seculares y laicos
scalabrinianos; están los fieles de las diócesis de Como y de Piacenza; y también
están los migrantes de muchos países, una bonita “macedonia”, y esto es hermoso.
De esta manera, vosotros representáis bien la amplitud de la obra del obispo
Scalabrini, la apertura de su corazón, al cual, por así decir, no bastaba una diócesis.
Fue de gran relevancia su apostolado a favor de los emigrantes italianos. En aquella
época miles de ellos partían para las Américas. Monseñor Scalabrini los miraba con
la mirada de Cristo, de la que nos habla el Evangelio, por ejemplo, Mateo escribe
así: «Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados.
Abatidos como ovejas que no tienen pastor» (9,36). Y se preocupó con gran caridad
e inteligencia pastoral de asegurarles una adecuada asistencia material y espiritual.
También hoy las migraciones constituyen un desafío muy importante. Estas
destacan la urgente necesidad de anteponer la fraternidad al rechazo, la solidaridad
a la indiferencia. Hoy todo bautizado está llamado a reflejar la mirada de Dios hacia
los hermanos y las hermanas migrantes y refugiados —son muchos—, a dejar que
su mirada amplíe nuestra mirada, gracias al encuentro con la humanidad en
camino, a través de una proximidad concreta, según el ejemplo del obispo
Scalabrini.
Estamos llamados hoy a vivir y difundir la cultura del encuentro, un encuentro a la
par entre los migrantes y las personas del país que los acoge. Se trata de una
experiencia enriquecedora, en cuanto que revela la belleza de la diversidad. Y es
también fecunda, porque la fe, la esperanza y la tenacidad de los migrantes pueden
ser de ejemplo y de estímulo para quienes quieren comprometerse para construir

un mundo de paz y de bienestar para todos. Y para que sea para todos, vosotros lo
sabéis bien, en necesario empezar por los últimos: si no se empieza por los últimos,
no es para todos. Como en las excursiones en la montaña: si los primeros corren, el
grupo se disuelve, y los primeros después de un poco estallan; sin embargo, si se
tiene el paso de los últimos, se sube todos juntos. Esta es una regla de sabiduría.
Cuando nosotros caminamos, cuando peregrinamos, es necesario seguir siempre el
paso de los últimos.
Para hacer crecer la fraternidad y la amistad social, todos somos llamados a ser
creativos, a pensar fuera de los esquemas. Estamos llamados a abrir espacios
nuevos, donde el arte, la música y el estar juntos se conviertan en instrumentos de
dinámicas interculturales, donde poder saborear la riqueza del encuentro de las
diversidades.
Por esto os exhorto a vosotros, misioneros y misioneras scalabrinianos, a dejaros
inspirar siempre por vuestro Santo fundador, padre de los migrantes, de todos los
migrantes. Que su carisma renueve en vosotros la alegría de estar con los
migrantes, de estar a su servicio, y de hacerlo con fe, animados por el Espíritu
Santo, en la convicción de que en cada uno de ellos encontramos al Señor Jesús. Y
esto os ayuda a tener el estilo de una gratuidad generosa, a no escatimar en
recursos físicos y económicos para promover a los migrantes de forma integral; y
os ayuda también a trabajar en comunión de propósitos, como familia, unidos en la
diversidad.
Queridos hermanos y hermanas, la santidad de Juan Bautista Scalabrini nos
“contagie” el deseo de ser santos, cada uno de forma original, única, como nos ha
hecho y nos quiere la infinita fantasía de Dios. Y su intercesión nos dé la alegría, y
nos dé la esperanza de caminar juntos hacia la nueva Jerusalén, que es una
sinfonía de rostros y de pueblos, hacia el Reino de justicia, de fraternidad y de paz.
¡Gracias por haber venido a compartir vuestra fiesta! De corazón os bendigo a
vosotros y a todos vuestros compañeros de camino allí donde vivís. Y por favor, no
os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!

Archive

SANTA MISA Y CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS JUAN BAUTISTA SCALABRINI – ARTÉMIDES ZATTI

[…] Mientras Jesús va de camino, diez leprosos se le acercan gritando: «Ten
compasión de nosotros» (Lc 17,13). Los diez son sanados, pero sólo uno de ellos
vuelve para dar las gracias a Jesús: es un samaritano, una especie de hereje para
los judíos. Al principio caminan juntos, pero luego la diferencia la hace aquel
samaritano, que regresa «alabando a Dios a grandes gritos» (v. 15). Detengámonos
en estos dos aspectos que el Evangelio de hoy nos sugiere: caminar juntos y
agradecer.
En primer lugar, caminar juntos. Al principio de la narración no hay distinción entre
el samaritano y los otros nueve. Se habla simplemente de diez leprosos, que
forman un grupo y, sin división, van al encuentro de Jesús. La lepra, como
sabemos, no era sólo una llaga física ―que también hoy debemos esforzarnos por
erradicar―, sino también una “enfermedad social”, pues en aquella época, por
miedo al contagio, los leprosos debían permanecer fuera de la comunidad (cf. Lv
13,46). Por eso, no podían entrar en los pueblos, se los mantenía a distancia,
relegados a los márgenes de la vida social e incluso religiosa, aislados. Caminando
juntos, estos leprosos expresan su grito contra una sociedad que los excluye. Y
fijémonos bien que el samaritano, aunque sea considerado un hereje, un
“extranjero”, forma grupo con los demás. Hermanos y hermanas, la enfermedad y
la fragilidad en común hacen caer las barreras y superan toda exclusión.
Es también una imagen hermosa para nosotros, porque cuando somos honestos
con nosotros mismos, recordamos que todos tenemos el corazón enfermo, que
todos somos pecadores, que todos estamos necesitados de la misericordia del
Padre. Y entonces dejamos de dividirnos en base a los méritos, a los papeles que
desempeñamos o a cualquier otro aspecto exterior de la vida; y caen así los muros
interiores, caen los prejuicios. Así, finalmente, nos redescubrimos como hermanos.
También Naamán el sirio ―como nos ha recordado la primera lectura―, aunque era
rico y poderoso, para ser curado tuvo que hacer una cosa sencilla, sumergirse en el
río en el que todos los demás se bañaban. Para empezar, tuvo que quitarse su
armadura, sus ropas (cf. 2 Re 5). Cuánto bien nos hace quitarnos nuestras
armaduras exteriores, nuestras barreras defensivas, y darnos un buen baño de

humildad, recordando que todos somos frágiles por dentro, todos estamos
necesitados de curación; todos somos hermanos. Recordemos que la fe cristiana
siempre nos pide que avancemos junto a los demás, nunca que seamos caminantes
solitarios; siempre nos invita a salir de nosotros mismos hacia Dios y hacia los
hermanos, nunca a encerrarnos en nosotros mismos; siempre nos pide que nos
reconozcamos necesitados de curación y de perdón, que compartamos las
fragilidades de los que nos rodean, sin sentirnos superiores.
Hermanos y hermanas, comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en
los lugares donde trabajamos y que frecuentamos cada día, somos capaces de
caminar junto a los demás, somos capaces de escuchar, de vencer la tentación de
atrincherarnos en nuestra autorreferencialidad y de pensar sólo en nuestras propias
necesidades. Pero caminar juntos ―es decir, ser “sinodales”―, es también la
vocación de la Iglesia. Preguntémonos hasta qué punto somos realmente
comunidades abiertas y que incluyen a todos; si somos capaces de trabajar juntos,
sacerdotes y laicos, al servicio del Evangelio; si tenemos una actitud de acogida
―no sólo con palabras, sino con gestos concretos― hacia los que están alejados y
hacia todos los que se acercan a nosotros, sintiéndose inadecuados a causa de sus
complicadas trayectorias de vida. ¿Los hacemos sentir parte de la comunidad o los
excluimos? Me da miedo cuando veo comunidades cristianas que dividen el mundo
en buenos y malos, en santos y pecadores; de esa manera, terminamos
sintiéndonos mejores que los demás y dejamos fuera a muchos que Dios quiere
abrazar. Por favor, hay que incluir siempre, tanto en la Iglesia como en la sociedad,
todavía marcada por tantas desigualdades y marginaciones. Incluir a todos. Y hoy,
en el día en que Scalabrini se convierte en santo, quisiera pensar en los migrantes.
Es escandalosa la exclusión de los migrantes. Es más, la exclusión de los migrantes
es criminal, los hace morir delante de nosotros. Y es así que tenemos hoy el
Mediterráneo, que es el cementerio más grande del mundo. La exclusión de los
migrantes es repugnante, es pecaminosa, es criminal. No abrir la puerta a quien
tiene necesidad. “No, no los excluimos, los enviamos a otra parte”: a los campos de
concentración, donde se aprovechan de ellos y son vendidos como esclavos.
Hermanos y hermanas, pensemos hoy en nuestros migrantes, en los que mueren. Y
a aquellos que son capaces de entrar, ¿los recibimos como hermanos o nos
aprovechamos de ellos? Sólo dejo la pregunta.
El segundo aspecto es agradecer. En el grupo de los diez leprosos hubo uno solo
que, al verse curado, volvió a alabar a Dios y a mostrar su gratitud a Jesús. Los
otros nueve fueron sanados, pero luego cada uno tomó su camino, olvidándose de
Aquel que los había curado. Olvidar las gracias que Dios nos da. El samaritano, en
cambio, hizo del don recibido el inicio de un nuevo camino; regresó donde Aquel
que lo había sanado, fue a conocer de cerca a Jesús y comenzó una relación con Él.
Su actitud de gratitud no fue, pues, un simple gesto de cortesía, sino el inicio de un

camino de gratitud. Se postró a los pies de Cristo (cf. Lc 17,16), es decir, realiza un
gesto de adoración, reconoció que Jesús es el Señor, y que Él era más importante
que la curación que había recibido.
Y esta, hermanos y hermanas, es también una gran lección para nosotros, que nos
beneficiamos de los dones de Dios todos los días, pero que a menudo seguimos
nuestro propio camino, olvidándonos de cultivar una relación viva, real con Él. Esa
es una fea enfermedad espiritual, dar todo por sentado, incluso la fe, incluso
nuestra relación con Dios, hasta el punto de convertirnos en cristianos que ya no
saben asombrarse, que ya no saben decir “gracias”, que no muestran gratitud, que
no saben ver las maravillas del Señor. “Cristianos superficiales”, como decía una
señora que conocí. De esta manera, acabamos pensando que todo lo que recibimos
cada día sea obvio y merecido. La gratitud, el saber decir “gracias”, nos lleva en
cambio a atestiguar la presencia de Dios-amor. Y también a reconocer la
importancia de los demás, superando la insatisfacción y la indiferencia que
deforman nuestro corazón. Saber dar las gracias es esencial. Todos los días, dar
gracias al Señor, aprender a darnos las gracias entre nosotros: en la familia, por
esas pequeñas cosas que recibimos a veces sin ni siquiera preguntarnos de dónde
vienen; en los lugares que frecuentamos cada día, por los muchos servicios que
disfrutamos y por las personas que nos apoyan; en nuestras comunidades
cristianas, por el amor de Dios que experimentamos a través de la cercanía de los
hermanos y hermanas que muchas veces en silencio rezan, ofrecen, sufren,
caminan con nosotros. Por favor, no olvidemos nunca esta palabra clave: ¡Gracias!
No nos olvidemos de escuchar y decir “gracias.
Los dos santos canonizados hoy nos recuerdan la importancia de caminar juntos y
de saber dar las gracias. El obispo Scalabrini, que fundó dos Congregaciones para el
cuidado de los migrantes, una masculina y una femenina, afirmaba que en el
caminar común de los que emigran no había que ver sólo problemas, sino también
un designio de la Providencia: “Precisamente gracias a las migraciones forzadas por
las persecuciones ―decía― la Iglesia cruzó las fronteras de Jerusalén y de Israel y
se hizo ‘católica’; gracias a las migraciones de hoy la Iglesia será un instrumento de
paz y comunión entre los pueblos” (cf. L’emigrazione degli operai italiani, Ferrara
1899). Hay una migración en este momento, aquí en Europa, que nos hace sufrir
tanto y nos mueve a abrir el corazón. La migración de los ucranianos que huyen de
la guerra. No nos olvidemos hoy de la Ucrania martirizada. Scalabrini miraba más
allá, miraba hacia el futuro, hacia un mundo y una Iglesia sin barreras, sin
extranjeros. Por su parte, el hermano salesiano Artémides Zatti, con su bicicleta,
fue un ejemplo vivo de gratitud. Curado de la tuberculosis, dedicó toda su vida a
saciar las necesidades de los demás, a cuidar a los enfermos con amor y ternura.
Se dice que lo vieron cargarse sobre la espalda el cadáver de uno de sus pacientes.

Lleno de gratitud por lo que había recibido, quiso manifestar su acción de gracias
asumiendo las heridas de los demás. Dos ejemplos.
Recemos para que estos santos hermanos nuestros nos ayuden a caminar juntos,
sin muros de división; y a cultivar esa nobleza de espíritu tan agradable a Dios que
es la gratitud.

Archive

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO DURANTE LA AUDIENCIA A LOS SALESIANOS CON MOTIVO DE LA CANONIZACIÓN DEL BEATO ARTÉMIDES ZATTI

Queridos hermanos y hermanas salesianos, ¡buenos días y bienvenidos!
Saludo al Rector Mayor y a los miembros del Consejo general, a los cardenales y a
los obispos salesianos —son tantos—. Estoy contento de acoger a los peregrinos
venidos de Boretto, pueblo natal de Artémides Zatti, y a los que vienen de
Argentina y de Filipinas. Saludo a los miembros de la Familia salesiana provenientes
de numerosos países del mundo, de modo particular a los salesianos coadjutores. Y
un saludo especial a la persona que recibió la gracia de la curación por intercesión
del beato, que mañana tendré la alegría de canonizar. Quisiera recordar su figura
desde cuatro puntos de vista.
En primer lugar, como inmigrante. Los salesianos llegaron a Argentina en 1875 y en
los inicios desarrollaron su apostolado en Buenos Aires. En Buenos Aires no fueron
al barrio más importante, fueron a la Boca, donde estaban los comunistas, los
socialistas, los “comecuras”. Allí fueron los salesianos, y en otros lugares, sobre
todo en favor de los inmigrantes italianos. Artémides conoció a los salesianos en
Bahía Blanca, donde había llegado en 1897 junto con su familia. Lamentablemente,
muchos inmigrantes perdían el valor de la fe, absorbidos por el trabajo y los
problemas que encontraban. Pero los Zatti, gracias a Dios, fueron una excepción. La
participación en la vida de la comunidad cristiana, las relaciones cordiales con los
sacerdotes, la oración común en su hogar y la frecuencia de los sacramentos no
disminuyeron. Artémides creció en un óptimo ambiente cristiano y, gracias a la guía
del padre Carlo Cavalli, maduró su opción por la vida salesiana.
Un segundo aspecto es la “parentela”, él fue “pariente de todos los pobres”, esta es
la familia de Zatti. La tuberculosis que lo afectó a la edad de veinte años parecía
que debería haber puesto fin a todos sus sueños, pero, gracias a la curación
obtenida por intercesión de María Auxiliadora, Artémides dedicó toda su vida a los
enfermos, sobre todo a los más pobres, a los abandonados y a los descartados. Los
hospitales de San José y de San Isidro fueron un recurso sanitario valioso y único,
especialmente para atender a los pobres de Viedma y de la región de Río Negro; el
heroísmo de Zatti los convirtió en lugares de irradiación del amor de Dios, donde el8

cuidado de la salud se volvió experiencia de salvación. En esa pequeña porción de
tierra de la Patagonia donde transcurrió la vida de nuestro beato, volvió a escribirse
una página del Evangelio: el Buen Samaritano encontró en él un corazón, unas
manos y una pasión, principalmente para los pequeños, los pobres, los pecadores y
los últimos. De este modo, un hospital se convirtió en la “Posada del Padre”, signo
de una Iglesia que quiere ser rica de dones de humanidad y de gracia, morada del
mandamiento del amor a Dios y a los hermanos, lugar de salud como signo de
salvación. Es verdad que esto entra en la vocación salesiana: los salesianos son los
grandes educadores del corazón, del amor, de la afectividad, de la vida social. Son
grandes educadores del corazón.
El hospital y las casas de los pobres, que visitaba noche y día desplazándose en
bicicleta, eran la frontera de su misión. Vivía la donación total de sí a Dios y la
consagración de todas sus fuerzas al bien del prójimo. El trabajo intenso y la
disponibilidad incansable para atender las necesidades de los pobres estaban
animados por una profunda unión con el Señor, mediante la oración constante, la
adoración eucarística prolongada y el rezo del rosario. Artémides era un hombre de
comunión, que sabía trabajar con los demás; con las religiosas, los médicos, los
enfermeros. Y con su ejemplo y su consejo formaba a las personas, forjaba las
conciencias, convertía los corazones.
En tercer lugar, lo vemos como salesiano coadjutor. Recordamos el hermoso
testimonio que dio en 1915 en Viedma, con ocasión de la inauguración de un
monumento a la memoria del padre Evasio Garrone, salesiano misionero y
considerado por Artémides como insigne benefactor. En esa circunstancia hizo esta
declaración: «Si estoy bueno y sano y en estado de hacer algún bien a mis prójimos
enfermos, se lo debo al padre Garrone, Doctor, que viendo que mi salud empeoraba
cada día, pues estaba afectado de tuberculosis con frecuentes hemoptisis, me dijo
terminantemente que, si no quería concluir como tantos otros, hiciera una promesa
a María Auxiliadora de permanecer siempre a su lado, ayudándole en la cura de los
enfermos y él, confiando en María, me sanaría. CREÍ, porque sabía por fama que
María Auxiliadora lo ayudaba de manera visible. PROMETÍ, pues siempre fue mi
deseo ser de provecho en algo a mis prójimos. Y, habiendo Dios escuchado a su
siervo, SANÉ». Creí, prometí, sané. Tres palabras escritas allí.
Esta vida que había recuperado ya no era más su propiedad, siente que era
totalmente para los pobres. Los tres verbos «creí, prometí, sané» expresan la
bendición y el consuelo que se derramaron en la vida de Artémides. Vivió esta
misión en comunión con sus hermanos salesianos. Era el primero en estar presente
en los momentos comunitarios y con su alegría y simpatía animaba la fraternidad.
El cuarto y último rasgo que quisiera evidenciar es el de intercesor por las
vocaciones. Esto yo lo he experimentado. Les cuento una experiencia personal.

Cuando era Provincial de los Jesuitas de Argentina conocí la historia de Artémides
Zatti, leí su biografía y le confié a él la petición al Señor de santas vocaciones a la
vida consagrada laical para la Compañía de Jesús. Desde el momento que
empezamos a rezar, por su intercesión, aumentaron considerablemente los jóvenes
coadjutores; y eran perseverantes y muy comprometidos. Y de esa forma di
testimonio de esa gracia que recibimos. […]

Archive

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS CAPITULARES DE LOS MISIONEROS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA

Queridos hermanos, ¡buenos días y bienvenidos!
Me alegro de conoceros con motivo de vuestro Capítulo General. Doy las gracias al
Superior General, pobre hombre, sacado del desierto y traído a Roma, por su
presentación, y le deseo a él y al nuevo Consejo una labor pacífica y fructífera. Y
agradecemos a los Superiores y Consejeros que han concluido su servicio.
Sois una Familia religiosa dedicada a la evangelización y estáis reunidos para
discernir juntos el futuro de vuestra misión en la Iglesia y en el mundo. Habéis
elegido un tema desafiante para este Capítulo, muy similar al elegido para el
próximo Jubileo de la Iglesia: “Peregrinos de la esperanza en comunión”. Es un
tema que resume vuestra identidad en los caminos del mundo, a los que, como
discípulos de Jesús y seguidores de vuestro fundador san Eugenio de Mazenod,
estáis llamados a llevar el Evangelio de la esperanza, la alegría y la paz. Es un
mundo que, aunque parece haber alcanzado metas que parecían inalcanzables,
sigue siendo esclavo del egoísmo y está lleno de contradicciones y divisiones. El
grito de la tierra y el grito de los pobres, las guerras y los conflictos que derraman
sangre en la historia de la humanidad, la angustiosa situación de millones de
emigrantes y refugiados, una economía que hace cada vez más ricos a los ricos y
más pobres a los pobres, son algunos aspectos de un escenario en el que sólo el
Evangelio puede mantener encendida la luz de la esperanza.
Habéis elegido ser peregrinos, redescubrir y vivir vuestra condición de caminantes
en este mundo, junto a los hombres y mujeres, los pobres y los últimos de la tierra,
a los que el Señor os envía para anunciar su Reino. Vuestro Fundador fue también
un caminante, en los orígenes de vuestra Familia religiosa, cuando recorrió con sus
primeros compañeros las aldeas de su Provenza natal, predicando las misiones
populares y haciendo volver a la fe a los pobres que se habían alejado de ella y a
los que incluso los ministros de la Iglesia habían abandonado. Es un drama cuando
los ministros de la Iglesia abandonan a los pobres.3

Peregrinos y caminantes, siempre dispuestos a partir, como Jesús con sus discípulos
en el Evangelio. Como Congregación misionera, estáis al servicio de la Iglesia en 70
países del mundo. A esta Iglesia, a la que el Fundador os enseñó a amar como a
una madre, ofrecéis vuestro celo misionero y vuestra vida, participando en su
éxodo hacia las periferias del mundo amado por Dios, y viviendo un carisma que os
lleva hacia los más lejanos, los más pobres, aquellos a los que nadie llega. Al
recorrer este camino con amor y fidelidad, vosotros, queridos hermanos, prestáis
un gran servicio a la Iglesia.
Habéis escuchado la llamada a redescubrir vuestra identidad como sacerdotes y
hermanos unidos por los lazos de la consagración religiosa. Peregrinos de la
esperanza, camináis con el santo pueblo de Dios, viviendo con fidelidad vuestra
vocación misionera, junto con los laicos y los jóvenes que comparten en la Iglesia el
carisma de vuestro santo Fundador y que desean ser parte activa de vuestra
misión. San Eugenio os enseñó a mirar el mundo con los ojos del Salvador
crucificado, este mundo por cuya salvación murió Cristo en la cruz.
Ya dedicasteis uno de vuestros anteriores Capítulos Generales al tema de la
esperanza, cuando sentisteis una particular llamada a ser testigos de esta virtud en
un mundo que parece haberla perdido y busca en otra parte la fuente de su
felicidad. Ser misioneros de la esperanza significa saber leer los signos de su
presencia oculta en la vida cotidiana de las personas. Aprended a reconocer la
esperanza entre los pobres a los que sois enviados, que a menudo consiguen
encontrarla en medio de las situaciones más difíciles. Dejaos evangelizar por los
pobres que evangelizáis: ellos os enseñan el camino de la esperanza, para la Iglesia
y para el mundo.
Además, queréis ser testigos de la esperanza en la comunión. La comunión hoy es
un reto del que puede depender el futuro del mundo, de la Iglesia y de la vida
consagrada. Para ser misioneros de la comunión debemos vivirla primero entre
nosotros, en nuestras comunidades y en nuestras relaciones con los demás, y luego
cultivarla con todos sin excepción. Durante vuestro Capítulo os habéis referido con
frecuencia al camino eclesial de este tiempo, que redescubre la belleza y la
importancia de “caminar juntos”. Os exhorto a ser promotores de la comunión
mediante expresiones de solidaridad, cercanía, sinodalidad y fraternidad con todos.
Que el buen samaritano del Evangelio os sirva de ejemplo y de estímulo para
haceros prójimo de toda persona, con el amor y la ternura que le impulsaron a
atender al hombre robado y herido (cf. Lc 10, 29-37). Hacerse prójimo es un
trabajo de todos los días, porque el egoísmo te atrae, te empuja hacia abajo,
hacerse prójimo es salir.
En este Capítulo, también habéis evocado a menudo vuestro compromiso con la
casa común, tratando de traducirlo en decisiones y acciones concretas. Os animo a

seguir trabajando en esta dirección. Nuestra madre tierra nos nutre sin pedir nada a
cambio; de nosotros depende entender que no puede seguir haciéndolo si nosotros
no la cuidamos también. Todos estos son aspectos de esa conversión a la que el
Señor nos llama continuamente. Volver al Padre común, volver a la fuente, volver al
primer amor que os impulsó a dejarlo todo para seguir a Jesús: ¡ésta es el alma de
la consagración y de la misión!
Que vuestro Fundador, el carisma que os transmitió y su visión misionera sean y
permanezcan como puntos de referencia para vuestra vida y vuestro trabajo; para
permanecer arraigados en vuestra vocación misionera, sobre todo viviendo el
testamento del Fundador, en el amor mutuo entre vosotros y en el celo por la
salvación de las almas. Este es el corazón de vuestra misión y el secreto de vuestra
vida, y para ello la Iglesia aún os necesita. En el inmenso campo de la misión que
es el mundo entero, que Jesús sea siempre vuestro modelo, como lo fue para san
Eugenio. Él, ante el Salvador crucificado, decidió un día ofrecer su vida para que
todos, especialmente los pobres, pudieran experimentar el mismo amor de Dios que
le había devuelto al camino de la fe.
Este año habéis celebrado el aniversario de una gracia especial que san Eugenio
recibió hace dos siglos ante la estatua de Nuestra Señora Inmaculada en la iglesia
de la misión de Aix-en-Provence. Esto os renueva la invitación a tomar a María
como compañera de viaje, para que os acompañe siempre en vuestra
peregrinación. María peregrina, María en el camino, María que se levantó deprisa
para ir a servir. Después de decir su “sí” a Dios a través del arcángel Gabriel, salió
deprisa para ir a ver a su prima Isabel, para compartir el don y ponerse a su
servicio. Que María sea también un ejemplo para vosotros en esto, para vuestra
vida y para vuestra misión.
Queridos hermanos, os deseo una buena conclusión del Capítulo y os acompaño con
mis oraciones. De corazón os bendigo a vosotros y a todos vuestros hermanos,
especialmente a los que están enfermos y frágiles y a los que tienen dificultades en
este momento. Y vosotros también, por favor, rezad por mí. Gracias.